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Mensaje a la Conciencia: Vino, mujeres y canto (Por el Hermano Pablo)


(Por el Hermano Pablo)
Su vida, desde su juventud, había transcurrido, como reza la opereta de Strauss, entre «vino, mujeres y canto». Le encantaba la vida alegre y todo lo que tuviera buen gusto. Había acumulado en su casa una bodega de los mejores vinos europeos, franceses, alemanes, españoles e italianos. Y había acumulado también muchas novias y muchas canciones.
Sin embargo, después de veintisiete años de matrimonio, cuando Peter Graham, magnate inglés, se divorció de su esposa Sarah, ella se vengó de él de un modo muy extraño. Saqueó la bodega de Graham, repartiendo cientos de botellas en todas las casas del pueblo. Le representó una pérdida de 35 mil dólares. «Es mi venganza —explicó Sarah—. Podrá tener mujeres y canto, pero no tendrá más vino.»
Esto nos lleva a tres reflexiones en particular. La primera es que la canción «Vino, mujeres y canto» pueda que suene muy linda en la opereta de Strauss, pero en el diario vivir nunca produce efectos sanos. Ni beber vino en exceso es bueno, ni es bueno tener más de una mujer ni pasarse la vida cantando. Porque no es bueno nada que se hace en exceso y fuera de la moral divina.
La segunda reflexión es que divorciarse de la esposa porque sí, porque ya se ha puesto vieja y hay muchas muchachas jóvenes al alcance, no sólo revela una mente raquítica, sino que es una perversidad. Según el plan y la voluntad del Autor de la vida, los casados deben permanecer unidos para siempre. «Hasta que la muerte los separe» es el voto que generalmente se han hecho.
La tercera reflexión es que ninguna venganza es buena. La venganza nunca trae satisfacción permanente, nunca produce felicidad, nunca enaltece el alma y nunca purifica el espíritu. La venganza, cualquier venganza, como engendro de Satanás que es, produce sólo deterioro, injuria y destrucción.
¿Cómo podemos librarnos de estas emociones que nos embargan? Si la venganza destruye, ¿cómo podemos librarnos de ella? Cuando sometemos nuestra voluntad a Cristo, Él nos da una vida nueva, vida que, por ser la de Cristo implantada en nuestra alma, es pura, honesta y santa. Y comenzamos a sentir sus efectos de inmediato.
En esta vida nueva no hay descuidos morales. No hay excesos que dañan. No hay odio ni resentimiento ni venganza que destruye. Sólo hay virtudes, sentimientos sanos y una nueva fe. Con Cristo cada uno es una nueva persona, digna, limpia, recta y justa. Por eso, por nuestro propio bien, no hay nada que más nos convenga que someternos al señorío de Cristo.
Tomado del sitio Conciencia.net bajo licencia escrita de la Asociación Evangelística Hermano Pablo.

CON EL HERMANO PABLO: Mensaje a la Conciencia: Dónde estabas tú cuando yo te necesitaba?

(Por el Hermano Pablo)
Solemne, transcurría el funeral. Yacía en la caja un eminente clérigo que había dedicado toda su vida a servir a la humanidad. Largas filas de personas que habían recibido de él algún consejo sabio, alguna ayuda espiritual, incluso algún beneficio material, testificaban cuándo, cómo y en qué circunstancias el reverendo les había ayudado.
En eso se acercó al ataúd un joven de unos treinta años de edad. Estaba mal vestido, sucio, con barba de una semana y con todas las trazas de alcohólico. Miró detenidamente al cadáver en la caja y, con emociones encontradas como de tristeza mezclada con resentimiento y odio, dijo: «Papá, ahora me doy cuenta dónde estabas tú cuando yo más te necesitaba.»
Esta historia verídica, con profundo sentido humano, de un pastor eminente que dedicó toda su vida a proveer ayuda espiritual y consejo profesional a miles de personas, pero que no tuvo tiempo de prestarle atención a su propia familia, nos deja una tremenda lección.
El proverbista Salomón, entre sus sabias máximas, escribió la siguiente: «Me obligaron a cuidar las viñas; ¡y mi propia viña descuidé!» (Cantares 1:6). Qué fuerte reprensión es ésta a los padres que cuidan de todo y de todos, pero se olvidan de ser amigos, consejeros y verdaderos padres de sus propios hijos.
El pastor de la historia aconsejó a miles, hasta tener en su archivo más de tres mil tarjetas con nombres de personas a quienes había ayudado psicológica y espiritualmente. Pero entre esas tarjetas no aparecía la de su hijo.
¿Quiénes deben tener prioridad en el corazón, en los sentimientos y en el calendario de un esposo y padre? Su esposa y sus hijos. Nadie tiene más derecho que ellos a la atención, al amor, al cuidado y a la protección de ese padre.
A cada uno de los que somos padres nos conviene examinarnos en este sentido. ¿Les hemos dado a nuestros hijos la atención, el tiempo y el interés que ellos tanto necesitan de nosotros? Nuestra responsabilidad primaria es, sin excepción, la familia: esposa e hijos. Nadie ni nada en este mundo debe ser más importante que nuestra familia.
Jesucristo, que es el Señor de la vida, puede hacer de un hombre, desde el más sencillo hasta el más ilustre, un gran padre. Él quiere ayudar a cada uno. Basta con que nos postremos ante Él y le digamos con toda sinceridad: «Señor, me entrego a ti. ¡Ayúdame!»
Tomado del sitio Conciencia.net bajo licencia escrita de la Asociación Evangelística Hermano Pablo.

El trono de la Gracia: Escrito por Charles H. Spurgeon


Hebreos 4:16
Estas palabras se encuentran engastadas en aquel versículo lleno de gracia: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanazar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro." Son una gema en un engaste de oro. La verdadera oración es un acercamiento del alma por el Espíritu de Dios al trono de Dios. No es emitir palabras, no es solamente el sentir deseos, sino es la presentación de los deseos a Dios, el acercamiento de nuestra naturaleza a Dios nuestro Señor. La verdadera oración no es un puro ejercicio mental, ni una ejecución vocal; es mucho más profundo que eso: es comercio espiritual con el creador del cielo y la tierra. Dios es un Espíritu invisible al ojo mortal, y solamente puede ser visto por el hombre interior; nuestro espíritu dentro de nosotros, engendrado por el Espíritu Santo en nuestra regeneración, discierne el Gran Espíritu, tiene comunión con El, le refiere sus peticiones, y recibe de él respuestas de paz. Es un negocio espiritual de principio a fin; y su propósito y objetivo no termina en el hombre, sino llega a Dios mismo.

Para ordenar dicha oración, es necesaria la obra del Espíritu Santo. Si el oración fuera de labios solamente, necesitaríamos solamente el aliento de nuestras narices para orar. Si la oración fuera deseos solamente, muchos deseos se sienten fácilmente, y esto aun en el hombre natural. Pero cuando es deseo espiritual, y comunión del espíritu humano con el Gran Espíritu, entonces el Espíritu Santo mismo debe estar presente en todo el proceso, a fin de ayudar en la debilidad, y dar vida y poder, o de otro modo nunca se dará una oración verdadera, y la cosa ofrecida a Dios tendrá el nombre y la forma, pero la vida interior de oración estará muy lejos de allí.

Además, es claro en la conexión de nuestro texto, que la intervención del Señor Jesucristo es esencial para la oración aceptable. Como oración no será verdadera oración sin el Espíritu de Dios, de modo que no será oración que prevalece gin el hijo de Dios. El es el gran Sumo Sacerdote, debe entrar tras el velo por nosotros. Más aun, por medio de su persona crucificado el velo debe ser quitado por completo. Porque hasta ese momento estamos excluidos de la presencia del Dios vivo. El hombre que a pesar de la enseñanza de las Escrituras, procura orar sin un Salvador insulta a la Deidad. Y aquel que imagina que su propio deseo natural puede llegar a la presencia de Dios sin ser rociado con la sangre preciosa, y que será un sacrificio aceptable delante de Dios, comete un error. No ha traído una ofrenda que Dios pueda aceptar, no más que si hubiera desnucado un perro, u ofrecido un sacrificio inmundo. Obrada en nosotros por el Espíritu, presentada a nuestro favor por el Cristo de Dios, la ración se convierte en poder delante del Altísimo, pero no de ora manera.

Al tratar de hablar del texto de esta mariana, lo tomaré así Primero, Tenemos un trono; luego, en segundo lugar, vemos la gracia; en seguida juntamos las dos cosas y veremos u gracia en el trono; y reuniéndoles en otro orden, veremos la soberanía manifestándose a sí misma y resplandeciente en gracia.
  1.  Nuestro texto habla de UN TRONO: "El trono de la Gracia"

    En la oración, Dios debe ser visto como nuestro Padre. Este es el aspecto que nos resulta más querido. Pero aún no tenemos que considerarlo como si fuera como nosotros, porque nuestro Salvador ha calificado la expresión "Padre nuestro," con las palabras "que estás en los cielos"; y muy cerca, detrás de esas palabras que presentan el nombre tan condescendiente, para recordarnos que nuestro Padre es todavía infinitamente más grande que nosotros, nos ha ordenado decir: "Santificado sea tu nombre; venga tu reino." De modo que nuestro Padre todavía debe ser considerado como un Rey, y en la oración no solamente llegamos a los pies de nuestro Padre, sino llegamos al trono del Gran Monarca del Universo. El trono de la gracia es un trono, y eso es algo que no debemos olvidar.

    Si la oración siempre debe ser considerada por nosotros como una entrada en la corte de la realeza celestial; si hemos de conducirnos como cortesanos que están en la presencia de una ilustre majestad, entonces, no es una pérdida que sepamos cual es el espíritu correcto en que debemos orar. Si en la oración llegamos ante de un trono, es claro que, en primer lugar debe ser en espíritu de humilde reverencia. Se espera que el súbdito, al acercarse al rey, le rinda homenaje y honra. E1 orgullo que no reconoce al rey, la tradición que se rebela contra la soberana voluntad debería, si es sabia, eludir cualquier acercamiento al trono. Que el orgullo muerda las barricadas a la distancia y la traición esté al acecho en los rincones, porque solamente la reverencia profunda puede llegar a la presencia del Rey mismo, cuando está sentado con sus majestuosas vestiduras. En nuestro caso, el rey ante el cual venimos es la más elevada de las majestades, el Rey de reyes, el Señor de los señores. Los emperadores son solo residuos de su poder imperial. Se llaman reyes por derecho divino, pero ¿qué derecho tienen? El sentido común se ríe de sus pretensiones. Solo el Señor tiene derecho divino, y a él solamente pertenece el reino. El es el bendito y único potentado. Ellos son reyes nominales, puestos y derribados por voluntad de los hombres, o por el decreto de la providencia, pero El solamente es Señor, el Príncipe de los reyes de la tierra.

    Corazón mío, asegúrate de postrarte ante tal presencia. Si él es tan grande, besa el polvo delante de él, porque es el más poderoso de todos los reyes. Su trono domina en todos los mundos. El cielo le obedece con alegría, el infierno tiembla cuando él frunce el ceño, y la tierra es constreñida a rendirle homenaje voluntario quiéranlo o no. Su poder puede crear o ;)vede destruir; crear o aplastar; las dos cosas son igualmente fáciles para él. Alma mía, cuando te acercas al Omnipotente, que es fuego consumidor, quita el calzado de tus ;pies, y adórale con profunda humildad.

    Además, el es el más santo de todos los reyes. Su trono es un gran trono blanco, sin mancha, y clara como el cristal. "Ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos," "y notó necedad en sus ángeles." Y tú, criatura pecadora, con cuánta humildad deberías acercarte a El. Puede haber familiaridad, pero que no sea profana. Debe haber osadía, pero que no sea impertinencia. Todavía tú estas en la tierra y él en el cielo. Todavía eres un gusano en el polvo, una criatura abrumada ante la polilla, y él es eterno. Antes que existieran las montañas, él era Dios, y si todo lo creado dejara de existir, él sigue siendo el mismo. Hermanos míos, temo que no nos :dinamos como debiéramos ante la Eterna Majestad. Pero hoy en adelante, pidamos al Espíritu de Dios que nos dé un ánimo correcto, para que cada una de nuestras oraciones pueda ser un acercamiento reverente a la majestad infinita que está en los cielos.

    En segundo lugar, hay que acercarse a un trono con devota alegría. Si la gracia divina me ha otorgado el que esté entre los favoritos que frecuentan su corte, ¿no debo sentirme contento? Podría haber sido expulsado, de su presencia para siempre, sin embargo, se fine permite acercarme a El, hasta palacio real, hasta su cámara secreta de las audiencias de gracia, y ¿no he de estar agradecido? ¿No ha de convertirse mi gratitud en gozo, y no he de sentir que he sido honrado, que soy hecho receptor de grandes favores cuando se me permite orar? ¿Por qué está triste tu rostro, Oh tú que suplicas, cuando estás delante del trono de la gracia? Si estuvieras cite el estrado de la justicia para ser condenado por tus iniquidades, podrías bien mostrarte deprimido, pero has sido favorecido y puedes presentarte ante el Rey que está en sus vestiduras de seda del amor, por lo tanto, tu rostro debe resplandecer con sagrado placer. Si tu tristeza es grande, cuéntasela a El porque El puede mitigarla; si tu pecado se ha multiplicado, confiésalo porque El lo puede perdonar. Oh, vosotros, cortesanos que estáis en los salones de este Monarca, alegraos sobremanera, y poned alabanzas en vuestras oraciones.

    Es un trono, y por lo tanto, en tercer lugar, cuandoquiera que uno se acerca debe hacerlo con completa sumisión. Nosotros no oramos a Dios para darle instrucciones acerca de lo que debe hacer. Ni por un momento deberíamos presumir que dictamos la línea de procedimiento divino. Se nos permite decirle a Dios: "Así y así nos gustaría tener," pero además deberíamos agregar: "pero viendo que somos ignorantes y podemos estar equivocados --viendo que aún estamos en la carne, y por lo tanto podríamos estar actuando con motivos carnales-- no sea como yo quiero, sino conforme a tu voluntad." Quién va a darle instrucciones al trono? Ningún hijo de Dios que sea leal ni por un momento imaginará que puede ocupar el trono que es el derecho de ser Señor de todo. Y aunque el creyente expresa su deseo fervientemente, vehementemente, importunamente, y suplica y vuelve a suplicar, mantiene siempre esta reserva necesaria: "Sea hecha tu voluntad, mi Señor; y si pido algo que no estés de acuerdo con ella, mi deseo más íntimo es que seas suficientemente bueno como para negársela a tu siervo. Lo tomaré como una respuesta verdadera, si me rechazas lo pedido por mí que no parezca bueno ante tu vista." Si recordáramos constantemente esto, pienso que nos veríamos menos inclinados a insistir en ciertos casos delante del trono, porque sentiríamos: "Aquí estoy buscando mi propia comodidad, ventaja para mí, facilidades personales, y, quizás esté pidiendo algo que deshonre a Dios; así que oraré con la más profunda sumisión a los decretos divinos." Pero, hermanos, en cuarto lugar, si es un trono, debemos acercarnos con aumentadas expectativas. Un himno lo expresa muy bien:


    "Cuando vienes ante el Rey,
    grandes peticiones debes traer."

    No venimos en oración como si fuéramos al lugar donde Dios distribuye limosnas, donde dispensa sus favores a los pobres, ni venimos a la puerta trasera de la casa de misericordia a recibir mendruga, aunque ello fuera más de lo que merecemos, a comer las migajas que caen de la mesa del Maestro, que es más de lo que podríamos pretender. Pero cuando oramos, estamos dentro del palacio, de pie sobre el resplandeciente piso de la sala de recepción del gran rey, y de ese modo estamos en una posición ventajosa. En las oraciones nosotros estamos de pie donde los ángeles se inclinan con sus rostros velados; allí, sí, allí, adoran los querubines y serafines, delante del trono mismo al cual ascienden nuestras oraciones. ¿Y llegaremos allí con peticiones atrofiadas, y una fe estrecha y contrahecha? No, no es de los reyes el dar centésimos y monedas sin valor; el Rey distribuye monedas de oro. No reparte, como hacen los pobres hombres, pedazos de pan y restos de comida, sino hace una fiesta de manjares sustanciosos, de manjares llenos de médula, de vinos bien refinados.

    Cuando a un soldado Alejandro se le dijo que pidiera lo que quisiera, éste no pidió limitándose al mérito que tenía, sino que hizo una demanda tan grande, que el tesorero real se negó a pagar, y planteó la cuestión ante Alejandro, y Alejandro en una actitud verdaderamente real, replicó: "El sabe la grandeza de Alejandro, y ha pedido como se pide a un rey; que tenga lo que ha pedido." Cuídate de imaginar que los pensamientos de Dios son tus pensamientos, y que sus caminos como tus caminos. No traigas ante Dios peticiones menguadas y deseos estrechos diciendo: "Señor, haz conforme a estas cosas," pero recuerda, como los cielos son más altos que tus caminos, y sus pensamientos más que tus pensamientos, y pide, por lo tanto, como se le pide a Dios, pide grandes cosas, porque estás delante de un gran trono. Oh, que siempre sintamos esto cuando llegamos ante el trono de la gracia, porque entonces El puede hacer por nosotros mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos.

