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Aimee Semple McPherson UNA NIÑITA MUY ESPECIAL


 

Aimee Elizabeth Kennedy nació el 9 de Octubre de 1890 en una pequeña granja cerca de Ingersoll, Ontario, Canadá. Nació en un hogar cristiano, fue la hija única de James Kennedy, director del coro de la Iglesia Metodista local, y de Minnie Kennedy, directora de la Escuela Dominical del Ejército de Salvación. Desde muy pequeña dio muestras de un claro liderazgo entre sus compañeros de escuela, y a los 13 años ya se había convertido en una oradora muy popular de los diferentes eventos de la Iglesia y de la ciudad. Muchas personas venían de otros pueblos a escuchar a la “niñita con el don especial”.

En su adolescencia empezó a estudiar la teoría de Darwin, que ya se enseñaba en los cursos de secundaria, y comenzó a debatir con todos los Pastores y Evangelistas que venían a su Iglesia, sin que nadie pudiera vencerla en su argumentación. A pesar de sus aparentes victorias, Aimee se sentía triste porque llegó a la conclusión que la fe no tenía sentido y que la religión solo era un conjunto de costumbres y rituales. Entonces clamó al Señor: “Si hay un Dios, revélate a mí”.

Al día siguiente vio un cartel que anunciaba un servicio pentecostal llamado “Campaña del Espíritu Santo” a cargo del Evangelista irlandés Robert Semple. Por curiosidad asistió esa noche y durante el servicio de Avivamiento, el mensaje de arrepentimiento que compartía el Evangelista penetró profundamente en su corazón. Cuando el Evangelista empezó a predicar sobre el Bautismo del Espíritu Santo y oró en lenguas, Aimee se perturbó de tal manera que salió corriendo de la reunión.

Por tres días ella luchó con la convicción que el Espíritu Santo estaba grabando en su corazón, hasta no pudo más y levantó sus manos al cielo diciendo: “Señor, ten misericordia de mí que soy pecadora”. En ese momento fue consciente del poder de la sangre de Jesús, su carga fue inmediatamente quitada y la gloria del Señor llenó su corazón. Ella había nacido otra vez.

EL LLAMADO Y EL TIEMPO DIFÍCIL

Aimee siguió asistiendo a los servicios de Avivamiento y recibió el Bautismo del Espíritu Santo y comenzó a alabar y glorificar a Dios en otras lenguas. Ella describió este suceso así: "Cada momento podía sentirme más y más cerca en Su presencia… Soy solamente una muchacha de la escuela, vivo en una granja canadiense, pero me entrego completamente a Ti para que me uses".

Con el Bautismo del Espíritu Santo vinieron un amor y una compasión para las almas que derritieron su corazón con el anhelo de servir a Cristo. Ese deseo concordaba perfectamente con el trabajo evangelistico de Robert Semple, quien pocos meses después le pidió que se casara con él, a lo que ella respondió rápidamente "Sí."

En 1910, después de dos años de casados y antes que Aimee hubiera cumplido veinte años, ella y su esposo emprendieron un viaje misionero a China. Aimee viajó embarazada. Debido a kas condiciones insalubres que tuvieron que soportar durante el viaje y en el lugar en el que vivían, Robert y Aimee enfermaron de malaria. El estado de salud de Robert llegó a ser muy grave y murió tan solo tres meses después de llegar a China.

UNA NUEVA OPORTUNIDAD

Aimee regresó a los Estados Unidos cuando su hija Roberta cumplió 1 mes de nacida, y un año después se casó con Harold McPherson, un hombre de negocios, con el cual tuvo a su hijo Rolf. Ella intentó llevar una vida de hogar normal, pero el llamado al ministerio seguía vivo en su corazón y su salud se deterioró mucho durante los siguientes tres años. Finalmente fue deshauciada por los médicos pero ella oía la voz de Dios que le decía: “Haz obra de evangelista. ¿Irás?”. Aimee le respondió: “Sí Señor”, y sus dolores desaparecieron. Dos semanas después había recuperado sus fuerzas y estaba completamente sana.

Harold deseaba una esposa que atendiera los niños y la casa, pero ella sabía que tenía que cumplir su voto. Aimee se fue con sus hijos a la casa de sus padres en Toronto-Canadá, dejó los niños al cuidado de la abuela Minnie y dio inicio al Ministerio al que Dios la había llamado. Un tiempo después Harold intentó unirse al ministerio, pero no se pudo adaptar a los servicios itinerantes y a la falta de futuro que él veía en ese tipo de vida. Finalmente, Harold solicitó el divorcio, se volvió a casar y llevó la vida normal que él anhelaba.

Aimee realizaba los servicios de Avivamiento bajo una carpa, viajando de ciudad en ciudad por todos los Estados Unidos y el Señor convirtió las predicaciones en servicios de milagros. Las multitudes se congregaban donde estuviera Aimee, primero por la novedad de escuchar a una mujer predicadora que hablaba de Jesús en una forma muy tierna, y también porque veían la unción que fluía en su ministerio. La abuela Minnie se unió al ministerio y empezó a llevar los niños a los servicios de Avivamiento.

En 1918, Dios la llamó a predicar a la ciudad de Los Ángeles, que se convirtió en el sitio base de su ministerio evangelístico. Por varios años, ella continuó viajando hasta conseguir el dinero para la construcción del Angelus Temple, cuya dedicación se llevó a cabo el 1º de Enero de 1923. Este templo, con capacidad para 5.300 personas se llenaba totalmente en los tres servicios diarios, siete días a la semana (al principio Aimee predicaba en cada servicio). Tenía una torre de oración en la que había intercesores 24 horas al día, un coro de cien voces y una banda de música de 36 personas. En 1923 también abrió el Instituo Bíblico Faro del Evangelismo Cuadrangular Internacional para entrenar y enviar evangelistas a todo el mundo; y en 1927 fundó la Iglesia del Evangelio Cuadrangular Internacional (Jesús el Salvador, Jesús el Sanador, Jesús bautiza en el Espíritu Santo, y Jesús el Rey que viene), la cual es una de las ramas más distinguidas del Pentecostalismo, se ha extendido en todos los continentes y se mantiene fiel a su misión de evangelizar el mundo.

