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LA CUEVA DE ADULAM


“Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres” 1Samuel 22:1-2






La religión siempre tiende a resaltar al hombre por sobre la gracia de Dios. Las descripciones entregadas, se asemejan al detalle de superhombres que merced a su abnegación y fe, lograron alcanzar los objetivos trazados por Dios.

Pero la Biblia se encarga de desmoronar aquellas fábulas. Todos los hombres usados por Dios, alguna vez, también fallaron y se vieron hundidos en su propio fracaso. Esa es la experiencia del propio David, quien huyendo de Saúl, lleno de pavor y descontrol, dejando una seguidilla de consecuencias por causa de su falta de fe en aquel que le dio la victoria frente al gigante filisteo, llega derrotado a una cueva que lo acoge y lo restaura.



Es la afamada cueva de Adulam. Aquel refugio donde no solo llega un deprimido David, sino que otros en las mismas condiciones. Afligidos, endeudados y amargados; menesterosos de ser escuchados, comprendidos y restaurados. Es una masa humana sin rumbo y sin propósito.



Es ahí donde David escribe el entrañable salmo 57





“Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí;

Porque en ti ha confiado mi alma,

Y en la sombra de tus alas me ampararé

Hasta que pasen los quebrantos”



Es el momento de estar a solas con Dios, sin otro que pueda oír y ayudar. Los que se añadieron, que en total fueron como cuatrocientos, también debieron pasar por aquel proceso de depender exclusivamente de Dios.



Sin dudas, la iglesia ha de ser este bendito refugio de Adulam. Un lugar en donde se experimente la acogida a lo vil y despreciado. ¿Acaso no dice la Escritura que lo vil y despreciado escogió Dios y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia? ( 1Corintios 1:25-31)



Que lejos de aquello a veces parece ser la descripción de la iglesia actual en donde todo se ha vuelto tan sofisticado y lleno de vanidad. En donde se mira la clase económica y el nivel académico. Hasta parece que se solicitara el papel de antecedentes como boleto de entrada. Esta observación no es una percepción subjetiva, Santiago ya lo advertía:



“Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?”



Santiago 2:1- 4





Tal vez hemos olvidado por completo que la iglesia se compone de hombres y mujeres pecadores llenos de defectos y de necesidades.

El Señor Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores. El comió con publícanos, compartió su mensaje con rameras y borrachos, recibió a hombres fracasados y tristes, y los condujo a sendas de verdad y de justicia.



La iglesia fundada por Cristo, debe tener aquel sello restaurador. Que recibe aquello que “ bota la marea”, eso que no sirve, que no importa o que esta destinado al estercolero. Eso es lo que éramos todos nosotros sin Cristo, éramos menos que nada, pero en medio de esa ruina espiritual; muertos en delitos y pecados, el Santo Espíritu de Dios nos condujo a esa bendita cueva de restauración, en la cual fuimos levantados y capacitados para servir a Dios.



Nosotros con nuestra fórmula racional nos decíamos: “ ¿Pude salir algo bueno de lo que no sirve para nada? “Ciertamente que sí, siempre y cuando sea Dios quien intervenga.

Nosotros somos vasos de barro y él es el alfarero que moldea a esta masa amorfa y sin valor, y depositando en su interior un tesoro poderoso y excelente.



Amados hermanos, la iglesia no es una institución para los ángeles. Es el refugio y el oasis al cual cientos de fracasados y amargados han de llegar para recibir restauración mediante el perdón de pecados que Cristo ofrece gratuitamente.



David y sus cuatrocientos “buenos para nada” fueron refugiados en aquella bendita cueva de adulam, porque Dios es rico en perdón y misericordia, y la potencia de su gracia es capaz de hacer de la nada, un vaso útil para su gloria.

Hagamos de nuestra asamblea local, una pequeña “cueva de Adulam” en donde reconozcamos que todos dependemos de Dios y de su poder restaurador.