    Y, amados, en quinto lugar, podría agregar que el espíritu correcto en que nos acercamos al trono de la gracia es de una confianza sin vacilaciones. ¿Quién podrá dudar del Rey? ¿Quién se atreve a impugnar la palabra imperial? Se ha dicho que si toda integridad desapareciera de los corazones de la humanidad, todavía estaría en el corazón de los reyes. Sería vergonzoso que un rey mintiera. Hasta el mendigo en las calles es deshonrado si rompe una promesa, pero, ¿qué diremos de un rey si ni se puede confiar en su palabra? ¡Que vergonzosos para nosotros, si nos paramos con incredulidad ante el trono del rey del cielo y de la tierra! Con nuestro Dios ante nosotros en toda su gloria, sentado en el trono de la gracia, ¿se atreverán nuestros corazones a decir que desconfiamos de El? ¿Podremos imaginar que El no puede o no quiere cumplir su promesa? Ciertamente allí está el lugar en que el hijo puede confiar en su Padre, donde el súbdito fiel puede confiar en su monarca, y, por lo tanto, lejos esté de vacilar o de dar lugar a la desconfianza. La fe sin vacilaciones debe ser la que predomina ante el trono de la gracia.

    Una observación más sobre este punto, y este es que, si la oración es presentarse ante el trono de Dios, siempre debiera hacerse con la más profunda sinceridad, y en el espíritu que hace que todo sea real. Si eres suficientemente deseal para depreciar al rey, por lo menos, por tu propio bien, no te burles de E1 en su rostro, y cuando El está sobre el trono. Si en alguna parte te atreves a proferir palabras santas que no salen del corazón, que no sea en el palacio de Jehová. Si se me invita a orar en público, no debo comprender que estoy hablando con Dios mismo, y que tengo asuntos que tratar con el gran Señor. Y en mi oración privada, al levantarme en la mañana, si me inclino y repito algunas palabras, o al retirarme a descansar en la noche y paso por lo mismo, más bien peco y no hago bien, a menos que desde el alma hable al altísimo. ¿Crees tú que el rey del cielo se complace en oírte proferir palabras con lengua frívola, y con una mente que no está en ello? Tú no conoces. El es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoran.

    Amados, la suma de todo lo dicho es esto: la oración no es una insignificancia. Es un acto eminente y elevado; es un privilegio elevado y maravilloso. En el antiguo Imperio Persa solamente unos pocos, pertenecientes a la nobleza podían entrar en cualquier momento ante el rey, y se consideraba esto como el privilegio más elevado de los mortales. Vosotros y yo, el pueblo de Dios, tenemos un permiso, un pasaporte para venir ante el trono de la gracia en el momento que lo deseamos, y se nos exhorta a acudir con gran confianza, pero de todos modos no debemos olvidar que no es poca cosa ser cortesano de la corte de los cielos y la tierra, para adorar a aquel que nos hizo y sustenta nuestro ser. En verdad, cuando intentamos orar podríamos oír la voz que, desde la excelsa gloria, dice: "Venid, adoremos y postrémonos, arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque El es nuestro Dios, y nosotros pueblo de su prado, y ovejas de su mano." "Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; Temed delante de él, toda la tierra."
  2. Para que la brillantez y el resplandor de la palabra "trono" no sea demasiado para la visión humana, nuestro texto ahora nos regala una palabra suave, amable y deleitosa: Gracia.

    Somos llamados al trono de la gracia, no al trono de ley. E1 rocoso Monte Sinaí era el trono de la ley, cuando Dios vino a Parán con diez millares de sus santos. ¿Quién querría acercarse a ese trono? Ni siquiera Israel. Se fijaron límites alrededor del monte, y sin aun una bestia tocaba el monte era apedreada o atravesada con una lanza. Vosotros, los que sois justos ante vuestros propios ojos y que esperáis poder obedecer la ley, y pensáis que podéis ser salvos por ella, mirad las llamas que Moisés vio y estremeceos y temblad, y desesperad. No es ese el trono al que ahora nos acercamos, porque por medio de Jesús el caso ha cambiado. Para la conciencia lavada por la sangre preciosa no hay ira sobre el trono divino, aunque, para nuestras atribuladas mentes:

    Era objeto de la ira ardiente, su parte era el fuego devorador, nuestro Dios es fuego consumidor, celoso es su nombre para siempre.

    Y, ¡bendito sea Dios! Esta mañana no vamos a hablar del trono del juicio final. Todos concurriremos ante él, y cuantos hayamos creído encontraremos que es un trono de gracia, a la vez que trono de justicia. Porque Aquel que está sentado sobre el trono no pronunciará sentencia de condenación contra la persona que es justificada por la fe. Es un trono establecido con al propósito de dispensar la gracia, un trono desde el cual cada expresión es una expresión de gracia. El cetro que desde él se extiende es el cetro de plata de la gracia. Los decretos que desde él se promulgan tienen el propósito de otorgar gracia. Los dones que desde allí se distribuyen a los que están al pie de los escalones de oro son dones de gracia. El que se sienta sobre el trono, el mismo es la gracia. Cuando oramos nos acercamos al trono de la gracia. Y por un momento, pensamos en ello, a modo de estímulo consolador para quienes están comenzando a orar; es decir, a todos los que somos hombres y mujeres de oración.

    Si vengo en oración ante el trono de la gracia, entonces serán disimuladas las faltas de mi oración. A1 comenzar a orar, queridos amigos, vosotros sentís como si no estuvierais orando. Los gemidos de vuestro espíritu, cuando os levantáis de vuestras rodillas son tales que pensáis que no hay nada en ellos. ¡Qué oración tal llena de manchas, empañada y estropeada es! No importa. Vosotros no habéis ido al trono de la justicia, de otro modo cuando Dios percibió la falta en la oración la habría desdeñado. Tus palabras entrecortadas, tus jadeos y tartamudeos están ante el trono de la gracia. Cuando alguno de nosotros ha presentado sus mejores oraciones ante Dios, si la ve como Dios la ve, no hay duda que haría un gran lamento por ella. Porque en la mejor de las oraciones que se haya orado hay suficiente pecado como para que sea desechada por Dios. Pero digo nuevamente que no es un trono de juicio, y hay esperanza para nuestras débiles y poco convincentes oraciones. Nuestro condescendiente Rey no mantiene una etiqueta rígida en su corte como la que observan los príncipes entre los hombres, donde un pequeño error o una imperfección resultarían en la desgracia del peticionario. Oh, no. Los defectuosos clamores de sus hijos no son criticados severamente por El. El supremo Chambelán del palacio de las alturas, nuestro Señor Jesucristo, pone cuidado y altera y enmienda cada oración que se le presenta y hace que la oración sea perfecta con su perfección, y que prevalezca por Sus méritos. Dios considera la oración presentada por medio de Cristo, y perdona todas sus faltas inherentes. ¡Cómo debiera esto estimularnos a los que nos damos cuenta que somos débiles, erráticos y poco hábiles en la oración! Si no puedes suplicar a Dios, como la hacías en años que ya se han ido, si puedes sentir que de uno u otro modo has perdido la práctica en la tarea de la suplicación, no te des por vencido, regresa aún, y preséntate, sí, con más frecuencia, porque no es un trono de críticas severas, es un trono de gracia al cual te ha acercado. Entonces, puesto que es un trono de gracia, las faltas del peticionario mismo no impedirán el éxito de su oración. Oh, ¡qué faltas hay en nosotros! ¡Cuán inadecuados somos para ir ante un trono! ¡Estamos tan contaminados por el pecado por dentro y por fuera! No podría decirnos "Orad," ni siquiera a vosotros los santos, si no hubiera un trono de gracia, mucho menos podría hablar de oración a vosotros los pecadores. Pero ahora diré esto a cada pecador que haya existido: clama al Señor y búscale mientras pueda ser hallado. Un trono de gracia es un lugar adecuado para ti: arrodíllate. Con fe sencilla acude a tu Salvador, porque El, El es el trono de la gracia. Es en El que Dios puede dispensar gracia al más culpable de la humanidad. Bendito sea Dios, ni las faltas de la oración ni las del que suplica cerrarán las puertas a nuestras peticiones del Dios que se deleita en los corazones contritos y humillados.

    Si es un trono de la gracia, entonces los deseos del que suplica serán bien interpretados. Si no puedo encontrar las palabras para expresar mis deseos sin palabras, Dios en su gracia leerá mis deseos sin palabras. El capta el sentido de sus santos, el significado de sus gemidos. Un trono que no fuera de la gracia no se tomaría la molestia de descifrar nuestras peticiones; pero Dios, el infinitamente misericordioso, buceará en el alma de nuestros deseos, y leerá allí lo que no podemos hablar con la lengua. Habéis visto a un padre, cuando su hijito está tratando de decirle algo, sabe muy bien lo que el pequeño está procurando hablar, le ayuda a formar la palabras y las sisabas, y si el chiquito ha medio olvidado lo que iba a decir, el padre sugiere la palabra. Así ocurre con el siempre bendito Espíritu: desde el trono de la gracia nos ayudará, nos enseñará las palabras, sí, y escribirá en nuestros corazones nuestros deseos mismos. En las Escrituras tenemos casos en que Dios pone palabras en boca de los pecadores. "Lleva contigo palabras," le dice, "Y dile: Recíbenos con misericordia y ámanos libremente." El pondrá los deseos, y dará además la expresión de aquellos deseos en tu Espíritu por su gracia. El dirigirá tus deseos a las cosas que deberías buscar. El te enseñará tu necesidad como si tú no la conocieras. E1 sugeriría las promesas a las que puedes recurrir para orar. En realidad, El será el Alfa y la Omega de tu oración, así como lo es en salvación. Porque así como la salvación es por gracia, de principio a fin, el acercamiento del pecador al trono de la gracia es pura gracia de principio a fin. ¡Qué consolador es esto! Queridos amigos, ¿no nos acercaremos con la mayor de las confianzas a este trono mientras sorbemos el dulce significado de esta preciosa frase "el trono de la gracia?"

    Si es un trono de gracia, entonces todas las necesidades de los que se acercan serán suplidas. El rey de ese trono no dirá "Debes traerme presentes, debes ofrecerme sacrificios." No es un trono para recibir tributos; es un trono que dispensa dones. Entonces, venid vosotros que sois pobres como la pobreza misma, venid vosotros que estáis reducidos a la bancarrota por la caída de Adán y por vuestras propias transgresiones. Este no es el trono de la majestad que se mantiene por los impuestos que recoge de entre sus súbditos, sino un trono que se glorifica cuando derrama, como una fuente, corrientes de cosas buenas. Venid ahora, y recibid el vino y la leche que se dan libremente; sí, venid, comprad vino y leche, sin dinero y sin precio. Todas las necesidades del peticionario serán suplidas, porque es un trono de gracia.

    E1 trono de la gracia. La frase crece a medida que retorna a mi mente, y para mí es una reflexión altamente placentera que si acudo al trono de la gracia en oración, puedo sentir que tengo mil defectos, pero, no obstante, hay esperanzas. Usualmente me siento menos satisfecho con mis oraciones que con cualquier otra cosa que hago. No creo que es cosa fácil orar en público, como lo es dirigir en forma correcta la adoración en una gran congregación. A veces oímos que se elogia a personas porque predican bien, pero si alguno es capacitado para orar bien, habrá un don igual y una gracia superior en ello. Pero, hermanos, supongamos que en nuestras oraciones haya defectos de conocimientos; es un trono de gracia, y nuestro Padre sabe que tenemos necesidad de estas cosas. Supongamos que haya defectos de fe; E1 ve nuestra poca fe y todavía no nos rechaza, a pesar de ser poca. En cada caso no mide su dádiva por el grado de nuestra fe, sino por la sinceridad y veracidad de la fe. Y si hay defectos graves en nuestro espíritu y fracasos en el fervor o en la humildad de la oración, aún, pese a que estas cosas no debieran ocurrir y son muy deplorables, la gracia las pasa por alto, las perdona, y sigue su mano misericordiosa extendida para enriquecernos conforme a nuestras necesidades. Ciertamente esto debiera inducir a muchos a orar y que todavía no han orado, y debiera hacer que lo que han estado por largo tiempo acostumbrados al uso del consagrado arte de la oración se acerquen con mayor confianza que nunca ante al trono de la gracia.
  3. Pero, ahora, respecto de nuestro texto como en todo, nos da la idea de la GRACIA ENTRONIZADA.

    Tenemos un trono, y ¿quién se siente en él? Es la gracia personificada la que está instalada en dignidad. Y en verdad, actualmente la gracia está en un trono. En el evangelio de Jesucristo la gracia es el atributo predominante de Dios. ¿Cómo llega a ser tan excelso? Respondemos: la gracia tiene su trono por conquista. La gracia vino a la tierra en la forma de un Bienamado, y se enfrentó con el pecado, lo cargó sobre su hombro, y aunque casi fue aplastada bajo la carga, llevó el pecado a la cruz, lo calvo allí, le dio muerte, lo dejó muerto para siempre, y triunfó gloriosa. Por esta causa, en esta hora la gracia está sentada en un trono, porque ha vencido el pecado humano, ha llevado el castigo de la culpa humana y ha derrotado a todos sus enemigos.

    Además la gracia está sentada en un trono, porque se ha establecido allí por derecho. No hay injusticia en la gracia de Dios. Dios es tan justo, cuando perdona al pecador como cuando echa a un pecador al infierno. Creo con toda mi alma que hay una justicia tan pura en la aceptación de un alma que cree un Cristo como la habrá en el rechazo de Aquellas almas impenitentes que son desterradas de la presencia de Jehová. El sacrificio de Cristo ha permitido que Dios sea justo, y, sin embargo, pueda justificar al que cree. El que conoce la palabra Sustitución y puede saber en forma correcta su significado, verá que nada punitivo se debe a la justicia por parte de ningún creyente, y que ahora Dios podría ser injusto si no salvara a aquellos por los cuales Cristo sufrió vicariamente, aquellos para quienes se proveyó su justicia, y a los cuales ha sido imputada. La gracia está en el trono por conquista, y se sienta allí por derecho.

    La gracia está entronizada hoy en día, hermanos, porque Cristo ha finalizado su obra y ha entrado en los cielos. Está entronizado en poder. Cuando hablamos de su trono, queremos decir que tiene un poder ilimitado. La gracia no se sienta en el estrado de Dios; la gracia no está de pie en la corte de Dios, sino que está sentada en el trono. Es el atributo que reina; es el rey de hoy en día. Esta es la dispensación de la gracia, el año de la gracia. La gracia reina por medio de la justicia para vida eterna Vivimos en la dinastía de la gracia, porque considerando que Jesús vive ara siempre él intercede por los hijos de los hombres, también es poderoso para salvar hasta lo sumo a los que por él acercan a Dios. Pecador, si fueras a encontrar la gracia a orilla de un camino, como un pasajero en su viaje, te optaría que hagas amistad con ella y pidas su influencia; fueras a encontrar la gracia como a un comerciante en una transacción con tesoros en las manos, te recomendaría que quistas su amistad, te enriquecería en la hora de tu reza; si vieras la gracia como uno de los pares del cielo, exaltada hasta lo sumo, te exhortaría a que te hiciera oír por pero, cuando la gracia está más alto, no puede ser mayor, porque está escrito "Dios es amor," que es un alias de la gracia. Oh, ven, e inclínate delante de ella; ven y adora la infinita gracia y misericordia de Dios. No dudes, no te detengas no vaciles. La gracia reina; la gracia es Dios; Dios es amor. Hay un arco iris alrededor del trono semejante a una raída, la esmeralda de su compasión y de su amor. Oh, almas felices que pueden creer esto, y creyéndolo pueden de inmediato y glorificar la gracia convirtiéndose en ejemplos de su poder.
  4. Finalmente, nuestro texto, bien leído, tiene LA SOBERANÍA RESPLANDECIENTE DE GLORIA, LA GLORIA DE LA GRACIA.

    El trono de la gracia es un trono. Aunque la gracia esté sigue siendo un trono. La gracia no desplaza a la soberanía. Ahora bien, el atributo de soberanía es muy elevado y Su luz es como una piedra de jaspe, más preciosa, y como piedra de zafiro, o como Ezequiel la llama, "el terrible cristal" Así dice el Rey, el Señor de los Ejércitos, "Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente." "¿Quién eres tú, oh hombre para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que formó: ¿Por qué me has hecho así?" "No tiene potestad alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?" Pero, para que ninguno de vosotros sea abatido por el pensamiento de su soberanía, os invito al texto. Es un trono. Hay soberanía, pero para cada alma que sabe orar, para cada alma que por fe que viene a Jesús, el verdadero trono de la gracia, la soberanía divina no presenta un aspecto oscuro y terrible, sino que está llena de amor. Es un trono de gracia; de lo que deduzco que la soberanía de Dios para el creyente, para uno que suplica, para uno que viene a Dios en Cristo, siempre se ejerce de pura gracia. Para vosotros, los que acudís a Dios en oración, la soberanía siempre dice así: "Tendré misericordia de ese pecador. Aunque no lo merece, aunque, no hay méritos en él puesto que yo puedo hacer lo que bien me parezca, le bendeciré, lo haré mi hijo, yo le aceptaré, será mío el día que hay mis joyas."