Aimee daba la bienvenida a todos en una época de terrible segregación en el sur de los Estados Unidos. Invitaba a todos a sus reuniones, predicaba en los barrios pobres de las ciudades, pasó por encima de las barreras raciales y en muchos de sus servicios se convertían hasta miembros del Klu Klux Klan. También ayudó a muchos de los ministerios hispános que comenzaron en Los Ángeles, y era muy especial con el pueblo gitano. Durante la Gran Depresión ayudó a más de un millón de personas empobrecidas en grado sumo.

TIEMPOS DE CRECIMIENTO

Mientras celebraba una reunión del Avivamiento en San Francisco en abril de 1922, Aimee sintió el llamado a ser la primera mujer que predicara en la radio. Compró una emisora de radio y fue la primera mujer en obtener una licencia de radio y fue autorizada para operar la estación KFSG. Esta es la más antigua estación cristiana del mundo. Su voz se volvió famosa alrededor en Los Angeles, en los Estados Unidos y por todo el mundo.

Era conocida dentro y fuera de la Iglesia. En cada ciudad asistían a sus servicios los líderes locales y los pastores de iglesias locales de cada denominación. El Angelus Temple participaba en los desfiles de las ciudades, e incluso rivalizó con Hollywood en cuanto a publicidad del ministerio. Esto atrajo multitudes de personas que de otra forma no hubieran entrado a una Iglesia a escuchar el mensaje de salvación.

Ella creyó que debía ulizar los medios masivos de comunicación, y aprovechar cada oportunidad para presentar el Evangelio a tanta gente como le fuera posible. Fue una mujer en un mundo dominado por los hombres pero nunca dejó que esto la detuviera, porque tenía la certeza que Dios la llamó a ganar almas para Él. Decía que el amor por las almas es un fuego que quema los huesos, y que mientras tuviera vida, la dedicaría a cumplir esta Gran Comisión.

Fue conocida cariñosamente como la hermana McPherson. Tenía muchos seguidores, pero también tenía detractores que suscitaban contiendas por la ropa que ella usaba para predicar, el maquillaje, las joyas, por su oratoria, y por sus entradas dramáticas y originales. Por ejemplo, en un sermón sobre Jonás hizo construir una ballena gigante; en otra ocasión cuando iba a celebrar un servicio de Avivamiento para los Policías de la ciudad, llegó vestida de policía y manejando una motocicleta de policía.

Aimee escribió numerosos libros, más de 180 canciones, siete óperas sagradas y trece dramas-oratorios. Su vida y su obra permanecen a través del tiempo, y los frutos de su ministerio dan fe de la poderosa unción del Espíritu Santo que reposó sobre ella (“Por sus frutos los conoceréis…” Mateo 7:16). Smith Wigglesworth dijo que la más grande unción del Espíritu Santo que él había sentido siempre había sido en las reuniones de Aimee Semple McPherson.

La hermana McPherson partió con el Señor, el 27 de septiembre de 1944, cuando se preparaba para la ceremonia de dedicación de una Iglesia en Oakland, California. A su funeral asistieron miles de personas. Los servicios conmemorativos fueron llevados a cabo en su cumpleaños, el 9 de octubre, en el Angelus Temple, y al cementerio solo alcanzaron a entrar 2000 personas aproximadamente (de las cuales 1700 eran Pastores que habían sido ordenados por ella).