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LA CUEVA DE ADULAM


“Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres” 1Samuel 22:1-2






La religión siempre tiende a resaltar al hombre por sobre la gracia de Dios. Las descripciones entregadas, se asemejan al detalle de superhombres que merced a su abnegación y fe, lograron alcanzar los objetivos trazados por Dios.

Pero la Biblia se encarga de desmoronar aquellas fábulas. Todos los hombres usados por Dios, alguna vez, también fallaron y se vieron hundidos en su propio fracaso. Esa es la experiencia del propio David, quien huyendo de Saúl, lleno de pavor y descontrol, dejando una seguidilla de consecuencias por causa de su falta de fe en aquel que le dio la victoria frente al gigante filisteo, llega derrotado a una cueva que lo acoge y lo restaura.



Es la afamada cueva de Adulam. Aquel refugio donde no solo llega un deprimido David, sino que otros en las mismas condiciones. Afligidos, endeudados y amargados; menesterosos de ser escuchados, comprendidos y restaurados. Es una masa humana sin rumbo y sin propósito.



Es ahí donde David escribe el entrañable salmo 57





“Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí;

Porque en ti ha confiado mi alma,

Y en la sombra de tus alas me ampararé

Hasta que pasen los quebrantos”



Es el momento de estar a solas con Dios, sin otro que pueda oír y ayudar. Los que se añadieron, que en total fueron como cuatrocientos, también debieron pasar por aquel proceso de depender exclusivamente de Dios.



Sin dudas, la iglesia ha de ser este bendito refugio de Adulam. Un lugar en donde se experimente la acogida a lo vil y despreciado. ¿Acaso no dice la Escritura que lo vil y despreciado escogió Dios y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia? ( 1Corintios 1:25-31)



Que lejos de aquello a veces parece ser la descripción de la iglesia actual en donde todo se ha vuelto tan sofisticado y lleno de vanidad. En donde se mira la clase económica y el nivel académico. Hasta parece que se solicitara el papel de antecedentes como boleto de entrada. Esta observación no es una percepción subjetiva, Santiago ya lo advertía:



“Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?”



Santiago 2:1- 4





Tal vez hemos olvidado por completo que la iglesia se compone de hombres y mujeres pecadores llenos de defectos y de necesidades.

El Señor Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores. El comió con publícanos, compartió su mensaje con rameras y borrachos, recibió a hombres fracasados y tristes, y los condujo a sendas de verdad y de justicia.



La iglesia fundada por Cristo, debe tener aquel sello restaurador. Que recibe aquello que “ bota la marea”, eso que no sirve, que no importa o que esta destinado al estercolero. Eso es lo que éramos todos nosotros sin Cristo, éramos menos que nada, pero en medio de esa ruina espiritual; muertos en delitos y pecados, el Santo Espíritu de Dios nos condujo a esa bendita cueva de restauración, en la cual fuimos levantados y capacitados para servir a Dios.



Nosotros con nuestra fórmula racional nos decíamos: “ ¿Pude salir algo bueno de lo que no sirve para nada? “Ciertamente que sí, siempre y cuando sea Dios quien intervenga.

Nosotros somos vasos de barro y él es el alfarero que moldea a esta masa amorfa y sin valor, y depositando en su interior un tesoro poderoso y excelente.



Amados hermanos, la iglesia no es una institución para los ángeles. Es el refugio y el oasis al cual cientos de fracasados y amargados han de llegar para recibir restauración mediante el perdón de pecados que Cristo ofrece gratuitamente.



David y sus cuatrocientos “buenos para nada” fueron refugiados en aquella bendita cueva de adulam, porque Dios es rico en perdón y misericordia, y la potencia de su gracia es capaz de hacer de la nada, un vaso útil para su gloria.

Hagamos de nuestra asamblea local, una pequeña “cueva de Adulam” en donde reconozcamos que todos dependemos de Dios y de su poder restaurador.