    Hay dos o tres cosas para pensar, y luego termino. En el trono de la gracia, la soberanía se ha puesto bajo lazos de amor. Dios hará lo que El quiere; pero sobre el trono de la gracia, él está sometido a lazos, lazos que él mismo preparado, porque ha establecido un pacto con Cristo, y de ese modo, entró en relación de pacto con sus escogidos. Aun que Dios es y debe ser un soberano, nunca quebrantará pacto, ni alternará la palabra que ha salido de su boca. puede usar de falsedad con el pacto que el mismo estableció. Cuando acudo a Dios en Cristo, a Dios sobre el trono de gracia, no debo imaginar que por algún acto de soberanía Dios va a dejar de lado su pacto. Eso no puede ser. Es imposible.

    Además, sobre el trono de la gracia, Dios está nuevamente obligado hacia nosotros por sus promesas. El pacto contiene muchísimas promesas de gracia, sobremanera grandes y preciosas. "Pedid y se os dará; buscad y hallaré llamad y se os abrirá." Cuando Dios no había aun pronunciado tales palabras, u otra expresión en ese sentido, era libre de oír o no la oración; pero ahora no es así, porque ahora, si se trata de una verdadera oración ofrecida por medio de Jesucristo, su atributo de fidelidad le obliga a oírla. Un hombre puede ser perfectamente libre, pero desde el momento que hace una promesa, ya no es libre de quebrantarla. El Dios eterno no quiere quebrantar su promesa. Se complace en cumplirla. El ha declarado que todas sus promesas son sí y amén en Cristo Jesús. Pero, para nuestra consolación, cuando examinamos a Dios bajo el elevado y terrible aspecto de un soberano, tenemos esto para reflexionar, que está bajo la obligación de la promesa del pacto de ser fiel a las almas que le buscan. Su trono debe ser un trono de gracia para su pueblo.

    Y una vez más, el más dulce de todos los pensamientos, toda la promesa del pacto ha sido confirmada y sellada con sangre, y lejos está del Dios eterno hacer que el vituperio caiga sobre la sangre de su querido hijo. Cuando el rey otorga una carta de derechos a la ciudad, aunque pudo ser absolutista antes de otorgar la carta, la ciudadanía puede invocar sus derechos ante el rey. De la misma manera, Dios ha dado a su pueblo una carta de indecibles bendiciones, otorgándoles las ciertísimas misericordias de David. En gran medida, la validez de una carta depende de la firma y del sello y, hermanos míos, ¡cuán seguro es el pacto de gracia! La firma es de la mano de Dios mismo y el sello es la sangre de Cristo, el Hijo unigénito de Dios. El pacto es ratificado con sangre, la sangre de su propio Hijo amado. No es posible que podamos suplicar a Dios en vano cuando se invoca el pacto sellado con la sangre, ordenado y seguro en todas las cosas. El cielo y la tierra pasarán, pero el poder de la sangre de Jesús no puede fracasar ante Dios. Habla cuandoestamos en silencio, y prevalece cuando somos derrotados. Cuando pide, pide mejores cosas que Abel, y su clamor es oído. Acerquémonos confiadamente, porque llevamos la promesa en nuestros corazones. Cuando nos sintamos alarmados por la soberanía de Dios, cantemos alegremente:
El evangelio mi espíritu levanta:
El Dios fiel e inmutable
pone el fundamento de mi esperanza
con juramento, promesas y con sangre.
Que Dios el Espíritu Santo nos ayude a usar en forma correcta de hoy en adelante "el trono de la gracia." Amén.
  

El viejo evangelio para el nuevo siglo.Escrito por Charles H. Spurgeon


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"Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." -- Mateo 11:28 
Ustedes ya han escuchado sin duda, muchos sermones que han tenido como base este texto. Yo mismo lo he utilizado no sé cuántas veces; sin embargo, no lo suficiente, como quiero hacerlo si Dios me presta vida. Este versículo es una de aquellas grandes e inagotables fuentes de salvación de las que podemos extraer de manera permanente, sin que lleguen a extinguirse. Un proverbio nuestro dice: "las fuentes probadas son las más dulces" y entre más busquemos en un texto como éste, se tornará más dulce y lleno de significado.

En esta ocasión, voy a utilizar este versículo de una manera especial, para extraer un solo punto de su enseñanza. Podría hablar, si así lo quisiera, del reposo que Jesucristo da al corazón, a la mente, a la conciencia de aquellos que creen en Él. Éste es el reposo, éste es el refrigerio que encuentran aquellos que vienen a Él, ya que podemos leer en el texto: "yo los refrescaré" o "yo los aliviaré", y así tendría un tema muy dulce si fuera a hablar acerca del maravilloso alivio, del divino refrigerio, del bendito reposo que llega al corazón cuando hay fe en Jesucristo. ¡Que todos ustedes experimenten esa bendición, queridos amigos! ¡Que su reposo y su paz sean muy profundos! ¡Que no sea un descanso fingido, sino un descanso que resista las pruebas y los escrutinios! ¡Que su reposo sea duradero! ¡Que su paz sea como un río que nunca deja de correr! ¡Que su paz sea siempre una paz segura, no una paz falsa, cuyo fin es la destrucción, sino una paz verdadera, sólida, justificable, que resista durante toda su vida y que al fin se diluya en el reposo de Dios, a su diestra, por toda la eternidad! ¡Bienaventurados los que así descansan en Cristo; esperamos contarnos entre ellos; y si así es, que podamos penetrar de manera más profunda en su glorioso reposo!

También podría hablar, queridos amigos, acerca de las diversas maneras en las que el Señor da descanso a los creyentes; y podría dirigirme especialmente a algunos de ustedes que siendo creyentes, no consiguen obtener el descanso prometido. Algunos de nosotros nos afanamos con las cosas de este mundo o somos atribulados por nuestros propios sentimientos; nos encontramos perplejos y sacudidos de acá para allá por dudas y temores. Deberíamos estar descansando, ya que "los que hemos creído, sí entramos en el reposo" . El reposo nos corresponde por derecho: "Siendo justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo"; pero, por alguna razón u otra, algunos de los que son así justificados no parecen alcanzar esta paz, ni gozar del reposo como deberían; tal vez, mientras hablo, puedan encontrar la causa por la que no pueden obtener la paz y el reposo que deberían tener. Ciertamente, nuestro Señor Jesucristo no le habló a un grupo en particular, cuando pronunció las palabras de nuestro texto. A todos los que están fatigados y cargados, --ya sean cristianos maduros o gente inconversa--, Él dice: "Venid a mí, y yo os haré descansar." Ciertamente me gozaré si, como resultado de lo que predique, algunos que están con un espíritu decaído y un corazón oprimido, tal vez tensos y quejumbrosos, vengan nuevamente a Cristo, acercándose a Él una vez más, entrando en contacto con Él nuevamente, y así encuentren descanso para sus almas. Entonces será doblemente dulce estar sentado a la mesa de la comunión, descansando en todo momento, reposando y festejando, no de pie, con los lomos ceñidos y con el báculo en la mano, como lo hicieron quienes participaron de la Pascua en Egipto, sino más bien reposando, tal como lo hicieron los que participaron de la última cena, cuando el Maestro estaba reclinado en medio de sus apóstoles. Por tanto, espiritualmente, que sus cabezas reposen sobre Su pecho, y que sus corazones encuentren refugio en sus heridas, mientras le oyen cuando les dice: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."

Sin embargo, no es acerca de esa verdad precisamente sobre la que les hablaré hoy. Quiero tomar solamente este pensamiento, --la gloria de Cristo, que Él nos pueda decir algo así, --el esplendor de Cristo, que sea posible que Él diga: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." Estas palabras, salidas de la boca de cualquier otro hombre, serían ridículas y aun una blasfemia. Pensemos en el poeta más inspirado, en el más grande filósofo, el rey más poderoso, pero ¿quién es él que, aun con el alma más grande se atrevería a decir a todos los que están fatigados y cargados en toda la raza humana: "Venid a mí, y yo os haré descansar"? ¿Dónde hay alas tan anchas que puedan cubrir a toda alma entristecida, excepto las alas de Cristo? ¿Dónde hay una bahía con la capacidad suficiente para albergar a todos los navíos del mundo, para refugiar a cada barco sacudido por la tempestad que alguna vez haya cruzado el mar; --dónde sino en el refugio del alma de Cristo, en quien habita toda la plenitud de la Deidad ; y por lo tanto en quien hay espacio y misericordia suficientes para todos los atribulados hijos de los hombres.


¡Ése será entonces el sentido de mi mensaje¡ ¡Que el Espíritu de Dios por su gracia me ayude a presentarlo!
  1. Primeramente, fijemos nuestra atención en LAS PERSONALIDADES DE ESTE LLAMADO: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." Si escudriñamos el texto cuidadosamente, notarán que hay una doble personalidad involucrada en el llamado. Es: "Venid todos lo que, -venid todos los que- a mí; y yo daré descanso a ustedes." Se trata de dos personas que se acercan entre sí, una otorgando y la otra recibiendo el descanso; pero no es, de ninguna manera, una ficción, un producto de la imaginación, un fantasma, un mito. Son ustedes, ustedes, USTEDES, ustedes que están realmente fatigados y cargados, y que, por lo tanto, son seres reales, dolorosamente conscientes de su existencia; son ustedes quienes deben de ir a otro Ser, que es tan real como ustedes mismos, Uno que es un ser tan viviente como ustedes son seres vivientes. Es Él quien les dice a ustedes: "Venid a mí, y yo os haré descansar."

    Queridos amigos, quiero que tengan una convicción muy clara de su propia personalidad; porque a veces, da la impresión que a la gente se le olvida que son individuos, distintos de todo el mundo. Cuando van a regalar una moneda de oro, y su sonido se escucha a la distancia, la mayoría de los hombres están conscientes de su propia personalidad, y cada quien mira por sí mismo, y trata de obtener el premio, pero a menudo encuentro, en relación con las cosas eternas, que los hombres parecen perderse en la multitud y piensan en las bendiciones de la gracia como una suerte de lluvia general que puede caer en los campos de todos de manera igual, pero no necesariamente esperan la lluvia en su propia parcela, ni desean obtener una bendición específica para ellos. Entonces, pues, ustedes, ustedes, USTEDES, ustedes que están fatigados y cargados, despiértense. ¿Dónde están? El llamado del texto no es para su hermana, su madre, su esposo, su hermano, su amigo, sino para ustedes: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."

    Bueno, ahora que se han despertado, y sienten que son una personalidad distinta de todos los demás en el mundo, a continuación sigue el punto de mayor importancia de todos: ustedes tienen que ir a otra Personalidad. "Venid a mí," dice Cristo, "y yo os haré descansar." Aquí les pido que admiren la maravillosa gracia y la misericordia de este arreglo. De acuerdo con las palabras de Cristo, ustedes obtendrán la paz del corazón, no al venir a una ceremonia, o a una ordenanza, sino a Cristo mismo: "Venid a mí." Ni siquiera dice "Venid a mi enseñanza, a mi ejemplo, a mi sacrificio" sino "Venid a mí." Es a una Persona a quien deben ir, a esa misma Persona que, siendo Dios, e igual que el Padre, se despojó de sus glorias y asumió cuerpo humano,--

    "Primeramente para, en nuestra carne mortal, servir;
    Y después, en esa misma carne, morir."

    Y ustedes deben de ir a esa Persona; debe de haber una cierta acción de parte de ustedes, el movimiento de ustedes hacia Aquel que les llama: "Venid a mí", un movimiento que se aleja de toda otra base de confianza, o puerta de esperanza, hacia el que llama, como la Persona que Dios ha designado y ungido para que sea el único Salvador, el gran depósito de gracia eterna, en quien el Padre ha querido que habite toda la plenitud. ¡Oh hombre glorioso, Oh glorioso Dios, que puede así hablar con autoridad, y decir, "Venid a mí, y yo os haré descansar"! Les suplico que hagan a un lado cualquier otro pensamiento, excepto el de Cristo viviendo, muriendo, resucitando y subiendo a la gloria; ya que Él les señala, no la casa de oración, ni el trono de gloria, ni el baptisterio, ni la mesa de la comunión; ni siquiera las cosas más santas y sagradas que Él ha ordenado para otros propósitos; ni siquiera al Padre mismo, ni al Espíritu Santo; sino que Él dice: "Venid a mí." Aquí debe de empezar la vida espiritual de ustedes, a sus pies; y aquí debe de ser perfeccionada su vida espiritual, en su pecho; ya que Él es a la vez el Autor y el Consumador de la fe. Adoremos a Cristo, en cuya boca estas palabras son tan adecuadas y llenas de significado; no puede ser menos que divino quien así se expresa: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."
  2.  Ahora, en segundo lugar, quiero que se den cuenta de LA MAGNANIMIDAD DEL CORAZÓN DE CRISTO, que se manifiesta en el texto: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."

    Dense cuenta, primero, de la magnanimidad de su corazón al destacar a aquellos verdaderamente necesitados para hacerlos objeto de su llamado amoroso. ¿Alguna vez se han dado cuenta del cuadro que el Señor ha dibujado mediante estas palabras? "Todos los que están fatigados." Esa es la descripción de una bestia que tiene un yugo sobre su cuello. Los hombres pretenden encontrar el placer al servicio de Satán, y le permiten uncir su yugo sobre sus cuellos. Seguidamente tienen que trabajar, y batallar y sudar en lo que ellos denominan placer; sin encontrar descanso ni contentamiento en ello; y entre más trabajan al servicio de Satanás, más se incrementa su trabajo, ya que él utiliza aguijada y látigo, y siempre los está impulsando a nuevos esfuerzos. Ahora, Cristo dice a esas personas que son como animales de carga: "Venid a mí, y yo os haré descansar."

    Pero ellos se encuentran en una condición peor de lo que acabo de describir, pues no solamente trabajan, como el buey en el arado, sino que también llevan una carga muy pesada. Muy pocas veces ocurre que los hombres conviertan a un caballo o a un buey simultáneamente en una bestia de tiro y de carga, pero así es como el diablo trata al hombre que se convierte en su siervo. Satanás lo engancha a su carroza y lo obliga a arrastrarla, y luego salta sobre sus espaldas y cabalga como un jinete. Así que el hombre trabaja y está severamente cargado, ya que tiene que arrastrar al vehículo y llevar al jinete. Tal hombre se fatiga en pos de lo que él llama placer; y, al hacerlo, el pecado salta sobre su espalda, y luego lo sigue otro pecado, y luego otro, hasta que pecados sobre pecados lo aplastan contra el suelo, pero aún así tiene que continuar arrastrando y jalando con toda su fuerza. Esta doble carga es suficiente para matarle; pero Jesús lo mira con piedad, al verlo fatigado bajo la carga del pecado, trabajando para obtener placer en el pecado, y le dice: "Ven a mí, y yo te haré descansar."

    ¿Cristo quiere a las bestias de tiro del diablo, aun cuando ya se han desgastado al servicio de Satanás? ¿Quiere persuadirlas a abandonar a su viejo amo, para que vengan a Él? ¿A estos pecadores que solamente están cansados del pecado porque ya no pueden encontrar fuerzas para seguir pecando, o que no se sienten cómodos puesto que ya no disfrutan del placer que antes encontraban en la maldad, Cristo los llama a venir a El? Sí, y una muestra de la magnanimidad de su corazón, es su deseo de dar descanso a aquellos grandemente fatigados y cansados.

    Pero la magnanimidad de su corazón se comprueba en el hecho que Él invita a todos esos pecadores a venir a El; a todos esos pecadores, repito. ¡Cuánto significado contiene esa pequeña palabra: "todos"! Yo creo que, generalmente, cuando un hombre usa grandes palabras, dice pequeñas cosas; y que, cuando usa pequeñas palabras, dice grandes cosas; y, ciertamente, las pequeñas palabras de nuestro idioma son usualmente las que tienen mayor significado. ¿Cuál es el significado de esta pequeña palabra "todos", o, más bien, qué es lo que no incluye? Y Jesús, sin limitar su significado, dice: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados." ¡Oh, la magnificencia del amor y de la gracia de Cristo, que haya invitado a todos a venir a El! Y más aún, invita a todos a venir de inmediato."Vengan todos conmigo, dice Él, todos los que están fatigados y cargados; vengan en una multitud, vengan en grandes masas; vuelen a mí como una nube, como palomas a sus ventanas." Nunca serán demasiados los que vengan a Él y le hagan sentir satisfecho; Él parece decir: "Entre más, más contento." El corazón de Cristo se regocijará por todas las multitudes que vengan a Él, porque Él ha hecho una gran fiesta, y ha invitado a muchos, y aun envía a sus siervos a decir: "Aún hay espacio; por tanto, venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados."

    Recordemos, también, que la promesa de Cristo está dirigida personalmente a cada uno de estos pecadores. Cada uno de ellos vendrá a Él, y Él dará descanso a cada uno. A cada uno que está fatigado y cargado, Jesús le dice: "Si tu vienes a mí, yo-yo mismo te daré descanso--; no te enviaré al cuidado de mi siervo el ministro, para que te cuide, sino que yo mismo haré todo el trabajo, y te haré descansar." Cristo no dice: "Te llevaré a mi palabra, y allí encontrarás alivio." No; sino que dice: "Yo, una Persona, te daré descanso a ti, una persona, por medio de un claro acto mío, si tú deseas venir a mí."