LA VIDA DE HENRY MARTYN -SEÑOR,QUIERO ARDER HASTA CONSUMIRME ENTERAMENTE EN TI

 
1781 – 1812
Arrodillado en una playa de la India, Henry Martyn derramaba su alma ante el Maestro y oraba: “Amado Señor, yo también andaba en el país lejano; mi vida ardía en el pecado....quisiste que yo regresase, ya no más un tizón para extender la destrucción, sino una antorcha que resplandezca por ti (Zacarías 3:2) ¡Heme aquí entre las tinieblas más densas, salvajes y opresivas del paganismo. Ahora, Señor quiero arder hasta consumirme enteramente por ti!”
El intenso ardor de aquel día siempre motivó la vida de ese joven. Se dice que su nombre es: “el nombre más heroico que adorna la historia de la Iglesia de Inglaterra, desde los tiempos de la reina Isabel”. Sin embargo, aun entre sus compatriotas, él no es muy conocido.
Su padre era de físico endeble. Después que él murió, los cuatro hijos, incluyendo Henry, no tardaron en contraer la misma enfermedad de su padre, la tuberculosis. Con la muerte de su padre, Henry perdió el intenso interés que tenía por las matemáticas y más bien se interesó grandemente en la lectura de la Biblia.
Se graduó con honores más altos de todos los de su clase. Sin embargo, el Espíritu Santo habló a su alma: “Buscas grandes cosas para ti, pues no las busques.”
Acerca de sus estudios testificó: “Alcancé lo más grande que anhelaba, pero luego me desilusioné al ver que sólo había conseguido una sombra.”
Tenía por costumbre levantarse de madrugada y salir a caminar solo por los campos para gozar de la comunión íntima con Dios. El resultado fue que abandonó para siempre sus planes de ser abogado, un plan que todavía seguía porque “no podía consentir en ser pobre por el amor de Cristo”.
Al escuchar un sermón sobre “El estado perdido de los paganos”, resolvió entregarse a la vida misionera.
Al conocer la vida abnegada del misionero Guillermo Carey, dedicaba a su gran obra en la India, se sintió guiado a trabajar en el mismo país.
El deseo de llevar el mensaje de salvación a los pueblos que no conocían a Cristo, se convirtió en un fuego inextinguible en su alma después que leyó la biografía de David Brainerd, quien murió siendo aún muy joven, a la edad de veintinueve años.
Brainerd consumió toda su vida en el servicio del amor intenso que profesaba a los pieles rojas de la América del Norte.
Henry Martyn se dio cuenta de que, como David Brainerd, él también disponía de poco tiempo de vida para llevar a cabo su obra, y se encendió en él la misma pasión de gastarse enteramente por Cristo en el breve espacio de tiempo que le restaba. Sus sermones no consistían en palabras de sabiduría humana, sino que siempre se dirigía a la gente, como “un moribundo, predicando a los moribundos”.
A Henry Martyn se le presentó un gran problema cuando la madre de su novia, Lidia Grenfel, no consentía en el casamiento porque él deseaba llevar a su esposa al extranjero. Henry amaba a Lidia y su mayor deseo terrenal era establecer un hogar y trabajar junto con ella en la mies del Señor. Acerca de esto él escribió en su diario lo siguiente: “Estuve orando durante hora y media, luchando contra lo que me ataba...Cada vez que estaba a punto de ganar la victoria, mi corazón regresaba a su ídolo y, finalmente, me acosté sintiendo una gran pena.”
Entonces se acordó de David Brainerd, el cual se negaba a si mismo todas la comodidades de la civilización, caminaba grandes distancias solo en el bosque, pasaba días sin comer, y después de esforzarse así durante cinco años volvió, tuberculoso, para fallecer en los brazos de su novia, Jerusha, hija de Jonatan Edwards.
Por fin que Henry Martyn también ganó la victoria, obedeciendo al llamado a sacrificarse por la salvación de los perdidos. Al embarcarse, en 1805, para la India, escribió: “Si vivo o muero, que Cristo sea glorificado por la cosecha de multitudes para EL”
A bordo del navío, al alejarse de su patria, Henry Martyn lloró como un niño. No obstante, nada ni nadie podían desviarlo de su firme propósito de seguir la dirección divina. El también era un tizón arrebatado del fuego, por eso repetidamente decía: “Que yo sea una llama de fuego en el servicio divino.”
Después de una travesía de nueve largos meses a bordo y cuando ya se encontraba cerca de su destino, pasó un día entero en ayuno y oración. Sentía cuán grande era el sacrificio de la cruz y cómo era igualmente grande su responsabilidad para con los perdidos en la idolatría que sumaban multitudes en la India.
Siempre repetía: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra” (Isaías 62:6,7).
La llegada de Henry Martyn a la India, en el mes de abril de 1806, fue también en respuesta a la oración de otros. La necesidad era tan grande en ese país, que los pocos obreros que habían allí se pusieron de acuerdo en reunirse en Calcuta de ocho en ocho días, para pedir a Dios que enviase un hombre lleno del Espíritu Santo y de poder a la India. Al desembarcar Martyn, fue recibido alegremente por ellos, como la respuesta a sus oraciones.
Es difícil imaginar el horror de la tinieblas en que vivía ese pueblo, entre el cual fue Martyn a vivir.
Un día, cerca del lugar donde se hospedaba, oyó una música y vio el humo de una pira fúnebre, acerca de las cuales había oído hablar antes de salir de Inglaterra.
Las llamas ya comenzaban a subir del lugar donde la viuda se encontraba sentada al lado del cadáver de su marido muerto. Martyn, indignado, se esforzó pero no pudo conseguir salvar a la pobre víctima.
En otra ocasión fue atraído por el sonido de címbalos a un lugar donde la gente rendía culto a los demonios. Los adoradores se postraban ante un ídolo, obra de sus propias manos, ¡al que adoraban y temían! Martyn se sentía “realmente en la vecindad del infierno”.
Rodeado de tales escenas, él se esforzaba más y más, incansablemente, día tras día en aprender la lengua. No se desanimaba con la falta de fruto de su predicación, porque consideraba que era mucho más importante traducir las Escrituras y colocarlas en las manos del pueblo.
Con esa meta fija en su mente perseveraba en la obra de la traducción, perfeccionándola cuidadosamente, poco a poco, y deteniéndose de vez en cuando para pedir el auxilio de Dios.
Cómo ardía su alma en el firme propósito de dar la Biblia al pueblo, se ve en uno de sus sermones, conservado en el Museo Británico, y que copiamos a continuación “Pensé en la situación triste del moribundo, que tan sólo conoce bastante de la eternidad como para temer a la muerte, pero no conoce bastante del Salvador como para vislumbrar el futuro con esperanza. No puede pedir una Biblia para aprender algo en que afirmarse, ni puede pedir a la esposa o al hijo que le lean un capítulo para consolarlo. ¡La Biblia, ah, es un tesoro que ellos nunca poseyeron! Vosotros que tenéis un corazón para sentir la miseria del prójimo nosotros que sabéis cómo la agonía del espíritu es más cruel que cualquier sufrimiento del cuerpo, vosotros que sabéis que está próximo el día en que tendréis que morir. ¡OH, dadles aquello que será un consuelo a la hora de la muerte!”
Para alcanzar ese objetivo, de dar las Escrituras a los pueblos de la India y de Persia, Martyn se dedicó a la traducción de día y de noche, en sus horas de descanso y mientras viajaba.
No disminuía su marcha ni cuando el termómetro registraba el intenso calor de 50º, ni cuando sufría de fiebre intermitente, ni debido a la gravedad de la peste blanca que ardía en su pecho. Igual que David Brainerd, cuya biografía siempre sirvió para inspirarlo, Henry Martyn pasó días enteros en intercesión y comunión con su “amado, su querido Jesús”.
“Parece”, escribió él, “que puedo orar cuanto quiera sin cansarme. Cuán dulce es andar con Jesús y morir por EL...” Para él la oración no era una mera formalidad, sino el medio de alcanzar la paz y el poder de los cielos, el medio seguro de quebrantar a los endurecidos de corazón y vencer a los adversarios. Seis años y medio después de haber desembarcado en la India, a la edad de 31 años, cuando emprendía un largo viaje, falleció.
Separado de los hermanos, del resto de la familia, rodeado de perseguidores, y su novia esperándolo en Inglaterra, fue enterrado en un lugar desconocido.
¡Fue muy grande el ánimo, la perseverancia, el amor y la dedicación con que trabajó en la mies de su Señor! Su celo ardió hasta consumirlo en ese corto espacio de seis años y medio. Nos es imposible apreciar cuán grande fue la obra que realizó en tan pocos años. Además de predicar, logró traducir parte de las Sagradas Escrituras a las lenguas de una cuarta parte de todos los habitantes del mundo.
El Nuevo Testamento en indí, indostaní y persa, y los evangelios en judaico-persa son solamente una parte de sus obras.
Cuatro años después de su muerte nació Fidelia Fiske en la tranquilidad de Nueva Inglaterra. Cuando todavía estudiaba en la escuela, leyó la biografía de Henry Martyn. Anduvo cuarenta y cinco kilómetros de noche, bajo violenta tempestad de nieve, para pedir a su madre que la dejase ir a predicar el evangelio a las mujeres y les habló del amor de Jesús, hasta que el avivamiento en Oroomiah se convirtió en otro Pentecostés. Si Henry Martyn, que entregó todo para el servicio del Rey de Reyes, pudiese hoy visitar la India y Persia, cuán grande sería la obra que encontraría, obra realizada por tan gran número de fieles hijos de Dios, en los cuales ardió el mismo fuego encendido por la lectura de la biografía de ese precursor.

LA HABITACIÓN SECRETA DE LA FAMILIA TEN BOOM

 
En absoluto silencio y en una completa oscuridad, seis personas, cuatro de ellas judías, permanecían encerradas en una minúscula habitación secreta. No había espacio para moverse, dos podían sentarse mientras que cuatro permanecían de pie. La Gestapo las buscaba por toda la casa, sabía que estaban escondidas en algún rincón, pero le era imposible descubrirlo: una falsa pared y un armario ocultaba el minúsculo habitáculo que los propietarios de la vivienda, la famila ten Boom, habían creado para salvar la vida de aquellas personas y la de cientos de judíos perseguidos y desesperados.


La familia ten Boom en 1902

La familia ten Boom estaba integrada por los padres, Casper y Cor; cuatro hijos, Betsie, Willem, Nollie y Corrie; y tres tías, Jan, Bep y Anna. Durante la ocupación nazi de Holanda, los ten Boom, ocultaron en su hogar, conocido como Béjé (en la calle Barteljorisstraat, nº 19, en el centro de Haarlem, Holanda), a numerosos judíos y a otras personas que temían ser obligadas a trabajar para los nazis.


Los cuatro hermanos de izquierda a derecha: Betsie, Willem, Nollie y Corrie


Casper era un relojero de gran prestigio en Haarlem. Durante el Holocausto, sus hijos ya eran mayores y su mujer había fallecido. Betsi y Corrie no se habían casado y vivían en el hogar familiar. En 1922, Corrie se convirtió en la primera mujer con licencia de relojero en los Países Bajos. Willem se había graduado en la escuela de teología y se había interesado enormemente por el problema del antisemitismo. En 1927, escribió un artículo sobre este tema. Nollie era maestra, estaba casada y tenía seis hijos.



Taller de relojería de los ten Boom. Casper, al fondo, rodeado de sus empleados

Los nazis ocuparon Haarlem aplicando unas estrictas normas de control de la población. A los ciudadanos no se les permitía abandonar sus hogares después del toque de queda, que pasó de las 9:00 a las 6:00 horas pm. El himno nacional holandés, “Wilhemus”, fue prohibido. La Gestapo reclutaba a todos los hombres de edades comprendidas entre los 17 y 30 para que trabajasen en fábricas o en el ejército. Los holandeses también conocían la persecución de los judíos y su reclusión en campos de concentración. La familia ten Boom sabía muy bien cuál sería su suerte si desafiaban a los nazis ayudando a judíos o a miembros de la Resistencia pero creyeron que era su deber hacerlo.


El Béjé, el hogar de la familia ten Boom. En la planta baja se encontraba la relojería y en la alta, la vivienda


Los cuatro hermanos ten Boom

En mayo de 1942, una mujer judía, elegantemente vestida y con una maleta en la mano, llamó a la puerta del hogar de los ten Boom. Muy nerviosa, le explicó a la familia que su marido había sido detenido varios meses antes y que su hijo había logrado huir. Los nazis la buscaban y tenía mucho miedo de regresar a su casa. Sabía que ellos habían ayudado a otra familia judía, los Weils, y se preguntaba si podría permanecer con ellos un tiempo.

Casper acogió a esta mujer y continuó ofreciendo su hogar como un lugar seguro hasta que los refugiados pudieran salir del país. Estas personas podían permanecer unos días o, incluso, meses en la casa de los ten Boom. Pero era necesario construir un escondite en el que pudieran ocultarse en caso de que los nazis vigilasen el barrio. En el dormitorio de Corrie se levantó una pared falsa de ladrillos que ocultaba una pequeña habitación. A este espacio se accedía a través de un estrecho pasadizo, que se hizo en la parte inferior de un armario, levantando un falso panel. Se colocaba una cesta con ropa de cama para llenar ese lugar y se cerraba la puerta del armario. Desde el exterior, era casi imposible descubrir el acceso a la habitación secreta.




En la imagen superior, la familia ten Boom aparece junto a algunos de los refugiados que vivieron en su hogar. Corrie es la segunda desde la izquierda en la fila superior; Casper se encuentra en frente de Corrie; Betsie está a la derecha, en la fila superior. La fotografía pertenece a Hans Poley, que sobrevivió al Holocausto (está en frente de Betsie).


La familia logró, después de numerosas prácticas, que las personas que escondiesen en su casa se introdujeran en la habitación oculta en sólo 70 segundos, después de que sonase la alarma. Durante ese tiempo, no sólo tenían que arrastrarse hasta el refugio, también debían ocultar cualquier objeto que los delatase, por ejemplo, colchones, almohadas y mantas, si era de noche, o vasos, platos y otros utensilios, si estaban comiendo.




En las imágenes superiores aparece la sala de estar, que era llamada la “habitación de la liberación”. Era el único lugar de la casa lo suficientemente grande como para que cupiesen todos. Las personas que vivían en la clandestinidad compartían con los miembros de la familia las diferentes tareas del hogar. Todos intentaban colaborar y apoyarse en aquella situación tan difícil.

En la casa había varias habitaciones que podían ocupar los refugiados, aunque no sobraba el espacio era posible adaptarse pero los alimentos sí eran un problema. Los no-judíos holandeses habían recibido una tarjeta de racionamiento con la que podían adquirir bonos semanales para comprar alimentos. Estos alimentos eran escasos de modo que era necesario acceder a más tarjetas de racionamiento. Corrie conocía muy bien a muchas familias de Haarlem, gracias a sus obras de caridad. Recordó que una pareja tenía una hija con discapacidad que ella había ayudado. El padre era un funcionario que estaba por entonces a cargo de la oficina de las tarjetas de racionamiento. Una noche, Corrie se presentó en la casa de este funcionario sin previo aviso. Él parecía saber cuál era el motivo. Cuando le preguntó cuántas tarjetas de racionamiento necesitaba, Corrie, que había ido a por cinco, sorprendentemente, se atrevió a pedirle cien.