    Ese trato directo de Cristo con las personas es ciertamente bendito. Tennyson es autor de un poema, que es, para mí, el más dulce de todos los que escribió; tiene que ver con una niña que fue hospitalizada, y que sabía que debía ser operada, con gran riesgo de su vida; así que ella le preguntó a su compañera de la cama contigua qué debía hacer. Su compañera le dijo que le contara todo a Jesús, y le pidiera que la cuidara; entonces la niña preguntó: "¿Pero cómo me conocerá Jesús?" Las dos niñas estaban confundidas porque había tantas hileras de camas en el hospital infantil, y además pensaban que Jesús estaba tan ocupado, que no sabría cuál niña le había pedido que la cuidara. Entonces acordaron que la niña pusiera sus manos fuera de la cama, y cuando Jesús viera sus manos, sabría que ella era la niña que lo necesitaba. La escena, tal como el poeta la describe, es conmovedora; al relatarla le quito algo de su encanto; pues, en la mañana, cuando los doctores y las enfermeras se paseaban por el pabellón, se dieron cuenta de que Jesús había estado allí, y que la niña había ido a Él sin necesidad de la operación. Él la había cuidado de la mejor manera posible; y allí estaban sus manitas, tendidas fuera de la cama.

    Bien, nosotros ni siquiera tenemos que hacer eso, puesto que el Señor Jesús nos conoce a cada uno de nosotros, y Él vendrá personalmente a cada uno de nosotros, y nos hará descansar. Aunque es muy cierto que tiene mucho que hacer, aun puede decir: "Mi Padre hasta ahora trabaja; también yo trabajo"; ya que el universo entero se mantiene en funcionamiento por su fuerza omnipotente, y Él no olvidará a ninguno que venga a Él. De igual manera que una persona que tiene abundantes alimentos puede decir a una gran multitud de hambrientos: "Vengan conmigo, y yo les daré alimento a todos", de la misma manera Cristo sabe que en sí mismo tiene el poder para dar descanso a cada alma fatigada que viene a Él; tiene absoluta certeza de ello, por lo que no dice: "Ven a mí, y haré todo lo que esté de mi parte contigo" o, "posiblemente, si me esfuerzo, tal vez pueda hacerte descansar." ¡Oh, no; sino que Él dice: "Ven a mí, y yo te haré descansar." Es algo que se da por sentado en Él, ya que, déjenme decirles, Él ha ejercitado su mano en millones de personas, y no ha fallado ni una sola vez, por lo que habla con un aire de sólida confianza. Estoy seguro, tal como mi Señor lo estaba, que si hay alguien aquí entre ustedes que quiera venir a Él, Él puede dar y dará descanso a su alma. Él habla con la conciencia de poseer todo el poder requerido, y con la absoluta certeza de que puede realizar el acto necesario.

    Porque, fíjense, Jesús promete sabiendo todo de antemano acerca de los casos que describe. Él sabe que los hombres están fatigados y cargados. No hay dolor en el corazón de alguien aquí presente, que Jesús no conozca, porque Él lo sabe todo. Los pensamientos de ustedes pueden estar retorcidos de muchas maneras, y todos sus métodos de juicio pueden parecer un laberinto, un rompecabezas que, según creen ustedes, nadie puede descifrar. Pueden estar sentados aquí, diciéndose: "Nadie me entiende, ni siquiera yo mismo. Me encuentro atrapado en las redes del pecado, y no veo ninguna forma de escapar. Estoy perplejo más allá de toda posibilidad de liberación." Te digo, amigo mío, que Cristo no habla sin sentido cuando dice: "Ven a mí, y yo te haré descansar." Él puede seguir el hilo a través de la madeja enmarañada y puede extraerlo en línea recta. Él puede seguir todas las torceduras del laberinto hasta llegar a su mero centro. El puede quitar la causa de tu problema, aunque tú mismo no sepas de qué se trata; y lo que para ti se encuentra envuelto en misterio,-un dolor impalpable que no puedes manejar, mi Señor y Salvador sí puede eliminarlo. Él habla acerca de lo que puede hacer cuando da esta promesa, ya que su sabiduría es tal que puede percibir las necesidades de cada alma individual, y su poder es lo suficientemente grande para aliviar todas las necesidades; así que Él dice a cada espíritu fatigado y cargado el día de hoy: "Ven a mí, y yo te haré descansar."

    Recordemos también que, cuando Cristo dio esta promesa, Él sabía el número de los que habían de ser incluidos en la palabra "todos." A pesar de que para nosotros, ese "todos" incluye una multitud que ningún hombre puede contar, "el Señor conoce a los que son suyos" y cuando dijo: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar", Él no hablaba desconociendo que hay miles y millones y cientos de millones que están fatigados y cargados, y Él se dirigía concretamente a ese vasto conglomerado cuando dijo: "Venid a mí, y yo os haré descansar."

    ¿He logrado hacerlos pensar, queridos amigos, acerca de la grandeza del poder y la gracia del Señor? ¿Los he motivado a adorarle? Espero que así sea. Mi propia alma desea postrarse a sus pies, absorta en la dulce consideración de la grandeza de esa gracia que de tal manera se expresa y que habla con la verdad cuando dice a toda la raza humana en la ruina: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo" -con una certeza absoluta,--"os haré descansar."

    No debemos olvidar tampoco que lo que Cristo ha prometido tiene vigencia para todos los tiempos. Aquí tenemos a un hombre hablando que fue "despreciado y desechado por los hombres." Veámoslo claramente ante nuestros ojos, --el hijo del carpintero, el hijo de María, "varón de dolores y experimentado en el sufrimiento"; sin embargo, Él dijo a los que se congregaban a su alrededor: "Venid a mí, y yo os haré descansar"; pero Él miraba a través de todos los siglos que habrían de venir, y nos habló a nosotros congregados aquí ahora, y luego miró a todas las multitudes de esta gran ciudad, y de este país, y de todas las naciones de la Tierra, y dijo: "Venid a mí, y yo os haré descansar." En efecto, Él dijo: "Hasta que yo venga de nuevo a la Tierra, sentado sobre el trono del juicio, prometo que toda alma cargada que venga a mí encontrará descanso en mí." Los sufrimientos de los hombres, por su multitud, son semejantes a las estrellas del cielo; y los hombres mismos son innumerables. Cuenten, si pueden, las gotas del rocío de la mañana, o las arenas del mar y a continuación traten de contar a los hijos de Adán desde el principio del tiempo; pero, nuestro Señor Jesucristo, hablando a la vasta multitud de hijos de los hombres que están fatigados y cargados, les dice: "Venid a mí; venid a mí; porque el que a mí viene jamás lo echaré fuera; y al que viene a mí, yo le daré descanso para su alma."

    Muestra, también, la grandeza del poder y la gracia de Cristo cuando recordamos los muchos que han comprobado que esta promesa es verdadera. Ustedes saben que a través de todos estos siglos hasta ahora, ninguna alma fatigada y cargada ha venido a Cristo en vano. Aun en los últimos confines de la Tierra, no se ha encontrado un criminal tan vil, o un alma totalmente encerrada en el calabozo del Gigante Desesperación, que al venir a Cristo, no haya recibido el descanso prometido y, por lo tanto, Cristo ha sido engrandecido.
  3. Ahora consideremos juntos, por unos minutos, la SIMPLICIDAD DE ESTE EVANGELIO.

    Jesucristo dice a todos los que están fatigados y cansados: "Venid a mí, y yo os haré descansar." Esta invitación implica un movimiento, un movimiento de algo a algo. Ustedes son invitados a alejarse de todo aquello en lo que han venido poniendo su confianza, y a caminar hacia Cristo, y confiar en Él; y en cuanto lo hagan, Él os dará el descanso. ¡Cuán diferente es esta simplicidad de los sistemas complejos que los hombres han establecido! Pues, de conformidad con las enseñanzas de ciertos hombres, para ser cristianos y para seguir todas las regulaciones del culto, necesitan tener una pequeña biblioteca de consulta para saber a qué hora hay que encender las veladoras, y cómo mezclar el incienso, o la manera adecuada de usar el velo, y adónde deben voltear al decir cierta oración, y a qué otro lugar deben de voltear al decir otra, y si su entonación, o su canto o su murmullo será aceptable a Dios.¡Oh, queridos, queridos, queridos! Toda esta compleja maquinaria inventada por el hombre, (el así llamado "bautismo" en la infancia, la confirmación en la juventud, "tomar el sacramento", como algunos lo llaman) es un maravilloso abracadabra, lleno de misterio, y falsedad, y engaño; pero, de acuerdo con la enseñanza de Cristo, el camino a la salvación es solamente éste: "Venid a mí, y yo os haré descansar." Y si tú, querido amigo, has venido a Cristo, y has confiado en Él, has recibido ese descanso y esa paz que Él se complace en otorgar; has encontrado el corazón de la nuez, has alcanzado la esencia y la raíz de todo el asunto. Si tu corazón ha abandonado cualquier otra confianza y sólo está dependiendo en Jesucristo, has encontrado la vida eterna, y esa vida eterna nunca será arrebatada de ti. Por tanto, gózate en ello.

    Y siguiendo adelante, esta invitación está en el tiempo presente: "Ven, ahora." No esperes a llegar a casa, sino deja que tu alma se mueva hacia Cristo. Nunca vas a estar en mejor condición para ir a Él de lo que estás ahora; ni estarás en nada peor al venir a Él, a menos que, al posponer el llamado, estés más endurecido y menos inclinado a venir. En este mismo momento necesitas a Cristo; por lo tanto, ve a Él. Si estás hambriento, ésa es ciertamente la mejor razón para comer. Si estás sediento, ésa es la mejor razón para beber. O puede ser que estés tan enfermo que no tengas hambre; entonces ve a Cristo, y come de las provisiones del Evangelio hasta que se abra tu apetito de esas provisiones. Al pecador que afirma: "no tengo sed de Cristo", me gusta decirle: "ve y bebe hasta que se abra tu sed", porque de la misma manera que una bomba de agua no funciona si no le echas líquido primero, así sucede con ciertos hombres. Cuando reciben algo de la verdad en sus almas, aunque pareciera al principio una recepción muy imperfecta del Evangelio, eso les ayudará posteriormente a ansiar más profundamente a Cristo y a sentir un gozo más intenso de las bendiciones de la salvación.
De todas maneras, Cristo dice: "Ven ahora," y Él dice de manera implícita, "Ven, tal como eres". Tal como son, vengan a mí, todos los que están fatigados y cansados, y yo os haré descansar. Si ustedes trabajan, entonces, antes de lavar sus manos mugrosas, vengan a mí, y yo les haré descansar. Si ustedes están débiles y cansados, y al borde de la muerte, mueran en mi pecho; porque para eso han venido a mí." No venimos a Cristo cuando ejercitamos nuestro propio poder de venir, sino cuando nos olvidamos de nuestro deseo de permanecer alejados. Cuando su corazón se rinde, suelta todo aquello que está sosteniendo, y se arroja a las manos de Cristo; es en ese momento que se realiza el acto de fe, y es a ese acto que Cristo los invita cuando dice, "Venid a mí, y yo os haré descansar."

"Bien" dice alguno, "yo nunca he entendido el Evangelio; siempre me ha intrigado y me ha dejado perplejo." En ese caso, voy a tratar de presentártelo de manera muy sencilla. Jesucristo, el Hijo de Dios, vivió y murió por los pecadores, y tú estás invitado a venir y confiar en Él. Confía en Él; depende de Él; echa todo el peso sobre Él; ve a Él y Él te dará descanso.¡Oh, que por su infinita misericordia, Él revele esta sencilla verdad a tu corazón, y que tú estés presto a aceptarla ahora mismo! Yo quiero glorificar a mi bendito Señor, que trajo al mundo un plan de salvación tan sencillo como éste. Hay algunos hombres que parecen rompecabezas, ya que les gusta perderse en dificultades y misterios, y desplegar ante sus oyentes los frutos de su gran cultura y su maravilloso conocimiento. Si su Evangelio es verdadero, es un mensaje exclusivamente para la élite; y muchos tendrían que ir al infierno si ésos fueran los únicos predicadores. Pero nuestro Señor Jesucristo se gloriaba en predicar el Evangelio a los pobres, y es para honra suya que puede decirse, hasta este día, "no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia." Es una bendición, que hay un Evangelio que se adecua al hombre que no sabe leer, y que también se adapta al hombre que no puede hilvanar dos pensamientos consecutivos, y que se adecua al hombre cuyo cerebro ha fallado casi completamente a la hora de la muerte; un Evangelio que se adecua al ladrón muriendo en la cruz; un evangelio tan sencillo que, si sólo hubiera gracia para recibirlo, no requiere de grandes poderes mentales para entenderlo. Bendito sea mi Señor por darnos un Evangelio tan sencillo y simple como éste.

Quiero que presten atención a un punto más, y luego termino mi mensaje. Y es éste: LA GENEROSIDAD DEL PROPÓSITO DE CRISTO.

Venid, amados que aman al Señor, escuchad mientras les repito estas dulces palabras suyas: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cansados, y yo os haré descansar." "Yo os haré." El no dice:" vengan a mí y tráiganme algo" sino "Venid a mí, y yo os haré descansar." Tampoco expresa: "Venid y haced algo para mí" sino "Yo haré algo para ustedes." Posiblemente éste haya sido el problema de ustedes, queridos hermanos, que han querido traer hoy un sacrificio aceptable; y en la escuela dominical, o en otra forma de servicio, han estado tratando de honrarle. Me da gusto, y espero que sigan intentándolo. Pero cuídense de no caer en el error de Marta, y "afanarse con mucho servicio". Por un instante, olvídense de la idea de venir a Cristo para traerle algo; y vengan ahora, ustedes que están fatigados y cargados, y reciban una bendición de Él, pues Él ha dicho "yo os haré descansar". Cristo puede ser honrado cuando ustedes le dan, pero Él debe ser honrado por lo que Él les da. No hay duda de la bondad de lo que recibirán de Él si vienen a Él; entonces, ahora mismo, no piensen en traerle nada a Él, sino vengan a Él para que puedan recibir de Él.

"Quiero amar a Cristo," dice uno. Bien, olvídate de eso ahora; más bien trata de sentir cuánto te ama Él. "¡Oh, pero yo quiero consagrarme a Él!" Muy bien, mi querido amigo; pero, mejor ahora piensa cómo Él se consagró por ti. "¡Oh, pero yo deseo no pecar más!" Muy bien, querido amigo; pero, mejor ahora piensa cómo Él cargó con tus pecados en su propio cuerpo en el madero". "¡Oh, dice uno, quisiera tener un frasco de alabastro con un ungüento muy precioso, para ungirle su cabeza y sus pies, y que toda la casa se llene con un dulce perfume!" Sí, todo eso está muy bien, pero escucha: Su nombre es un ungüento derramado; si no tienes nada de ungüento, Él tiene; si no tienes nada que traerle a Él, Él tiene abundancia que darte.

Cuando mi querido Señor llama a alguien para que venga a Él, no es para Su propio beneficio que lo llama. Cuando les otorga favores, cuando viene con grandes promesas de descanso, no es un soborno para comprar sus servicios. Es demasiado rico para tener necesidad de los mejores y los más fuertes de nosotros; solamente nos pide, en nuestra gran caridad, que seamos tan amables de recibir todo de Él. Esto es lo más grande que podemos hacer por Dios, estar totalmente vacíos para que su todo pueda verterse en nosotros. Eso es lo que quiero hacer cuando me siente a la mesa de la comunión; quiero estar sentado allí, sin pensar en nada que pueda ofrecer a mi Señor, sino abrir mi alma, y tomar todo lo que Él quiera darme. Hay momentos en que los tenderos están vendiendo su mercancía, pero también hay momentos que reciben mercancía, como ustedes saben. Por tanto, ahora, abran la puerta de la gran bodega, y dejen entrar todos los bienes. Dejen que Cristo entero entre en su alma.

"No siento" dice uno, "como si yo pudiera gozar la presencia de mi Señor." ¿Por qué no? "Porque he estado dedicado intensamente todo el día a su servicio; y ahora estoy tan fatigado y cargado." Tu eres alguien a quien especialmente llama el Señor a venir a Él. No trates de hacer nada excepto simplemente abrir tu boca, y Él la llenará. Ven ahora y simplemente recibe de Él, y dale gloria recibiendo.¡ Oh sol, tú alumbras; pero no hasta que Dios te hace brillar! ¡Oh luna, tu alegras la noche; pero no con tu propio brillo, sino sólo con luz prestada! ¡Oh campos, ustedes producen cosechas; pero el gran Agricultor crea el grano! ¡Oh tierra, tu estás llena; pero solamente llena de la bondad del Señor! Todo recibe de Dios, y le alaba al recibir. Permítanme que mi cansado corazón se incline quieto bajo la lluvia de amor; permítanme que mi alma cargada descanse en Cristo, y lo pueda alegrar al estar alegre en Él.

¡Dios los bendiga a todos, y que Cristo sea glorificado en su salvación y en su santificación, por causa de su nombre! Amén. 

Dante Gebel – Cerco de adoración,mensaje en audio


Si durante la semana te cuesta horrores adorar, ya sea porque tienes una familia disfuncional, porque en tu casa no te apoyan, porque tu mamá es inconversa, porque tu esposo en un borracho, porque es un violento, porque tu esposa es una loca, por lo que sea… recuerda cómo estaba tu corazón cuando adoraste la primera vez; vuelve al sitio del primer milagro; haz una ofrenda de sacrificio, soltando lo que te impide llegar a Él y Sus bendiciones alcanzarán tu vida y la de tus hijos y tus nietos.