La Gestapo, con la ayuda de un delator, detuvo a seis miembros de la familia el 28 de febrero de 1944 en torno a 12:30. Un individuo llamó a la puerta de los ten Boom pidiendo ayuda. Habían detenido a su mujer por ocultar a judíos y necesitaba dinero para sobornar a la policía y lograr su liberación. Corrie y Betsie no lo habían visto nunca y presentían que aquel individuo no era sincero pero ¿y si era cierto lo que decía? Después de un momento de duda, decidieron ayudarlo. Realmente, el hombre era un espía y, en unos minutos, oficiales nazis invadieron la casa. Sabían que algo comprometedor encontrarían en ella. Pero, además, Betsi tuvo un descuido que confirmó las sospechas. Los ten Boom colocaban en una ventana un signo para que las personas que necesitasen refugiarse en su casa supiesen que no había peligro y que era un buen momento. Si la situación cambiaba, el signo era retirado. Un miembro de la Gestapo, que vigilaba la casa desde el exterior, vio como Betsie retiró la señal de la ventana en el momento en que los oficiales allanaban la vivienda. Los alemanes, al descubrir que aquel símbolo era una señal de aviso, lo volvieron a colocar en su lugar y detuvieron a los que fueron llegando después, creyendo que la casa era segura. Unas treinta personas fueron detenidas y llevadas a prisión.


Sin embargo, las personas que se encontraban refugiadas en el hogar de los ten Boom sí pudieron ponerse a salvo. En aquel momento se encontraban en la casa cuatro judíos (dos hombres y dos mujeres) y dos trabajadores del metro, que lograron esconderse rápidamente en la habitación secreta. La señora más mayor, Mary Italle, tenía asma y tuvo muchas dificultades para acceder a la habitación secreta. Corrie la ayudó y cerró el panel del armario sólo unos segundos antes de que un policía nazi apareciese en su habitación. Los refugiados permanecieron en este pequeño espacio dos días y medio, sin comer ni beber.

Corrie y Betsy fueron interrogadas por miembros de la Gestapo, que les preguntaron una y otra vez dónde escondían a los judíos. Aunque fueron brutalmente golpeadas, las dos mujeres se negaron a hablar.

La Gestapo comenzó a inspeccionar la casa minuciosamente pero no encontró la habitación secreta. Los alemanes localizaron un lugar en la escalera en el que se escondían las tarjetas de racionamiento y los pasaportes falsos.

La familia ten Boom fue inmediatamente detenida. Un oficial se apiadó de Casper, que tenía 84 años, y le ofreció dejarlo libre si le aseguraba que no iba a causar más problemas en el futuro. Casper contestó que no podía prometérselo, de modo que también se lo llevaron.

Dos días después, un agente de la policía holandesa se puso al servicio de los alemanes que estaban vigilando la casa. Pero, en realidad, este individuo era miembro de la Resistencia y había acudido para intentar liberar a los refugiados. Encontró una oportunidad para sacarlos a través de los tejados de los vecinos, que colaboraron para que pudieran escapar. También el agente de policía tuvo que desaparecer para evitar el castigo de la Gestapo.

Por ayudar a los judíos la familia ten Boom fue enviada a diferentes cárceles y campos de concentración. La policía nazi subió a todos los detenidos en furgonetas y los llevó a la cárcel de la ciudad, una antiguo gimnasio. Después fueron enviados a la prisión de Scheveningen. Corrie y Betsie fueron separadas de su padre y ya no volvieron a verlo nunca más. Corrie tenía la gripe, por lo que fue puesta en régimen de aislamiento.

En prisión, Corrie llegó a enterarse de que su padre falleció a los diez días de su detención. También su hermano Willem, el hijo de éste, Christiaan, de 24 años, y otros miembros de su familia murieron como consecuencia de su encarcelamiento, pero de estas tristes noticias se enteraría mucho después.

Cuando se restableció de su enfermedad, Corrie asistió a su primera audiencia. El oficial Rhams llegó a apreciar a esta valerosa mujer y a tener cierta complicidad con ella. Le gustaba escuchar detalles de su vida familiar y, según afirmó la propia Corrie, las conversaciones que mantuvieron los dos trajeron algo de felicidad en aquella etapa tan dura de su vida.

Pero esta felicidad duró poco tiempo. Corrie, Betsie y otras reclusas fueron trasladadas a Vught, un campo de concentración en Holanda. Las condiciones eran terribles, mucho más severas que en el de Scheveningen. Si alguna norma se infringía, todo el campamento era castigado. A veces, los prisioneros eran enviados a un armario donde permanecían encerrados con las manos atadas por encima de sus cabezas.

Después de unos meses en Vught, que parecieron una eternidad, Betsie, Corrie y otros prisioneros fueron trasladados, de nuevo, a otro campamento. Esta vez, a la tierra más temida: Alemania.

Tras cuatro largos días de viaje, los prisioneros llegaron a Ravensbrück, próximo a Berlín, el lugar más horrible en el que Betsie y Corrie habían estado. Al menos en Vught y Scheveningen, los presos eran llamados por sus nombres pero en Ravensbrück sólo eran un número.

Las condiciones de vida en este campo de concentración eran inhumanas. Al parecer, más de 90.000 mujeres y niños perecieron en Ravensbrück. Betsie, cuya salud nunca había sido buena, pronto cayó enferma. Corrie suplicó a uno de los trabajadores de la cárcel que llevaran a su hermana al hospital, pero se aquel individuo se negó a hacerlo. Durante la enfermedad de Betsie, las hermanas planearon que dedicarían su vida a ayudar a las personas que sobrevivieran a los campos de concentración a superar las terribles secuelas físicas y psicológicas. Corrie escuchaba emocionada a Betsie, quería hacer realidad este sueño pero era consciente de que su hermana no estaría ya a su lado.

Finalmente, Betsie fue llevada al hospital pero era demasiado tarde. Corrie descubrió, días después, en la parte trasera del hospital varios cadáveres hacinados, uno de ellos era el de su hermana.

Sólo unos pocos días más tarde, llamaron a Corrie por su nombre. A ella le sorprendió porque estaba acostumbrada a ser sólo el prisionero 66730. Debía permanecer en el hospital por un tiempo y después quedaría libre. Como consecuencia de un error administrativo, Corrie logró sobrevivir. Existía una lista con las mujeres, mayores de 50 años, que debían ser exterminadas. Corrie, que ya tenía 53, no figuraba en esa lista, de modo que no fue conducida a la cámara de gas, en la que murieron las miles de mujeres que aparecían en la lista. Fue puesta en libertad el 25 de diciembre de 1944



Corrie ten Boom

Después de su liberación, Corrie realizó el sueño que quiso compartir con ella su hermana. Creó un campamento al que podían acudir las víctimas del nazismo. También escribió un best-seller titulado El escondite, en el que narraba las duras experiencias que vivieron los miembros de su familia durante la guerra.

Corrie murió el 15 de abril de 1983, con 91 años.

En la actualidad, la casa de los ten Boom se ha convertido en un Museo y son muchas las personas que han visitado esta residencia, que se encuentra exactamente igual que en la época de la ocupación nazi. Un gran agujero en la falsa pared ha dejado al descubierto la habitación secreta y los visitantes pueden, durante los momentos que permanecen en ella, imaginar el horror que vivieron aquellas seis víctimas del Holocausto que permanecieron más de dos días hacinadas en un pequeño espacio, angustiadas, sin poder hablar y en la más completa oscuridad.

Requisitos para un avivamiento Por Oswald Smith

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24)

Ésta ha sido la historia de la obra del avivamiento a lo largo de todos los siglos. Noche tras noche se han predicado sermones sin que ellos surtieran ningún efecto, hasta que algún anciano o diácono estalla en una agonía de confesión y, yendo a aquél al que ha dañado, le ruega perdón. O alguna mujer que ha sido muy activa en la obra, y que se hunde y en lágrimas de arrepentimiento confiesa públicamente que ha estado murmurando acerca de alguna otra hermana, o que no se habla con la persona al otro lado del pasillo. Entonces, cuando se halla hecho confesión y restitución, con la dura tierra derribada, el pecado al descubierto y reconocido, entonces y no hasta entonces, el Espíritu de Dios viene sobre la audiencia y un avivamiento desciende sobre la comunidad.
Por lo general hay tan solamente un pecado, un pecado que constituye el obstáculo. Había un Acán en el campamento de Israel. Y Dios señalará con Su dedo justo el lugar. Y no lo sacará hasta que se haya actuado con respecto al obstáculo.
¡Oh! entonces, roguemos primero con la oración de David cuando él clamó: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24). Y tan pronto como el obstáculo del pecado haya sido eliminado del camino, Dios vendrá en un poderoso avivamiento.

Una ciudad de iglesias llena,
grandes y eruditos oradores,
bella música, órganos y coros;
si todos fallan, entonces ¿qué?
Buenos obreros, fervientes, deseosos,
que hora tras hora trabajan con ardor;
pero ¿dónde, oh, dónde, mi hermano,
está el todopoderoso hacer de Dios?

Refinamiento ¡educación!
Desean lo mejor.
Sus planes y designios, perfectos.
No se dan descanso alguno;
consiguen del talento lo mejor,
tratan de hacerlo superior,
pero, oh, hermano, su necesidad
es el Espíritu Santo de Dios.

Gastaremos nuestro dinero y tiempo
y predicaremos con sabiduría grande,
pero la simple educación
empobrecerá al pueblo de Dios.
Dios no quiere humana sabiduría,
no busca sonrisas ganar;
sino que, oh hermano ¡necesitamos,
que el pecado abandonado sea ya!

Es el Espíritu Santo
que el alma vivifica.
Dios no aceptará al hombre adoración,
ni aceptará el control humano.
Ni humana innovación,
ni habilidad o arte mundano,
podrán dar constricción,
ni quebrantar el corazón del pecador.

Podemos humana sabiduría tener,
grandes cantos y triunfos:
buen equipo podrá haber,
pero en esto no hay bendición.
Dios quiere un vaso puro y limpio,
labios ungidos y veraces,
un hombre del Espíritu llenado,
que proclame todo Su mensaje.

Gran Dios ¡avívanos en verdad!
y mantennos cada día;
que todos puedan reconocerte,
vivimos como oramos.
La mano del Señor no se ha acortado,
todavía es Su delicia bendecir,
si huimos de todo mal,
y todo nuestro pecado confesamos.

Nota: Este poema fue escrito por Samuel Stevenson que me introdujo por vez primera a algunos de los guerreros de la oración y que me enseñó muchas de estas grandes verdades

Los agentes que promueven el avivamiento.

Normalmente, hay tres agentes[2] que se usan en la conversión de un pecador, y un instrumento. Los agentes son: Dios, el pecador y otra persona que habla (predica) la verdad. La verdad misma es el instrumento. A veces, hay solamente dos agentes: Dios y el pecador.



3.1 Dios se usa a sí mismo en la conversión de pecadores, en dos distintas maneras: por su providencia y por su Espíritu.

3.1.1. Por su providencia, arregla los eventos en la vida de un pecador de tal manera que la mente de éste y la verdad se encuentren. O sea, Dios guía al pecador a un lugar donde escucha la verdad o la ve en la vida de otra persona. Es muy interesante escuchar el testimonio de cómo Dios ha obrado esto en las vidas de las personas, y de cómo Dios arregla todas los eventos a favor de un avivamiento. A veces usa algo temporal, una enfermedad u otra circunstancia para que el pecador esté dispuesto a darse cuenta de la verdad. A veces, Dios envía a un ministro al pecador… ¡justo al momento necesario! O, el pecador escucha una cierta verdad bíblica… ¡exactamente al momento oportuno!

3.1.2 Por su Espíritu Santo, Dios habla la verdad a la mente del pecador. Y pues Dios sabe todo lo que hay en la mente de una persona, y sabe la historia de él, puede usar la verdad que se precisa en ese momento. Además, Dios puede reforzar esa verdad con poder divino. Da tal fuerza, vida y poder a la verdad, que el pecador siente convicción y muchas veces se vuelve de su rebelión y se rinde al Señor. Bajo la influencia del Espíritu Santo, la verdad corta y quema como fuego en la conciencia. La verdad ungida con el Espíritu revela y quebranta el orgullo del pecador, como si un monte hubiera caído sobre él.

Si los hombres estuvieran dispuestos a obedecer a Dios por naturaleza, la sola lectura de la Biblia y la predicación de ella, hechas por los hombres, serían suficientes para que ellos aprendieran de Dios. Pero, pues los hombres son por naturaleza inclinados a rebelarse en contra de Dios, Dios usa su Espíritu Santo para iluminar la verdad y convencer a los pecadores; de tal manera que no pueden resistir; se rinden y se convierten.

3.2 Muchas veces, los hombres son agentes en la conversión de los pecadores. Los hombres no son los instrumentos en la conversión de pecadores. El instrumento es la verdad. Sin embargo, el predicador (u otra persona que habla a un pecador) es un agente que usa la verdad. Y la obra del predicador no se hace sin la voluntad de él mismo. Por esto, el predicador es un agente activo en la conversión de los pecadores.