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Mensaje a la Conciencia: Vino, mujeres y canto (Por el Hermano Pablo)


(Por el Hermano Pablo)
Su vida, desde su juventud, había transcurrido, como reza la opereta de Strauss, entre «vino, mujeres y canto». Le encantaba la vida alegre y todo lo que tuviera buen gusto. Había acumulado en su casa una bodega de los mejores vinos europeos, franceses, alemanes, españoles e italianos. Y había acumulado también muchas novias y muchas canciones.
Sin embargo, después de veintisiete años de matrimonio, cuando Peter Graham, magnate inglés, se divorció de su esposa Sarah, ella se vengó de él de un modo muy extraño. Saqueó la bodega de Graham, repartiendo cientos de botellas en todas las casas del pueblo. Le representó una pérdida de 35 mil dólares. «Es mi venganza —explicó Sarah—. Podrá tener mujeres y canto, pero no tendrá más vino.»
Esto nos lleva a tres reflexiones en particular. La primera es que la canción «Vino, mujeres y canto» pueda que suene muy linda en la opereta de Strauss, pero en el diario vivir nunca produce efectos sanos. Ni beber vino en exceso es bueno, ni es bueno tener más de una mujer ni pasarse la vida cantando. Porque no es bueno nada que se hace en exceso y fuera de la moral divina.
La segunda reflexión es que divorciarse de la esposa porque sí, porque ya se ha puesto vieja y hay muchas muchachas jóvenes al alcance, no sólo revela una mente raquítica, sino que es una perversidad. Según el plan y la voluntad del Autor de la vida, los casados deben permanecer unidos para siempre. «Hasta que la muerte los separe» es el voto que generalmente se han hecho.
La tercera reflexión es que ninguna venganza es buena. La venganza nunca trae satisfacción permanente, nunca produce felicidad, nunca enaltece el alma y nunca purifica el espíritu. La venganza, cualquier venganza, como engendro de Satanás que es, produce sólo deterioro, injuria y destrucción.
¿Cómo podemos librarnos de estas emociones que nos embargan? Si la venganza destruye, ¿cómo podemos librarnos de ella? Cuando sometemos nuestra voluntad a Cristo, Él nos da una vida nueva, vida que, por ser la de Cristo implantada en nuestra alma, es pura, honesta y santa. Y comenzamos a sentir sus efectos de inmediato.
En esta vida nueva no hay descuidos morales. No hay excesos que dañan. No hay odio ni resentimiento ni venganza que destruye. Sólo hay virtudes, sentimientos sanos y una nueva fe. Con Cristo cada uno es una nueva persona, digna, limpia, recta y justa. Por eso, por nuestro propio bien, no hay nada que más nos convenga que someternos al señorío de Cristo.
Tomado del sitio Conciencia.net bajo licencia escrita de la Asociación Evangelística Hermano Pablo.

CON EL HERMANO PABLO: Mensaje a la Conciencia: Dónde estabas tú cuando yo te necesitaba?

(Por el Hermano Pablo)
Solemne, transcurría el funeral. Yacía en la caja un eminente clérigo que había dedicado toda su vida a servir a la humanidad. Largas filas de personas que habían recibido de él algún consejo sabio, alguna ayuda espiritual, incluso algún beneficio material, testificaban cuándo, cómo y en qué circunstancias el reverendo les había ayudado.
En eso se acercó al ataúd un joven de unos treinta años de edad. Estaba mal vestido, sucio, con barba de una semana y con todas las trazas de alcohólico. Miró detenidamente al cadáver en la caja y, con emociones encontradas como de tristeza mezclada con resentimiento y odio, dijo: «Papá, ahora me doy cuenta dónde estabas tú cuando yo más te necesitaba.»
Esta historia verídica, con profundo sentido humano, de un pastor eminente que dedicó toda su vida a proveer ayuda espiritual y consejo profesional a miles de personas, pero que no tuvo tiempo de prestarle atención a su propia familia, nos deja una tremenda lección.
El proverbista Salomón, entre sus sabias máximas, escribió la siguiente: «Me obligaron a cuidar las viñas; ¡y mi propia viña descuidé!» (Cantares 1:6). Qué fuerte reprensión es ésta a los padres que cuidan de todo y de todos, pero se olvidan de ser amigos, consejeros y verdaderos padres de sus propios hijos.
El pastor de la historia aconsejó a miles, hasta tener en su archivo más de tres mil tarjetas con nombres de personas a quienes había ayudado psicológica y espiritualmente. Pero entre esas tarjetas no aparecía la de su hijo.
¿Quiénes deben tener prioridad en el corazón, en los sentimientos y en el calendario de un esposo y padre? Su esposa y sus hijos. Nadie tiene más derecho que ellos a la atención, al amor, al cuidado y a la protección de ese padre.
A cada uno de los que somos padres nos conviene examinarnos en este sentido. ¿Les hemos dado a nuestros hijos la atención, el tiempo y el interés que ellos tanto necesitan de nosotros? Nuestra responsabilidad primaria es, sin excepción, la familia: esposa e hijos. Nadie ni nada en este mundo debe ser más importante que nuestra familia.
Jesucristo, que es el Señor de la vida, puede hacer de un hombre, desde el más sencillo hasta el más ilustre, un gran padre. Él quiere ayudar a cada uno. Basta con que nos postremos ante Él y le digamos con toda sinceridad: «Señor, me entrego a ti. ¡Ayúdame!»
Tomado del sitio Conciencia.net bajo licencia escrita de la Asociación Evangelística Hermano Pablo.

El trono de la Gracia: Escrito por Charles H. Spurgeon


Hebreos 4:16
Estas palabras se encuentran engastadas en aquel versículo lleno de gracia: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanazar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro." Son una gema en un engaste de oro. La verdadera oración es un acercamiento del alma por el Espíritu de Dios al trono de Dios. No es emitir palabras, no es solamente el sentir deseos, sino es la presentación de los deseos a Dios, el acercamiento de nuestra naturaleza a Dios nuestro Señor. La verdadera oración no es un puro ejercicio mental, ni una ejecución vocal; es mucho más profundo que eso: es comercio espiritual con el creador del cielo y la tierra. Dios es un Espíritu invisible al ojo mortal, y solamente puede ser visto por el hombre interior; nuestro espíritu dentro de nosotros, engendrado por el Espíritu Santo en nuestra regeneración, discierne el Gran Espíritu, tiene comunión con El, le refiere sus peticiones, y recibe de él respuestas de paz. Es un negocio espiritual de principio a fin; y su propósito y objetivo no termina en el hombre, sino llega a Dios mismo.

Para ordenar dicha oración, es necesaria la obra del Espíritu Santo. Si el oración fuera de labios solamente, necesitaríamos solamente el aliento de nuestras narices para orar. Si la oración fuera deseos solamente, muchos deseos se sienten fácilmente, y esto aun en el hombre natural. Pero cuando es deseo espiritual, y comunión del espíritu humano con el Gran Espíritu, entonces el Espíritu Santo mismo debe estar presente en todo el proceso, a fin de ayudar en la debilidad, y dar vida y poder, o de otro modo nunca se dará una oración verdadera, y la cosa ofrecida a Dios tendrá el nombre y la forma, pero la vida interior de oración estará muy lejos de allí.

Además, es claro en la conexión de nuestro texto, que la intervención del Señor Jesucristo es esencial para la oración aceptable. Como oración no será verdadera oración sin el Espíritu de Dios, de modo que no será oración que prevalece gin el hijo de Dios. El es el gran Sumo Sacerdote, debe entrar tras el velo por nosotros. Más aun, por medio de su persona crucificado el velo debe ser quitado por completo. Porque hasta ese momento estamos excluidos de la presencia del Dios vivo. El hombre que a pesar de la enseñanza de las Escrituras, procura orar sin un Salvador insulta a la Deidad. Y aquel que imagina que su propio deseo natural puede llegar a la presencia de Dios sin ser rociado con la sangre preciosa, y que será un sacrificio aceptable delante de Dios, comete un error. No ha traído una ofrenda que Dios pueda aceptar, no más que si hubiera desnucado un perro, u ofrecido un sacrificio inmundo. Obrada en nosotros por el Espíritu, presentada a nuestro favor por el Cristo de Dios, la ración se convierte en poder delante del Altísimo, pero no de ora manera.

Al tratar de hablar del texto de esta mariana, lo tomaré así Primero, Tenemos un trono; luego, en segundo lugar, vemos la gracia; en seguida juntamos las dos cosas y veremos u gracia en el trono; y reuniéndoles en otro orden, veremos la soberanía manifestándose a sí misma y resplandeciente en gracia.
  1.  Nuestro texto habla de UN TRONO: "El trono de la Gracia"

    En la oración, Dios debe ser visto como nuestro Padre. Este es el aspecto que nos resulta más querido. Pero aún no tenemos que considerarlo como si fuera como nosotros, porque nuestro Salvador ha calificado la expresión "Padre nuestro," con las palabras "que estás en los cielos"; y muy cerca, detrás de esas palabras que presentan el nombre tan condescendiente, para recordarnos que nuestro Padre es todavía infinitamente más grande que nosotros, nos ha ordenado decir: "Santificado sea tu nombre; venga tu reino." De modo que nuestro Padre todavía debe ser considerado como un Rey, y en la oración no solamente llegamos a los pies de nuestro Padre, sino llegamos al trono del Gran Monarca del Universo. El trono de la gracia es un trono, y eso es algo que no debemos olvidar.

    Si la oración siempre debe ser considerada por nosotros como una entrada en la corte de la realeza celestial; si hemos de conducirnos como cortesanos que están en la presencia de una ilustre majestad, entonces, no es una pérdida que sepamos cual es el espíritu correcto en que debemos orar. Si en la oración llegamos ante de un trono, es claro que, en primer lugar debe ser en espíritu de humilde reverencia. Se espera que el súbdito, al acercarse al rey, le rinda homenaje y honra. E1 orgullo que no reconoce al rey, la tradición que se rebela contra la soberana voluntad debería, si es sabia, eludir cualquier acercamiento al trono. Que el orgullo muerda las barricadas a la distancia y la traición esté al acecho en los rincones, porque solamente la reverencia profunda puede llegar a la presencia del Rey mismo, cuando está sentado con sus majestuosas vestiduras. En nuestro caso, el rey ante el cual venimos es la más elevada de las majestades, el Rey de reyes, el Señor de los señores. Los emperadores son solo residuos de su poder imperial. Se llaman reyes por derecho divino, pero ¿qué derecho tienen? El sentido común se ríe de sus pretensiones. Solo el Señor tiene derecho divino, y a él solamente pertenece el reino. El es el bendito y único potentado. Ellos son reyes nominales, puestos y derribados por voluntad de los hombres, o por el decreto de la providencia, pero El solamente es Señor, el Príncipe de los reyes de la tierra.

    Corazón mío, asegúrate de postrarte ante tal presencia. Si él es tan grande, besa el polvo delante de él, porque es el más poderoso de todos los reyes. Su trono domina en todos los mundos. El cielo le obedece con alegría, el infierno tiembla cuando él frunce el ceño, y la tierra es constreñida a rendirle homenaje voluntario quiéranlo o no. Su poder puede crear o ;)vede destruir; crear o aplastar; las dos cosas son igualmente fáciles para él. Alma mía, cuando te acercas al Omnipotente, que es fuego consumidor, quita el calzado de tus ;pies, y adórale con profunda humildad.

    Además, el es el más santo de todos los reyes. Su trono es un gran trono blanco, sin mancha, y clara como el cristal. "Ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos," "y notó necedad en sus ángeles." Y tú, criatura pecadora, con cuánta humildad deberías acercarte a El. Puede haber familiaridad, pero que no sea profana. Debe haber osadía, pero que no sea impertinencia. Todavía tú estas en la tierra y él en el cielo. Todavía eres un gusano en el polvo, una criatura abrumada ante la polilla, y él es eterno. Antes que existieran las montañas, él era Dios, y si todo lo creado dejara de existir, él sigue siendo el mismo. Hermanos míos, temo que no nos :dinamos como debiéramos ante la Eterna Majestad. Pero hoy en adelante, pidamos al Espíritu de Dios que nos dé un ánimo correcto, para que cada una de nuestras oraciones pueda ser un acercamiento reverente a la majestad infinita que está en los cielos.

    En segundo lugar, hay que acercarse a un trono con devota alegría. Si la gracia divina me ha otorgado el que esté entre los favoritos que frecuentan su corte, ¿no debo sentirme contento? Podría haber sido expulsado, de su presencia para siempre, sin embargo, se fine permite acercarme a El, hasta palacio real, hasta su cámara secreta de las audiencias de gracia, y ¿no he de estar agradecido? ¿No ha de convertirse mi gratitud en gozo, y no he de sentir que he sido honrado, que soy hecho receptor de grandes favores cuando se me permite orar? ¿Por qué está triste tu rostro, Oh tú que suplicas, cuando estás delante del trono de la gracia? Si estuvieras cite el estrado de la justicia para ser condenado por tus iniquidades, podrías bien mostrarte deprimido, pero has sido favorecido y puedes presentarte ante el Rey que está en sus vestiduras de seda del amor, por lo tanto, tu rostro debe resplandecer con sagrado placer. Si tu tristeza es grande, cuéntasela a El porque El puede mitigarla; si tu pecado se ha multiplicado, confiésalo porque El lo puede perdonar. Oh, vosotros, cortesanos que estáis en los salones de este Monarca, alegraos sobremanera, y poned alabanzas en vuestras oraciones.

    Es un trono, y por lo tanto, en tercer lugar, cuandoquiera que uno se acerca debe hacerlo con completa sumisión. Nosotros no oramos a Dios para darle instrucciones acerca de lo que debe hacer. Ni por un momento deberíamos presumir que dictamos la línea de procedimiento divino. Se nos permite decirle a Dios: "Así y así nos gustaría tener," pero además deberíamos agregar: "pero viendo que somos ignorantes y podemos estar equivocados --viendo que aún estamos en la carne, y por lo tanto podríamos estar actuando con motivos carnales-- no sea como yo quiero, sino conforme a tu voluntad." Quién va a darle instrucciones al trono? Ningún hijo de Dios que sea leal ni por un momento imaginará que puede ocupar el trono que es el derecho de ser Señor de todo. Y aunque el creyente expresa su deseo fervientemente, vehementemente, importunamente, y suplica y vuelve a suplicar, mantiene siempre esta reserva necesaria: "Sea hecha tu voluntad, mi Señor; y si pido algo que no estés de acuerdo con ella, mi deseo más íntimo es que seas suficientemente bueno como para negársela a tu siervo. Lo tomaré como una respuesta verdadera, si me rechazas lo pedido por mí que no parezca bueno ante tu vista." Si recordáramos constantemente esto, pienso que nos veríamos menos inclinados a insistir en ciertos casos delante del trono, porque sentiríamos: "Aquí estoy buscando mi propia comodidad, ventaja para mí, facilidades personales, y, quizás esté pidiendo algo que deshonre a Dios; así que oraré con la más profunda sumisión a los decretos divinos." Pero, hermanos, en cuarto lugar, si es un trono, debemos acercarnos con aumentadas expectativas. Un himno lo expresa muy bien:


    "Cuando vienes ante el Rey,
    grandes peticiones debes traer."

    No venimos en oración como si fuéramos al lugar donde Dios distribuye limosnas, donde dispensa sus favores a los pobres, ni venimos a la puerta trasera de la casa de misericordia a recibir mendruga, aunque ello fuera más de lo que merecemos, a comer las migajas que caen de la mesa del Maestro, que es más de lo que podríamos pretender. Pero cuando oramos, estamos dentro del palacio, de pie sobre el resplandeciente piso de la sala de recepción del gran rey, y de ese modo estamos en una posición ventajosa. En las oraciones nosotros estamos de pie donde los ángeles se inclinan con sus rostros velados; allí, sí, allí, adoran los querubines y serafines, delante del trono mismo al cual ascienden nuestras oraciones. ¿Y llegaremos allí con peticiones atrofiadas, y una fe estrecha y contrahecha? No, no es de los reyes el dar centésimos y monedas sin valor; el Rey distribuye monedas de oro. No reparte, como hacen los pobres hombres, pedazos de pan y restos de comida, sino hace una fiesta de manjares sustanciosos, de manjares llenos de médula, de vinos bien refinados.

    Cuando a un soldado Alejandro se le dijo que pidiera lo que quisiera, éste no pidió limitándose al mérito que tenía, sino que hizo una demanda tan grande, que el tesorero real se negó a pagar, y planteó la cuestión ante Alejandro, y Alejandro en una actitud verdaderamente real, replicó: "El sabe la grandeza de Alejandro, y ha pedido como se pide a un rey; que tenga lo que ha pedido." Cuídate de imaginar que los pensamientos de Dios son tus pensamientos, y que sus caminos como tus caminos. No traigas ante Dios peticiones menguadas y deseos estrechos diciendo: "Señor, haz conforme a estas cosas," pero recuerda, como los cielos son más altos que tus caminos, y sus pensamientos más que tus pensamientos, y pide, por lo tanto, como se le pide a Dios, pide grandes cosas, porque estás delante de un gran trono. Oh, que siempre sintamos esto cuando llegamos ante el trono de la gracia, porque entonces El puede hacer por nosotros mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos.