3.3 El pecador mismo es un agente en su propia conversión, porque éste tiene que obedecer la verdad que entiende. Por esto, es imposible que se convierta un pecador sin ser él un agente en su propia conversión. Sin embargo, Dios y otro hombre (el predicador, por ejemplo) le influyen.

Los hombres influyen en otros no solamente por sus palabras, sino por sus miradas, lágrimas y los demás hechos de la vida diaria. Por ejemplo, si un hombre inconverso tiene una esposa piadosa, las miradas, la ternura, la compasión y la dignidad de ella le impactarán y serán un sermón para él en todo tiempo, porque ella ha sido moldeada y conformada a la imagen de Cristo. Si él no se esfuerza en pensar en otras cosas, toda la vida de ella le será un reproche y será igual de escuchar un sermón continuo.

Como seres humanos, estamos acostumbrados a leer el aspecto de nuestros vecinos. Y los pecadores siempre están leyendo el estado de la mente de los cristianos, fijándose en los ojos. Si los ojos de un cristiano demuestran liviandad, ansiedad o tristeza, los pecadores lo notarán. Pero si lucen del Espíritu Santo, los impíos lo notarán y muchas veces caen en la convicción, sólo por haber mirado al aspecto de un cristiano.

En cierta ocasión, un cristiano[3] fue a visitar una fábrica para ver la maquinaria que estaba allí. La mente de él estaba llena de pensamientos solemnes, pues recién había llegado de un avivamiento. Los trabajadores de la fábrica conocían al visitante y sabían que era cristiano fiel. Al pasar éste, mirando a la maquinaria, una joven trabajadora susurró algo tonto a su compañera, riendo. El cristiano lo escuchó y se paró, mirando a la joven con tristeza. Esa mirada le trajo tanta convicción a ella que no podía seguir trabajando. Trató de componerse, mirando la ventana. Una y otra vez trataba seguir trabajando, sin lograr nada. Después de varios intentos infructuosos, se sentó. Luego el cristiano se le acercó y habló con ella, lo cual hizo penetrar más profundamente la convicción.

De repente, como un fuego devorador, la convicción pasó por toda la fábrica, tanto que dentro de unas horas casi todos los trabajadores se sentían convencidos de pecado. El dueño, quien no era creyente, fue asustado, ¡tanto que pidió que todos parasen su trabajo y orasen! Dijo que era más importante que se salvará a los trabajadores, a que siguieran el trabajo. Y dentro de unos días, el dueño y casi todos los trabajadores se convirtieron.

Así, llegó el avivamiento, solamente por razón del serio comportamiento del cristiano. Sus ojos que lucían compasión y su aspecto solemne reprendieron la liviandad de esa joven y le trajeron la convicción del pecado. Una sola mirada trajo el avivamiento (por supuesto, es cierto que había otras influencias también) a una fábrica.

Todo esto digo para decir que si los cristianos entran profundamente en la religión, producirán grandes efectos a dondequiera que vayan. Pero si son fríos y bromistas, hacen huir la convicción de pecado.

Conozco a una persona que estaba bajo la convicción de pecado. Pero un día me percaté que casi toda la convicción se había ido de ella. Le pregunté qué había pasado, y ella me respondió que estuvo toda la tarde con algunos amigos que profesaron ser cristianos. Pero la verdad es que éstas fueron personas bromistas y frívolas: y así, por estar entre ellos, compartiendo en sus vanidades, causó que la convicción saliera de su corazón. Sin duda, esos profesores hipócritas, por su tontería, ayudaron a destruir a esa persona, porque la convicción del pecado nunca volvió a ella.

Concluyo esta sección diciendo que la iglesia tiene que usar el instrumento (la verdad) para que se conviertan los pecadores. Los pecadores no pueden convertirse por sí mismos. Es la responsabilidad de la iglesia promulgar la verdad y la responsabilidad del pecador recibirla. Así que, para traer el avivamiento, hay que difundir la verdad, presentándola a las mentes de los perdidos, y ellos tiene que escoger: recibirla y obedecerla, o resistirla y desecharla.

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Aimee Semple McPherson UNA NIÑITA MUY ESPECIAL


 

Aimee Elizabeth Kennedy nació el 9 de Octubre de 1890 en una pequeña granja cerca de Ingersoll, Ontario, Canadá. Nació en un hogar cristiano, fue la hija única de James Kennedy, director del coro de la Iglesia Metodista local, y de Minnie Kennedy, directora de la Escuela Dominical del Ejército de Salvación. Desde muy pequeña dio muestras de un claro liderazgo entre sus compañeros de escuela, y a los 13 años ya se había convertido en una oradora muy popular de los diferentes eventos de la Iglesia y de la ciudad. Muchas personas venían de otros pueblos a escuchar a la “niñita con el don especial”.

En su adolescencia empezó a estudiar la teoría de Darwin, que ya se enseñaba en los cursos de secundaria, y comenzó a debatir con todos los Pastores y Evangelistas que venían a su Iglesia, sin que nadie pudiera vencerla en su argumentación. A pesar de sus aparentes victorias, Aimee se sentía triste porque llegó a la conclusión que la fe no tenía sentido y que la religión solo era un conjunto de costumbres y rituales. Entonces clamó al Señor: “Si hay un Dios, revélate a mí”.

Al día siguiente vio un cartel que anunciaba un servicio pentecostal llamado “Campaña del Espíritu Santo” a cargo del Evangelista irlandés Robert Semple. Por curiosidad asistió esa noche y durante el servicio de Avivamiento, el mensaje de arrepentimiento que compartía el Evangelista penetró profundamente en su corazón. Cuando el Evangelista empezó a predicar sobre el Bautismo del Espíritu Santo y oró en lenguas, Aimee se perturbó de tal manera que salió corriendo de la reunión.

Por tres días ella luchó con la convicción que el Espíritu Santo estaba grabando en su corazón, hasta no pudo más y levantó sus manos al cielo diciendo: “Señor, ten misericordia de mí que soy pecadora”. En ese momento fue consciente del poder de la sangre de Jesús, su carga fue inmediatamente quitada y la gloria del Señor llenó su corazón. Ella había nacido otra vez.