    Y, amados, en quinto lugar, podría agregar que el espíritu correcto en que nos acercamos al trono de la gracia es de una confianza sin vacilaciones. ¿Quién podrá dudar del Rey? ¿Quién se atreve a impugnar la palabra imperial? Se ha dicho que si toda integridad desapareciera de los corazones de la humanidad, todavía estaría en el corazón de los reyes. Sería vergonzoso que un rey mintiera. Hasta el mendigo en las calles es deshonrado si rompe una promesa, pero, ¿qué diremos de un rey si ni se puede confiar en su palabra? ¡Que vergonzosos para nosotros, si nos paramos con incredulidad ante el trono del rey del cielo y de la tierra! Con nuestro Dios ante nosotros en toda su gloria, sentado en el trono de la gracia, ¿se atreverán nuestros corazones a decir que desconfiamos de El? ¿Podremos imaginar que El no puede o no quiere cumplir su promesa? Ciertamente allí está el lugar en que el hijo puede confiar en su Padre, donde el súbdito fiel puede confiar en su monarca, y, por lo tanto, lejos esté de vacilar o de dar lugar a la desconfianza. La fe sin vacilaciones debe ser la que predomina ante el trono de la gracia.

    Una observación más sobre este punto, y este es que, si la oración es presentarse ante el trono de Dios, siempre debiera hacerse con la más profunda sinceridad, y en el espíritu que hace que todo sea real. Si eres suficientemente deseal para depreciar al rey, por lo menos, por tu propio bien, no te burles de E1 en su rostro, y cuando El está sobre el trono. Si en alguna parte te atreves a proferir palabras santas que no salen del corazón, que no sea en el palacio de Jehová. Si se me invita a orar en público, no debo comprender que estoy hablando con Dios mismo, y que tengo asuntos que tratar con el gran Señor. Y en mi oración privada, al levantarme en la mañana, si me inclino y repito algunas palabras, o al retirarme a descansar en la noche y paso por lo mismo, más bien peco y no hago bien, a menos que desde el alma hable al altísimo. ¿Crees tú que el rey del cielo se complace en oírte proferir palabras con lengua frívola, y con una mente que no está en ello? Tú no conoces. El es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoran.

    Amados, la suma de todo lo dicho es esto: la oración no es una insignificancia. Es un acto eminente y elevado; es un privilegio elevado y maravilloso. En el antiguo Imperio Persa solamente unos pocos, pertenecientes a la nobleza podían entrar en cualquier momento ante el rey, y se consideraba esto como el privilegio más elevado de los mortales. Vosotros y yo, el pueblo de Dios, tenemos un permiso, un pasaporte para venir ante el trono de la gracia en el momento que lo deseamos, y se nos exhorta a acudir con gran confianza, pero de todos modos no debemos olvidar que no es poca cosa ser cortesano de la corte de los cielos y la tierra, para adorar a aquel que nos hizo y sustenta nuestro ser. En verdad, cuando intentamos orar podríamos oír la voz que, desde la excelsa gloria, dice: "Venid, adoremos y postrémonos, arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque El es nuestro Dios, y nosotros pueblo de su prado, y ovejas de su mano." "Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; Temed delante de él, toda la tierra."
  2. Para que la brillantez y el resplandor de la palabra "trono" no sea demasiado para la visión humana, nuestro texto ahora nos regala una palabra suave, amable y deleitosa: Gracia.

    Somos llamados al trono de la gracia, no al trono de ley. E1 rocoso Monte Sinaí era el trono de la ley, cuando Dios vino a Parán con diez millares de sus santos. ¿Quién querría acercarse a ese trono? Ni siquiera Israel. Se fijaron límites alrededor del monte, y sin aun una bestia tocaba el monte era apedreada o atravesada con una lanza. Vosotros, los que sois justos ante vuestros propios ojos y que esperáis poder obedecer la ley, y pensáis que podéis ser salvos por ella, mirad las llamas que Moisés vio y estremeceos y temblad, y desesperad. No es ese el trono al que ahora nos acercamos, porque por medio de Jesús el caso ha cambiado. Para la conciencia lavada por la sangre preciosa no hay ira sobre el trono divino, aunque, para nuestras atribuladas mentes:

    Era objeto de la ira ardiente, su parte era el fuego devorador, nuestro Dios es fuego consumidor, celoso es su nombre para siempre.

    Y, ¡bendito sea Dios! Esta mañana no vamos a hablar del trono del juicio final. Todos concurriremos ante él, y cuantos hayamos creído encontraremos que es un trono de gracia, a la vez que trono de justicia. Porque Aquel que está sentado sobre el trono no pronunciará sentencia de condenación contra la persona que es justificada por la fe. Es un trono establecido con al propósito de dispensar la gracia, un trono desde el cual cada expresión es una expresión de gracia. El cetro que desde él se extiende es el cetro de plata de la gracia. Los decretos que desde él se promulgan tienen el propósito de otorgar gracia. Los dones que desde allí se distribuyen a los que están al pie de los escalones de oro son dones de gracia. El que se sienta sobre el trono, el mismo es la gracia. Cuando oramos nos acercamos al trono de la gracia. Y por un momento, pensamos en ello, a modo de estímulo consolador para quienes están comenzando a orar; es decir, a todos los que somos hombres y mujeres de oración.

    Si vengo en oración ante el trono de la gracia, entonces serán disimuladas las faltas de mi oración. A1 comenzar a orar, queridos amigos, vosotros sentís como si no estuvierais orando. Los gemidos de vuestro espíritu, cuando os levantáis de vuestras rodillas son tales que pensáis que no hay nada en ellos. ¡Qué oración tal llena de manchas, empañada y estropeada es! No importa. Vosotros no habéis ido al trono de la justicia, de otro modo cuando Dios percibió la falta en la oración la habría desdeñado. Tus palabras entrecortadas, tus jadeos y tartamudeos están ante el trono de la gracia. Cuando alguno de nosotros ha presentado sus mejores oraciones ante Dios, si la ve como Dios la ve, no hay duda que haría un gran lamento por ella. Porque en la mejor de las oraciones que se haya orado hay suficiente pecado como para que sea desechada por Dios. Pero digo nuevamente que no es un trono de juicio, y hay esperanza para nuestras débiles y poco convincentes oraciones. Nuestro condescendiente Rey no mantiene una etiqueta rígida en su corte como la que observan los príncipes entre los hombres, donde un pequeño error o una imperfección resultarían en la desgracia del peticionario. Oh, no. Los defectuosos clamores de sus hijos no son criticados severamente por El. El supremo Chambelán del palacio de las alturas, nuestro Señor Jesucristo, pone cuidado y altera y enmienda cada oración que se le presenta y hace que la oración sea perfecta con su perfección, y que prevalezca por Sus méritos. Dios considera la oración presentada por medio de Cristo, y perdona todas sus faltas inherentes. ¡Cómo debiera esto estimularnos a los que nos damos cuenta que somos débiles, erráticos y poco hábiles en la oración! Si no puedes suplicar a Dios, como la hacías en años que ya se han ido, si puedes sentir que de uno u otro modo has perdido la práctica en la tarea de la suplicación, no te des por vencido, regresa aún, y preséntate, sí, con más frecuencia, porque no es un trono de críticas severas, es un trono de gracia al cual te ha acercado. Entonces, puesto que es un trono de gracia, las faltas del peticionario mismo no impedirán el éxito de su oración. Oh, ¡qué faltas hay en nosotros! ¡Cuán inadecuados somos para ir ante un trono! ¡Estamos tan contaminados por el pecado por dentro y por fuera! No podría decirnos "Orad," ni siquiera a vosotros los santos, si no hubiera un trono de gracia, mucho menos podría hablar de oración a vosotros los pecadores. Pero ahora diré esto a cada pecador que haya existido: clama al Señor y búscale mientras pueda ser hallado. Un trono de gracia es un lugar adecuado para ti: arrodíllate. Con fe sencilla acude a tu Salvador, porque El, El es el trono de la gracia. Es en El que Dios puede dispensar gracia al más culpable de la humanidad. Bendito sea Dios, ni las faltas de la oración ni las del que suplica cerrarán las puertas a nuestras peticiones del Dios que se deleita en los corazones contritos y humillados.

    Si es un trono de la gracia, entonces los deseos del que suplica serán bien interpretados. Si no puedo encontrar las palabras para expresar mis deseos sin palabras, Dios en su gracia leerá mis deseos sin palabras. El capta el sentido de sus santos, el significado de sus gemidos. Un trono que no fuera de la gracia no se tomaría la molestia de descifrar nuestras peticiones; pero Dios, el infinitamente misericordioso, buceará en el alma de nuestros deseos, y leerá allí lo que no podemos hablar con la lengua. Habéis visto a un padre, cuando su hijito está tratando de decirle algo, sabe muy bien lo que el pequeño está procurando hablar, le ayuda a formar la palabras y las sisabas, y si el chiquito ha medio olvidado lo que iba a decir, el padre sugiere la palabra. Así ocurre con el siempre bendito Espíritu: desde el trono de la gracia nos ayudará, nos enseñará las palabras, sí, y escribirá en nuestros corazones nuestros deseos mismos. En las Escrituras tenemos casos en que Dios pone palabras en boca de los pecadores. "Lleva contigo palabras," le dice, "Y dile: Recíbenos con misericordia y ámanos libremente." El pondrá los deseos, y dará además la expresión de aquellos deseos en tu Espíritu por su gracia. El dirigirá tus deseos a las cosas que deberías buscar. El te enseñará tu necesidad como si tú no la conocieras. E1 sugeriría las promesas a las que puedes recurrir para orar. En realidad, El será el Alfa y la Omega de tu oración, así como lo es en salvación. Porque así como la salvación es por gracia, de principio a fin, el acercamiento del pecador al trono de la gracia es pura gracia de principio a fin. ¡Qué consolador es esto! Queridos amigos, ¿no nos acercaremos con la mayor de las confianzas a este trono mientras sorbemos el dulce significado de esta preciosa frase "el trono de la gracia?"

    Si es un trono de gracia, entonces todas las necesidades de los que se acercan serán suplidas. El rey de ese trono no dirá "Debes traerme presentes, debes ofrecerme sacrificios." No es un trono para recibir tributos; es un trono que dispensa dones. Entonces, venid vosotros que sois pobres como la pobreza misma, venid vosotros que estáis reducidos a la bancarrota por la caída de Adán y por vuestras propias transgresiones. Este no es el trono de la majestad que se mantiene por los impuestos que recoge de entre sus súbditos, sino un trono que se glorifica cuando derrama, como una fuente, corrientes de cosas buenas. Venid ahora, y recibid el vino y la leche que se dan libremente; sí, venid, comprad vino y leche, sin dinero y sin precio. Todas las necesidades del peticionario serán suplidas, porque es un trono de gracia.

    E1 trono de la gracia. La frase crece a medida que retorna a mi mente, y para mí es una reflexión altamente placentera que si acudo al trono de la gracia en oración, puedo sentir que tengo mil defectos, pero, no obstante, hay esperanzas. Usualmente me siento menos satisfecho con mis oraciones que con cualquier otra cosa que hago. No creo que es cosa fácil orar en público, como lo es dirigir en forma correcta la adoración en una gran congregación. A veces oímos que se elogia a personas porque predican bien, pero si alguno es capacitado para orar bien, habrá un don igual y una gracia superior en ello. Pero, hermanos, supongamos que en nuestras oraciones haya defectos de conocimientos; es un trono de gracia, y nuestro Padre sabe que tenemos necesidad de estas cosas. Supongamos que haya defectos de fe; E1 ve nuestra poca fe y todavía no nos rechaza, a pesar de ser poca. En cada caso no mide su dádiva por el grado de nuestra fe, sino por la sinceridad y veracidad de la fe. Y si hay defectos graves en nuestro espíritu y fracasos en el fervor o en la humildad de la oración, aún, pese a que estas cosas no debieran ocurrir y son muy deplorables, la gracia las pasa por alto, las perdona, y sigue su mano misericordiosa extendida para enriquecernos conforme a nuestras necesidades. Ciertamente esto debiera inducir a muchos a orar y que todavía no han orado, y debiera hacer que lo que han estado por largo tiempo acostumbrados al uso del consagrado arte de la oración se acerquen con mayor confianza que nunca ante al trono de la gracia.
  3. Pero, ahora, respecto de nuestro texto como en todo, nos da la idea de la GRACIA ENTRONIZADA.

    Tenemos un trono, y ¿quién se siente en él? Es la gracia personificada la que está instalada en dignidad. Y en verdad, actualmente la gracia está en un trono. En el evangelio de Jesucristo la gracia es el atributo predominante de Dios. ¿Cómo llega a ser tan excelso? Respondemos: la gracia tiene su trono por conquista. La gracia vino a la tierra en la forma de un Bienamado, y se enfrentó con el pecado, lo cargó sobre su hombro, y aunque casi fue aplastada bajo la carga, llevó el pecado a la cruz, lo calvo allí, le dio muerte, lo dejó muerto para siempre, y triunfó gloriosa. Por esta causa, en esta hora la gracia está sentada en un trono, porque ha vencido el pecado humano, ha llevado el castigo de la culpa humana y ha derrotado a todos sus enemigos.

    Además la gracia está sentada en un trono, porque se ha establecido allí por derecho. No hay injusticia en la gracia de Dios. Dios es tan justo, cuando perdona al pecador como cuando echa a un pecador al infierno. Creo con toda mi alma que hay una justicia tan pura en la aceptación de un alma que cree un Cristo como la habrá en el rechazo de Aquellas almas impenitentes que son desterradas de la presencia de Jehová. El sacrificio de Cristo ha permitido que Dios sea justo, y, sin embargo, pueda justificar al que cree. El que conoce la palabra Sustitución y puede saber en forma correcta su significado, verá que nada punitivo se debe a la justicia por parte de ningún creyente, y que ahora Dios podría ser injusto si no salvara a aquellos por los cuales Cristo sufrió vicariamente, aquellos para quienes se proveyó su justicia, y a los cuales ha sido imputada. La gracia está en el trono por conquista, y se sienta allí por derecho.

    La gracia está entronizada hoy en día, hermanos, porque Cristo ha finalizado su obra y ha entrado en los cielos. Está entronizado en poder. Cuando hablamos de su trono, queremos decir que tiene un poder ilimitado. La gracia no se sienta en el estrado de Dios; la gracia no está de pie en la corte de Dios, sino que está sentada en el trono. Es el atributo que reina; es el rey de hoy en día. Esta es la dispensación de la gracia, el año de la gracia. La gracia reina por medio de la justicia para vida eterna Vivimos en la dinastía de la gracia, porque considerando que Jesús vive ara siempre él intercede por los hijos de los hombres, también es poderoso para salvar hasta lo sumo a los que por él acercan a Dios. Pecador, si fueras a encontrar la gracia a orilla de un camino, como un pasajero en su viaje, te optaría que hagas amistad con ella y pidas su influencia; fueras a encontrar la gracia como a un comerciante en una transacción con tesoros en las manos, te recomendaría que quistas su amistad, te enriquecería en la hora de tu reza; si vieras la gracia como uno de los pares del cielo, exaltada hasta lo sumo, te exhortaría a que te hiciera oír por pero, cuando la gracia está más alto, no puede ser mayor, porque está escrito "Dios es amor," que es un alias de la gracia. Oh, ven, e inclínate delante de ella; ven y adora la infinita gracia y misericordia de Dios. No dudes, no te detengas no vaciles. La gracia reina; la gracia es Dios; Dios es amor. Hay un arco iris alrededor del trono semejante a una raída, la esmeralda de su compasión y de su amor. Oh, almas felices que pueden creer esto, y creyéndolo pueden de inmediato y glorificar la gracia convirtiéndose en ejemplos de su poder.
  4. Finalmente, nuestro texto, bien leído, tiene LA SOBERANÍA RESPLANDECIENTE DE GLORIA, LA GLORIA DE LA GRACIA.

    El trono de la gracia es un trono. Aunque la gracia esté sigue siendo un trono. La gracia no desplaza a la soberanía. Ahora bien, el atributo de soberanía es muy elevado y Su luz es como una piedra de jaspe, más preciosa, y como piedra de zafiro, o como Ezequiel la llama, "el terrible cristal" Así dice el Rey, el Señor de los Ejércitos, "Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente." "¿Quién eres tú, oh hombre para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que formó: ¿Por qué me has hecho así?" "No tiene potestad alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?" Pero, para que ninguno de vosotros sea abatido por el pensamiento de su soberanía, os invito al texto. Es un trono. Hay soberanía, pero para cada alma que sabe orar, para cada alma que por fe que viene a Jesús, el verdadero trono de la gracia, la soberanía divina no presenta un aspecto oscuro y terrible, sino que está llena de amor. Es un trono de gracia; de lo que deduzco que la soberanía de Dios para el creyente, para uno que suplica, para uno que viene a Dios en Cristo, siempre se ejerce de pura gracia. Para vosotros, los que acudís a Dios en oración, la soberanía siempre dice así: "Tendré misericordia de ese pecador. Aunque no lo merece, aunque, no hay méritos en él puesto que yo puedo hacer lo que bien me parezca, le bendeciré, lo haré mi hijo, yo le aceptaré, será mío el día que hay mis joyas."

    Hay dos o tres cosas para pensar, y luego termino. En el trono de la gracia, la soberanía se ha puesto bajo lazos de amor. Dios hará lo que El quiere; pero sobre el trono de la gracia, él está sometido a lazos, lazos que él mismo preparado, porque ha establecido un pacto con Cristo, y de ese modo, entró en relación de pacto con sus escogidos. Aun que Dios es y debe ser un soberano, nunca quebrantará pacto, ni alternará la palabra que ha salido de su boca. puede usar de falsedad con el pacto que el mismo estableció. Cuando acudo a Dios en Cristo, a Dios sobre el trono de gracia, no debo imaginar que por algún acto de soberanía Dios va a dejar de lado su pacto. Eso no puede ser. Es imposible.

    Además, sobre el trono de la gracia, Dios está nuevamente obligado hacia nosotros por sus promesas. El pacto contiene muchísimas promesas de gracia, sobremanera grandes y preciosas. "Pedid y se os dará; buscad y hallaré llamad y se os abrirá." Cuando Dios no había aun pronunciado tales palabras, u otra expresión en ese sentido, era libre de oír o no la oración; pero ahora no es así, porque ahora, si se trata de una verdadera oración ofrecida por medio de Jesucristo, su atributo de fidelidad le obliga a oírla. Un hombre puede ser perfectamente libre, pero desde el momento que hace una promesa, ya no es libre de quebrantarla. El Dios eterno no quiere quebrantar su promesa. Se complace en cumplirla. El ha declarado que todas sus promesas son sí y amén en Cristo Jesús. Pero, para nuestra consolación, cuando examinamos a Dios bajo el elevado y terrible aspecto de un soberano, tenemos esto para reflexionar, que está bajo la obligación de la promesa del pacto de ser fiel a las almas que le buscan. Su trono debe ser un trono de gracia para su pueblo.

    Y una vez más, el más dulce de todos los pensamientos, toda la promesa del pacto ha sido confirmada y sellada con sangre, y lejos está del Dios eterno hacer que el vituperio caiga sobre la sangre de su querido hijo. Cuando el rey otorga una carta de derechos a la ciudad, aunque pudo ser absolutista antes de otorgar la carta, la ciudadanía puede invocar sus derechos ante el rey. De la misma manera, Dios ha dado a su pueblo una carta de indecibles bendiciones, otorgándoles las ciertísimas misericordias de David. En gran medida, la validez de una carta depende de la firma y del sello y, hermanos míos, ¡cuán seguro es el pacto de gracia! La firma es de la mano de Dios mismo y el sello es la sangre de Cristo, el Hijo unigénito de Dios. El pacto es ratificado con sangre, la sangre de su propio Hijo amado. No es posible que podamos suplicar a Dios en vano cuando se invoca el pacto sellado con la sangre, ordenado y seguro en todas las cosas. El cielo y la tierra pasarán, pero el poder de la sangre de Jesús no puede fracasar ante Dios. Habla cuandoestamos en silencio, y prevalece cuando somos derrotados. Cuando pide, pide mejores cosas que Abel, y su clamor es oído. Acerquémonos confiadamente, porque llevamos la promesa en nuestros corazones. Cuando nos sintamos alarmados por la soberanía de Dios, cantemos alegremente:
El evangelio mi espíritu levanta:
El Dios fiel e inmutable
pone el fundamento de mi esperanza
con juramento, promesas y con sangre.
Que Dios el Espíritu Santo nos ayude a usar en forma correcta de hoy en adelante "el trono de la gracia." Amén.
  

El viejo evangelio para el nuevo siglo.Escrito por Charles H. Spurgeon


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"Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." -- Mateo 11:28 
Ustedes ya han escuchado sin duda, muchos sermones que han tenido como base este texto. Yo mismo lo he utilizado no sé cuántas veces; sin embargo, no lo suficiente, como quiero hacerlo si Dios me presta vida. Este versículo es una de aquellas grandes e inagotables fuentes de salvación de las que podemos extraer de manera permanente, sin que lleguen a extinguirse. Un proverbio nuestro dice: "las fuentes probadas son las más dulces" y entre más busquemos en un texto como éste, se tornará más dulce y lleno de significado.

En esta ocasión, voy a utilizar este versículo de una manera especial, para extraer un solo punto de su enseñanza. Podría hablar, si así lo quisiera, del reposo que Jesucristo da al corazón, a la mente, a la conciencia de aquellos que creen en Él. Éste es el reposo, éste es el refrigerio que encuentran aquellos que vienen a Él, ya que podemos leer en el texto: "yo los refrescaré" o "yo los aliviaré", y así tendría un tema muy dulce si fuera a hablar acerca del maravilloso alivio, del divino refrigerio, del bendito reposo que llega al corazón cuando hay fe en Jesucristo. ¡Que todos ustedes experimenten esa bendición, queridos amigos! ¡Que su reposo y su paz sean muy profundos! ¡Que no sea un descanso fingido, sino un descanso que resista las pruebas y los escrutinios! ¡Que su reposo sea duradero! ¡Que su paz sea como un río que nunca deja de correr! ¡Que su paz sea siempre una paz segura, no una paz falsa, cuyo fin es la destrucción, sino una paz verdadera, sólida, justificable, que resista durante toda su vida y que al fin se diluya en el reposo de Dios, a su diestra, por toda la eternidad! ¡Bienaventurados los que así descansan en Cristo; esperamos contarnos entre ellos; y si así es, que podamos penetrar de manera más profunda en su glorioso reposo!

También podría hablar, queridos amigos, acerca de las diversas maneras en las que el Señor da descanso a los creyentes; y podría dirigirme especialmente a algunos de ustedes que siendo creyentes, no consiguen obtener el descanso prometido. Algunos de nosotros nos afanamos con las cosas de este mundo o somos atribulados por nuestros propios sentimientos; nos encontramos perplejos y sacudidos de acá para allá por dudas y temores. Deberíamos estar descansando, ya que "los que hemos creído, sí entramos en el reposo" . El reposo nos corresponde por derecho: "Siendo justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo"; pero, por alguna razón u otra, algunos de los que son así justificados no parecen alcanzar esta paz, ni gozar del reposo como deberían; tal vez, mientras hablo, puedan encontrar la causa por la que no pueden obtener la paz y el reposo que deberían tener. Ciertamente, nuestro Señor Jesucristo no le habló a un grupo en particular, cuando pronunció las palabras de nuestro texto. A todos los que están fatigados y cargados, --ya sean cristianos maduros o gente inconversa--, Él dice: "Venid a mí, y yo os haré descansar." Ciertamente me gozaré si, como resultado de lo que predique, algunos que están con un espíritu decaído y un corazón oprimido, tal vez tensos y quejumbrosos, vengan nuevamente a Cristo, acercándose a Él una vez más, entrando en contacto con Él nuevamente, y así encuentren descanso para sus almas. Entonces será doblemente dulce estar sentado a la mesa de la comunión, descansando en todo momento, reposando y festejando, no de pie, con los lomos ceñidos y con el báculo en la mano, como lo hicieron quienes participaron de la Pascua en Egipto, sino más bien reposando, tal como lo hicieron los que participaron de la última cena, cuando el Maestro estaba reclinado en medio de sus apóstoles. Por tanto, espiritualmente, que sus cabezas reposen sobre Su pecho, y que sus corazones encuentren refugio en sus heridas, mientras le oyen cuando les dice: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."

Sin embargo, no es acerca de esa verdad precisamente sobre la que les hablaré hoy. Quiero tomar solamente este pensamiento, --la gloria de Cristo, que Él nos pueda decir algo así, --el esplendor de Cristo, que sea posible que Él diga: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." Estas palabras, salidas de la boca de cualquier otro hombre, serían ridículas y aun una blasfemia. Pensemos en el poeta más inspirado, en el más grande filósofo, el rey más poderoso, pero ¿quién es él que, aun con el alma más grande se atrevería a decir a todos los que están fatigados y cargados en toda la raza humana: "Venid a mí, y yo os haré descansar"? ¿Dónde hay alas tan anchas que puedan cubrir a toda alma entristecida, excepto las alas de Cristo? ¿Dónde hay una bahía con la capacidad suficiente para albergar a todos los navíos del mundo, para refugiar a cada barco sacudido por la tempestad que alguna vez haya cruzado el mar; --dónde sino en el refugio del alma de Cristo, en quien habita toda la plenitud de la Deidad ; y por lo tanto en quien hay espacio y misericordia suficientes para todos los atribulados hijos de los hombres.


¡Ése será entonces el sentido de mi mensaje¡ ¡Que el Espíritu de Dios por su gracia me ayude a presentarlo!
  1. Primeramente, fijemos nuestra atención en LAS PERSONALIDADES DE ESTE LLAMADO: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." Si escudriñamos el texto cuidadosamente, notarán que hay una doble personalidad involucrada en el llamado. Es: "Venid todos lo que, -venid todos los que- a mí; y yo daré descanso a ustedes." Se trata de dos personas que se acercan entre sí, una otorgando y la otra recibiendo el descanso; pero no es, de ninguna manera, una ficción, un producto de la imaginación, un fantasma, un mito. Son ustedes, ustedes, USTEDES, ustedes que están realmente fatigados y cargados, y que, por lo tanto, son seres reales, dolorosamente conscientes de su existencia; son ustedes quienes deben de ir a otro Ser, que es tan real como ustedes mismos, Uno que es un ser tan viviente como ustedes son seres vivientes. Es Él quien les dice a ustedes: "Venid a mí, y yo os haré descansar."

    Queridos amigos, quiero que tengan una convicción muy clara de su propia personalidad; porque a veces, da la impresión que a la gente se le olvida que son individuos, distintos de todo el mundo. Cuando van a regalar una moneda de oro, y su sonido se escucha a la distancia, la mayoría de los hombres están conscientes de su propia personalidad, y cada quien mira por sí mismo, y trata de obtener el premio, pero a menudo encuentro, en relación con las cosas eternas, que los hombres parecen perderse en la multitud y piensan en las bendiciones de la gracia como una suerte de lluvia general que puede caer en los campos de todos de manera igual, pero no necesariamente esperan la lluvia en su propia parcela, ni desean obtener una bendición específica para ellos. Entonces, pues, ustedes, ustedes, USTEDES, ustedes que están fatigados y cargados, despiértense. ¿Dónde están? El llamado del texto no es para su hermana, su madre, su esposo, su hermano, su amigo, sino para ustedes: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."

    Bueno, ahora que se han despertado, y sienten que son una personalidad distinta de todos los demás en el mundo, a continuación sigue el punto de mayor importancia de todos: ustedes tienen que ir a otra Personalidad. "Venid a mí," dice Cristo, "y yo os haré descansar." Aquí les pido que admiren la maravillosa gracia y la misericordia de este arreglo. De acuerdo con las palabras de Cristo, ustedes obtendrán la paz del corazón, no al venir a una ceremonia, o a una ordenanza, sino a Cristo mismo: "Venid a mí." Ni siquiera dice "Venid a mi enseñanza, a mi ejemplo, a mi sacrificio" sino "Venid a mí." Es a una Persona a quien deben ir, a esa misma Persona que, siendo Dios, e igual que el Padre, se despojó de sus glorias y asumió cuerpo humano,--

    "Primeramente para, en nuestra carne mortal, servir;
    Y después, en esa misma carne, morir."

    Y ustedes deben de ir a esa Persona; debe de haber una cierta acción de parte de ustedes, el movimiento de ustedes hacia Aquel que les llama: "Venid a mí", un movimiento que se aleja de toda otra base de confianza, o puerta de esperanza, hacia el que llama, como la Persona que Dios ha designado y ungido para que sea el único Salvador, el gran depósito de gracia eterna, en quien el Padre ha querido que habite toda la plenitud. ¡Oh hombre glorioso, Oh glorioso Dios, que puede así hablar con autoridad, y decir, "Venid a mí, y yo os haré descansar"! Les suplico que hagan a un lado cualquier otro pensamiento, excepto el de Cristo viviendo, muriendo, resucitando y subiendo a la gloria; ya que Él les señala, no la casa de oración, ni el trono de gloria, ni el baptisterio, ni la mesa de la comunión; ni siquiera las cosas más santas y sagradas que Él ha ordenado para otros propósitos; ni siquiera al Padre mismo, ni al Espíritu Santo; sino que Él dice: "Venid a mí." Aquí debe de empezar la vida espiritual de ustedes, a sus pies; y aquí debe de ser perfeccionada su vida espiritual, en su pecho; ya que Él es a la vez el Autor y el Consumador de la fe. Adoremos a Cristo, en cuya boca estas palabras son tan adecuadas y llenas de significado; no puede ser menos que divino quien así se expresa: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."
  2.  Ahora, en segundo lugar, quiero que se den cuenta de LA MAGNANIMIDAD DEL CORAZÓN DE CRISTO, que se manifiesta en el texto: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar."

    Dense cuenta, primero, de la magnanimidad de su corazón al destacar a aquellos verdaderamente necesitados para hacerlos objeto de su llamado amoroso. ¿Alguna vez se han dado cuenta del cuadro que el Señor ha dibujado mediante estas palabras? "Todos los que están fatigados." Esa es la descripción de una bestia que tiene un yugo sobre su cuello. Los hombres pretenden encontrar el placer al servicio de Satán, y le permiten uncir su yugo sobre sus cuellos. Seguidamente tienen que trabajar, y batallar y sudar en lo que ellos denominan placer; sin encontrar descanso ni contentamiento en ello; y entre más trabajan al servicio de Satanás, más se incrementa su trabajo, ya que él utiliza aguijada y látigo, y siempre los está impulsando a nuevos esfuerzos. Ahora, Cristo dice a esas personas que son como animales de carga: "Venid a mí, y yo os haré descansar."

    Pero ellos se encuentran en una condición peor de lo que acabo de describir, pues no solamente trabajan, como el buey en el arado, sino que también llevan una carga muy pesada. Muy pocas veces ocurre que los hombres conviertan a un caballo o a un buey simultáneamente en una bestia de tiro y de carga, pero así es como el diablo trata al hombre que se convierte en su siervo. Satanás lo engancha a su carroza y lo obliga a arrastrarla, y luego salta sobre sus espaldas y cabalga como un jinete. Así que el hombre trabaja y está severamente cargado, ya que tiene que arrastrar al vehículo y llevar al jinete. Tal hombre se fatiga en pos de lo que él llama placer; y, al hacerlo, el pecado salta sobre su espalda, y luego lo sigue otro pecado, y luego otro, hasta que pecados sobre pecados lo aplastan contra el suelo, pero aún así tiene que continuar arrastrando y jalando con toda su fuerza. Esta doble carga es suficiente para matarle; pero Jesús lo mira con piedad, al verlo fatigado bajo la carga del pecado, trabajando para obtener placer en el pecado, y le dice: "Ven a mí, y yo te haré descansar."

    ¿Cristo quiere a las bestias de tiro del diablo, aun cuando ya se han desgastado al servicio de Satanás? ¿Quiere persuadirlas a abandonar a su viejo amo, para que vengan a Él? ¿A estos pecadores que solamente están cansados del pecado porque ya no pueden encontrar fuerzas para seguir pecando, o que no se sienten cómodos puesto que ya no disfrutan del placer que antes encontraban en la maldad, Cristo los llama a venir a El? Sí, y una muestra de la magnanimidad de su corazón, es su deseo de dar descanso a aquellos grandemente fatigados y cansados.

    Pero la magnanimidad de su corazón se comprueba en el hecho que Él invita a todos esos pecadores a venir a El; a todos esos pecadores, repito. ¡Cuánto significado contiene esa pequeña palabra: "todos"! Yo creo que, generalmente, cuando un hombre usa grandes palabras, dice pequeñas cosas; y que, cuando usa pequeñas palabras, dice grandes cosas; y, ciertamente, las pequeñas palabras de nuestro idioma son usualmente las que tienen mayor significado. ¿Cuál es el significado de esta pequeña palabra "todos", o, más bien, qué es lo que no incluye? Y Jesús, sin limitar su significado, dice: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados." ¡Oh, la magnificencia del amor y de la gracia de Cristo, que haya invitado a todos a venir a El! Y más aún, invita a todos a venir de inmediato."Vengan todos conmigo, dice Él, todos los que están fatigados y cargados; vengan en una multitud, vengan en grandes masas; vuelen a mí como una nube, como palomas a sus ventanas." Nunca serán demasiados los que vengan a Él y le hagan sentir satisfecho; Él parece decir: "Entre más, más contento." El corazón de Cristo se regocijará por todas las multitudes que vengan a Él, porque Él ha hecho una gran fiesta, y ha invitado a muchos, y aun envía a sus siervos a decir: "Aún hay espacio; por tanto, venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados."

    Recordemos, también, que la promesa de Cristo está dirigida personalmente a cada uno de estos pecadores. Cada uno de ellos vendrá a Él, y Él dará descanso a cada uno. A cada uno que está fatigado y cargado, Jesús le dice: "Si tu vienes a mí, yo-yo mismo te daré descanso--; no te enviaré al cuidado de mi siervo el ministro, para que te cuide, sino que yo mismo haré todo el trabajo, y te haré descansar." Cristo no dice: "Te llevaré a mi palabra, y allí encontrarás alivio." No; sino que dice: "Yo, una Persona, te daré descanso a ti, una persona, por medio de un claro acto mío, si tú deseas venir a mí."

    Ese trato directo de Cristo con las personas es ciertamente bendito. Tennyson es autor de un poema, que es, para mí, el más dulce de todos los que escribió; tiene que ver con una niña que fue hospitalizada, y que sabía que debía ser operada, con gran riesgo de su vida; así que ella le preguntó a su compañera de la cama contigua qué debía hacer. Su compañera le dijo que le contara todo a Jesús, y le pidiera que la cuidara; entonces la niña preguntó: "¿Pero cómo me conocerá Jesús?" Las dos niñas estaban confundidas porque había tantas hileras de camas en el hospital infantil, y además pensaban que Jesús estaba tan ocupado, que no sabría cuál niña le había pedido que la cuidara. Entonces acordaron que la niña pusiera sus manos fuera de la cama, y cuando Jesús viera sus manos, sabría que ella era la niña que lo necesitaba. La escena, tal como el poeta la describe, es conmovedora; al relatarla le quito algo de su encanto; pues, en la mañana, cuando los doctores y las enfermeras se paseaban por el pabellón, se dieron cuenta de que Jesús había estado allí, y que la niña había ido a Él sin necesidad de la operación. Él la había cuidado de la mejor manera posible; y allí estaban sus manitas, tendidas fuera de la cama.

    Bien, nosotros ni siquiera tenemos que hacer eso, puesto que el Señor Jesús nos conoce a cada uno de nosotros, y Él vendrá personalmente a cada uno de nosotros, y nos hará descansar. Aunque es muy cierto que tiene mucho que hacer, aun puede decir: "Mi Padre hasta ahora trabaja; también yo trabajo"; ya que el universo entero se mantiene en funcionamiento por su fuerza omnipotente, y Él no olvidará a ninguno que venga a Él. De igual manera que una persona que tiene abundantes alimentos puede decir a una gran multitud de hambrientos: "Vengan conmigo, y yo les daré alimento a todos", de la misma manera Cristo sabe que en sí mismo tiene el poder para dar descanso a cada alma fatigada que viene a Él; tiene absoluta certeza de ello, por lo que no dice: "Ven a mí, y haré todo lo que esté de mi parte contigo" o, "posiblemente, si me esfuerzo, tal vez pueda hacerte descansar." ¡Oh, no; sino que Él dice: "Ven a mí, y yo te haré descansar." Es algo que se da por sentado en Él, ya que, déjenme decirles, Él ha ejercitado su mano en millones de personas, y no ha fallado ni una sola vez, por lo que habla con un aire de sólida confianza. Estoy seguro, tal como mi Señor lo estaba, que si hay alguien aquí entre ustedes que quiera venir a Él, Él puede dar y dará descanso a su alma. Él habla con la conciencia de poseer todo el poder requerido, y con la absoluta certeza de que puede realizar el acto necesario.

    Porque, fíjense, Jesús promete sabiendo todo de antemano acerca de los casos que describe. Él sabe que los hombres están fatigados y cargados. No hay dolor en el corazón de alguien aquí presente, que Jesús no conozca, porque Él lo sabe todo. Los pensamientos de ustedes pueden estar retorcidos de muchas maneras, y todos sus métodos de juicio pueden parecer un laberinto, un rompecabezas que, según creen ustedes, nadie puede descifrar. Pueden estar sentados aquí, diciéndose: "Nadie me entiende, ni siquiera yo mismo. Me encuentro atrapado en las redes del pecado, y no veo ninguna forma de escapar. Estoy perplejo más allá de toda posibilidad de liberación." Te digo, amigo mío, que Cristo no habla sin sentido cuando dice: "Ven a mí, y yo te haré descansar." Él puede seguir el hilo a través de la madeja enmarañada y puede extraerlo en línea recta. Él puede seguir todas las torceduras del laberinto hasta llegar a su mero centro. El puede quitar la causa de tu problema, aunque tú mismo no sepas de qué se trata; y lo que para ti se encuentra envuelto en misterio,-un dolor impalpable que no puedes manejar, mi Señor y Salvador sí puede eliminarlo. Él habla acerca de lo que puede hacer cuando da esta promesa, ya que su sabiduría es tal que puede percibir las necesidades de cada alma individual, y su poder es lo suficientemente grande para aliviar todas las necesidades; así que Él dice a cada espíritu fatigado y cargado el día de hoy: "Ven a mí, y yo te haré descansar."

    Recordemos también que, cuando Cristo dio esta promesa, Él sabía el número de los que habían de ser incluidos en la palabra "todos." A pesar de que para nosotros, ese "todos" incluye una multitud que ningún hombre puede contar, "el Señor conoce a los que son suyos" y cuando dijo: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar", Él no hablaba desconociendo que hay miles y millones y cientos de millones que están fatigados y cargados, y Él se dirigía concretamente a ese vasto conglomerado cuando dijo: "Venid a mí, y yo os haré descansar."

    ¿He logrado hacerlos pensar, queridos amigos, acerca de la grandeza del poder y la gracia del Señor? ¿Los he motivado a adorarle? Espero que así sea. Mi propia alma desea postrarse a sus pies, absorta en la dulce consideración de la grandeza de esa gracia que de tal manera se expresa y que habla con la verdad cuando dice a toda la raza humana en la ruina: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo" -con una certeza absoluta,--"os haré descansar."

    No debemos olvidar tampoco que lo que Cristo ha prometido tiene vigencia para todos los tiempos. Aquí tenemos a un hombre hablando que fue "despreciado y desechado por los hombres." Veámoslo claramente ante nuestros ojos, --el hijo del carpintero, el hijo de María, "varón de dolores y experimentado en el sufrimiento"; sin embargo, Él dijo a los que se congregaban a su alrededor: "Venid a mí, y yo os haré descansar"; pero Él miraba a través de todos los siglos que habrían de venir, y nos habló a nosotros congregados aquí ahora, y luego miró a todas las multitudes de esta gran ciudad, y de este país, y de todas las naciones de la Tierra, y dijo: "Venid a mí, y yo os haré descansar." En efecto, Él dijo: "Hasta que yo venga de nuevo a la Tierra, sentado sobre el trono del juicio, prometo que toda alma cargada que venga a mí encontrará descanso en mí." Los sufrimientos de los hombres, por su multitud, son semejantes a las estrellas del cielo; y los hombres mismos son innumerables. Cuenten, si pueden, las gotas del rocío de la mañana, o las arenas del mar y a continuación traten de contar a los hijos de Adán desde el principio del tiempo; pero, nuestro Señor Jesucristo, hablando a la vasta multitud de hijos de los hombres que están fatigados y cargados, les dice: "Venid a mí; venid a mí; porque el que a mí viene jamás lo echaré fuera; y al que viene a mí, yo le daré descanso para su alma."

    Muestra, también, la grandeza del poder y la gracia de Cristo cuando recordamos los muchos que han comprobado que esta promesa es verdadera. Ustedes saben que a través de todos estos siglos hasta ahora, ninguna alma fatigada y cargada ha venido a Cristo en vano. Aun en los últimos confines de la Tierra, no se ha encontrado un criminal tan vil, o un alma totalmente encerrada en el calabozo del Gigante Desesperación, que al venir a Cristo, no haya recibido el descanso prometido y, por lo tanto, Cristo ha sido engrandecido.
  3. Ahora consideremos juntos, por unos minutos, la SIMPLICIDAD DE ESTE EVANGELIO.

    Jesucristo dice a todos los que están fatigados y cansados: "Venid a mí, y yo os haré descansar." Esta invitación implica un movimiento, un movimiento de algo a algo. Ustedes son invitados a alejarse de todo aquello en lo que han venido poniendo su confianza, y a caminar hacia Cristo, y confiar en Él; y en cuanto lo hagan, Él os dará el descanso. ¡Cuán diferente es esta simplicidad de los sistemas complejos que los hombres han establecido! Pues, de conformidad con las enseñanzas de ciertos hombres, para ser cristianos y para seguir todas las regulaciones del culto, necesitan tener una pequeña biblioteca de consulta para saber a qué hora hay que encender las veladoras, y cómo mezclar el incienso, o la manera adecuada de usar el velo, y adónde deben voltear al decir cierta oración, y a qué otro lugar deben de voltear al decir otra, y si su entonación, o su canto o su murmullo será aceptable a Dios.¡Oh, queridos, queridos, queridos! Toda esta compleja maquinaria inventada por el hombre, (el así llamado "bautismo" en la infancia, la confirmación en la juventud, "tomar el sacramento", como algunos lo llaman) es un maravilloso abracadabra, lleno de misterio, y falsedad, y engaño; pero, de acuerdo con la enseñanza de Cristo, el camino a la salvación es solamente éste: "Venid a mí, y yo os haré descansar." Y si tú, querido amigo, has venido a Cristo, y has confiado en Él, has recibido ese descanso y esa paz que Él se complace en otorgar; has encontrado el corazón de la nuez, has alcanzado la esencia y la raíz de todo el asunto. Si tu corazón ha abandonado cualquier otra confianza y sólo está dependiendo en Jesucristo, has encontrado la vida eterna, y esa vida eterna nunca será arrebatada de ti. Por tanto, gózate en ello.

    Y siguiendo adelante, esta invitación está en el tiempo presente: "Ven, ahora." No esperes a llegar a casa, sino deja que tu alma se mueva hacia Cristo. Nunca vas a estar en mejor condición para ir a Él de lo que estás ahora; ni estarás en nada peor al venir a Él, a menos que, al posponer el llamado, estés más endurecido y menos inclinado a venir. En este mismo momento necesitas a Cristo; por lo tanto, ve a Él. Si estás hambriento, ésa es ciertamente la mejor razón para comer. Si estás sediento, ésa es la mejor razón para beber. O puede ser que estés tan enfermo que no tengas hambre; entonces ve a Cristo, y come de las provisiones del Evangelio hasta que se abra tu apetito de esas provisiones. Al pecador que afirma: "no tengo sed de Cristo", me gusta decirle: "ve y bebe hasta que se abra tu sed", porque de la misma manera que una bomba de agua no funciona si no le echas líquido primero, así sucede con ciertos hombres. Cuando reciben algo de la verdad en sus almas, aunque pareciera al principio una recepción muy imperfecta del Evangelio, eso les ayudará posteriormente a ansiar más profundamente a Cristo y a sentir un gozo más intenso de las bendiciones de la salvación.
De todas maneras, Cristo dice: "Ven ahora," y Él dice de manera implícita, "Ven, tal como eres". Tal como son, vengan a mí, todos los que están fatigados y cansados, y yo os haré descansar. Si ustedes trabajan, entonces, antes de lavar sus manos mugrosas, vengan a mí, y yo les haré descansar. Si ustedes están débiles y cansados, y al borde de la muerte, mueran en mi pecho; porque para eso han venido a mí." No venimos a Cristo cuando ejercitamos nuestro propio poder de venir, sino cuando nos olvidamos de nuestro deseo de permanecer alejados. Cuando su corazón se rinde, suelta todo aquello que está sosteniendo, y se arroja a las manos de Cristo; es en ese momento que se realiza el acto de fe, y es a ese acto que Cristo los invita cuando dice, "Venid a mí, y yo os haré descansar."

"Bien" dice alguno, "yo nunca he entendido el Evangelio; siempre me ha intrigado y me ha dejado perplejo." En ese caso, voy a tratar de presentártelo de manera muy sencilla. Jesucristo, el Hijo de Dios, vivió y murió por los pecadores, y tú estás invitado a venir y confiar en Él. Confía en Él; depende de Él; echa todo el peso sobre Él; ve a Él y Él te dará descanso.¡Oh, que por su infinita misericordia, Él revele esta sencilla verdad a tu corazón, y que tú estés presto a aceptarla ahora mismo! Yo quiero glorificar a mi bendito Señor, que trajo al mundo un plan de salvación tan sencillo como éste. Hay algunos hombres que parecen rompecabezas, ya que les gusta perderse en dificultades y misterios, y desplegar ante sus oyentes los frutos de su gran cultura y su maravilloso conocimiento. Si su Evangelio es verdadero, es un mensaje exclusivamente para la élite; y muchos tendrían que ir al infierno si ésos fueran los únicos predicadores. Pero nuestro Señor Jesucristo se gloriaba en predicar el Evangelio a los pobres, y es para honra suya que puede decirse, hasta este día, "no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia." Es una bendición, que hay un Evangelio que se adecua al hombre que no sabe leer, y que también se adapta al hombre que no puede hilvanar dos pensamientos consecutivos, y que se adecua al hombre cuyo cerebro ha fallado casi completamente a la hora de la muerte; un Evangelio que se adecua al ladrón muriendo en la cruz; un evangelio tan sencillo que, si sólo hubiera gracia para recibirlo, no requiere de grandes poderes mentales para entenderlo. Bendito sea mi Señor por darnos un Evangelio tan sencillo y simple como éste.

Quiero que presten atención a un punto más, y luego termino mi mensaje. Y es éste: LA GENEROSIDAD DEL PROPÓSITO DE CRISTO.

Venid, amados que aman al Señor, escuchad mientras les repito estas dulces palabras suyas: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cansados, y yo os haré descansar." "Yo os haré." El no dice:" vengan a mí y tráiganme algo" sino "Venid a mí, y yo os haré descansar." Tampoco expresa: "Venid y haced algo para mí" sino "Yo haré algo para ustedes." Posiblemente éste haya sido el problema de ustedes, queridos hermanos, que han querido traer hoy un sacrificio aceptable; y en la escuela dominical, o en otra forma de servicio, han estado tratando de honrarle. Me da gusto, y espero que sigan intentándolo. Pero cuídense de no caer en el error de Marta, y "afanarse con mucho servicio". Por un instante, olvídense de la idea de venir a Cristo para traerle algo; y vengan ahora, ustedes que están fatigados y cargados, y reciban una bendición de Él, pues Él ha dicho "yo os haré descansar". Cristo puede ser honrado cuando ustedes le dan, pero Él debe ser honrado por lo que Él les da. No hay duda de la bondad de lo que recibirán de Él si vienen a Él; entonces, ahora mismo, no piensen en traerle nada a Él, sino vengan a Él para que puedan recibir de Él.

"Quiero amar a Cristo," dice uno. Bien, olvídate de eso ahora; más bien trata de sentir cuánto te ama Él. "¡Oh, pero yo quiero consagrarme a Él!" Muy bien, mi querido amigo; pero, mejor ahora piensa cómo Él se consagró por ti. "¡Oh, pero yo deseo no pecar más!" Muy bien, querido amigo; pero, mejor ahora piensa cómo Él cargó con tus pecados en su propio cuerpo en el madero". "¡Oh, dice uno, quisiera tener un frasco de alabastro con un ungüento muy precioso, para ungirle su cabeza y sus pies, y que toda la casa se llene con un dulce perfume!" Sí, todo eso está muy bien, pero escucha: Su nombre es un ungüento derramado; si no tienes nada de ungüento, Él tiene; si no tienes nada que traerle a Él, Él tiene abundancia que darte.

Cuando mi querido Señor llama a alguien para que venga a Él, no es para Su propio beneficio que lo llama. Cuando les otorga favores, cuando viene con grandes promesas de descanso, no es un soborno para comprar sus servicios. Es demasiado rico para tener necesidad de los mejores y los más fuertes de nosotros; solamente nos pide, en nuestra gran caridad, que seamos tan amables de recibir todo de Él. Esto es lo más grande que podemos hacer por Dios, estar totalmente vacíos para que su todo pueda verterse en nosotros. Eso es lo que quiero hacer cuando me siente a la mesa de la comunión; quiero estar sentado allí, sin pensar en nada que pueda ofrecer a mi Señor, sino abrir mi alma, y tomar todo lo que Él quiera darme. Hay momentos en que los tenderos están vendiendo su mercancía, pero también hay momentos que reciben mercancía, como ustedes saben. Por tanto, ahora, abran la puerta de la gran bodega, y dejen entrar todos los bienes. Dejen que Cristo entero entre en su alma.

"No siento" dice uno, "como si yo pudiera gozar la presencia de mi Señor." ¿Por qué no? "Porque he estado dedicado intensamente todo el día a su servicio; y ahora estoy tan fatigado y cargado." Tu eres alguien a quien especialmente llama el Señor a venir a Él. No trates de hacer nada excepto simplemente abrir tu boca, y Él la llenará. Ven ahora y simplemente recibe de Él, y dale gloria recibiendo.¡ Oh sol, tú alumbras; pero no hasta que Dios te hace brillar! ¡Oh luna, tu alegras la noche; pero no con tu propio brillo, sino sólo con luz prestada! ¡Oh campos, ustedes producen cosechas; pero el gran Agricultor crea el grano! ¡Oh tierra, tu estás llena; pero solamente llena de la bondad del Señor! Todo recibe de Dios, y le alaba al recibir. Permítanme que mi cansado corazón se incline quieto bajo la lluvia de amor; permítanme que mi alma cargada descanse en Cristo, y lo pueda alegrar al estar alegre en Él.

¡Dios los bendiga a todos, y que Cristo sea glorificado en su salvación y en su santificación, por causa de su nombre! Amén. 

Dante Gebel – Cerco de adoración,mensaje en audio


Si durante la semana te cuesta horrores adorar, ya sea porque tienes una familia disfuncional, porque en tu casa no te apoyan, porque tu mamá es inconversa, porque tu esposo en un borracho, porque es un violento, porque tu esposa es una loca, por lo que sea… recuerda cómo estaba tu corazón cuando adoraste la primera vez; vuelve al sitio del primer milagro; haz una ofrenda de sacrificio, soltando lo que te impide llegar a Él y Sus bendiciones alcanzarán tu vida y la de tus hijos y tus nietos.