EL LLAMADO Y EL TIEMPO DIFÍCIL

Aimee siguió asistiendo a los servicios de Avivamiento y recibió el Bautismo del Espíritu Santo y comenzó a alabar y glorificar a Dios en otras lenguas. Ella describió este suceso así: "Cada momento podía sentirme más y más cerca en Su presencia… Soy solamente una muchacha de la escuela, vivo en una granja canadiense, pero me entrego completamente a Ti para que me uses".

Con el Bautismo del Espíritu Santo vinieron un amor y una compasión para las almas que derritieron su corazón con el anhelo de servir a Cristo. Ese deseo concordaba perfectamente con el trabajo evangelistico de Robert Semple, quien pocos meses después le pidió que se casara con él, a lo que ella respondió rápidamente "Sí."

En 1910, después de dos años de casados y antes que Aimee hubiera cumplido veinte años, ella y su esposo emprendieron un viaje misionero a China. Aimee viajó embarazada. Debido a kas condiciones insalubres que tuvieron que soportar durante el viaje y en el lugar en el que vivían, Robert y Aimee enfermaron de malaria. El estado de salud de Robert llegó a ser muy grave y murió tan solo tres meses después de llegar a China.

UNA NUEVA OPORTUNIDAD

Aimee regresó a los Estados Unidos cuando su hija Roberta cumplió 1 mes de nacida, y un año después se casó con Harold McPherson, un hombre de negocios, con el cual tuvo a su hijo Rolf. Ella intentó llevar una vida de hogar normal, pero el llamado al ministerio seguía vivo en su corazón y su salud se deterioró mucho durante los siguientes tres años. Finalmente fue deshauciada por los médicos pero ella oía la voz de Dios que le decía: “Haz obra de evangelista. ¿Irás?”. Aimee le respondió: “Sí Señor”, y sus dolores desaparecieron. Dos semanas después había recuperado sus fuerzas y estaba completamente sana.

Harold deseaba una esposa que atendiera los niños y la casa, pero ella sabía que tenía que cumplir su voto. Aimee se fue con sus hijos a la casa de sus padres en Toronto-Canadá, dejó los niños al cuidado de la abuela Minnie y dio inicio al Ministerio al que Dios la había llamado. Un tiempo después Harold intentó unirse al ministerio, pero no se pudo adaptar a los servicios itinerantes y a la falta de futuro que él veía en ese tipo de vida. Finalmente, Harold solicitó el divorcio, se volvió a casar y llevó la vida normal que él anhelaba.

Aimee realizaba los servicios de Avivamiento bajo una carpa, viajando de ciudad en ciudad por todos los Estados Unidos y el Señor convirtió las predicaciones en servicios de milagros. Las multitudes se congregaban donde estuviera Aimee, primero por la novedad de escuchar a una mujer predicadora que hablaba de Jesús en una forma muy tierna, y también porque veían la unción que fluía en su ministerio. La abuela Minnie se unió al ministerio y empezó a llevar los niños a los servicios de Avivamiento.

En 1918, Dios la llamó a predicar a la ciudad de Los Ángeles, que se convirtió en el sitio base de su ministerio evangelístico. Por varios años, ella continuó viajando hasta conseguir el dinero para la construcción del Angelus Temple, cuya dedicación se llevó a cabo el 1º de Enero de 1923. Este templo, con capacidad para 5.300 personas se llenaba totalmente en los tres servicios diarios, siete días a la semana (al principio Aimee predicaba en cada servicio). Tenía una torre de oración en la que había intercesores 24 horas al día, un coro de cien voces y una banda de música de 36 personas. En 1923 también abrió el Instituo Bíblico Faro del Evangelismo Cuadrangular Internacional para entrenar y enviar evangelistas a todo el mundo; y en 1927 fundó la Iglesia del Evangelio Cuadrangular Internacional (Jesús el Salvador, Jesús el Sanador, Jesús bautiza en el Espíritu Santo, y Jesús el Rey que viene), la cual es una de las ramas más distinguidas del Pentecostalismo, se ha extendido en todos los continentes y se mantiene fiel a su misión de evangelizar el mundo.

Aimee daba la bienvenida a todos en una época de terrible segregación en el sur de los Estados Unidos. Invitaba a todos a sus reuniones, predicaba en los barrios pobres de las ciudades, pasó por encima de las barreras raciales y en muchos de sus servicios se convertían hasta miembros del Klu Klux Klan. También ayudó a muchos de los ministerios hispános que comenzaron en Los Ángeles, y era muy especial con el pueblo gitano. Durante la Gran Depresión ayudó a más de un millón de personas empobrecidas en grado sumo.

TIEMPOS DE CRECIMIENTO

Mientras celebraba una reunión del Avivamiento en San Francisco en abril de 1922, Aimee sintió el llamado a ser la primera mujer que predicara en la radio. Compró una emisora de radio y fue la primera mujer en obtener una licencia de radio y fue autorizada para operar la estación KFSG. Esta es la más antigua estación cristiana del mundo. Su voz se volvió famosa alrededor en Los Angeles, en los Estados Unidos y por todo el mundo.

Era conocida dentro y fuera de la Iglesia. En cada ciudad asistían a sus servicios los líderes locales y los pastores de iglesias locales de cada denominación. El Angelus Temple participaba en los desfiles de las ciudades, e incluso rivalizó con Hollywood en cuanto a publicidad del ministerio. Esto atrajo multitudes de personas que de otra forma no hubieran entrado a una Iglesia a escuchar el mensaje de salvación.

Ella creyó que debía ulizar los medios masivos de comunicación, y aprovechar cada oportunidad para presentar el Evangelio a tanta gente como le fuera posible. Fue una mujer en un mundo dominado por los hombres pero nunca dejó que esto la detuviera, porque tenía la certeza que Dios la llamó a ganar almas para Él. Decía que el amor por las almas es un fuego que quema los huesos, y que mientras tuviera vida, la dedicaría a cumplir esta Gran Comisión.

Fue conocida cariñosamente como la hermana McPherson. Tenía muchos seguidores, pero también tenía detractores que suscitaban contiendas por la ropa que ella usaba para predicar, el maquillaje, las joyas, por su oratoria, y por sus entradas dramáticas y originales. Por ejemplo, en un sermón sobre Jonás hizo construir una ballena gigante; en otra ocasión cuando iba a celebrar un servicio de Avivamiento para los Policías de la ciudad, llegó vestida de policía y manejando una motocicleta de policía.

Aimee escribió numerosos libros, más de 180 canciones, siete óperas sagradas y trece dramas-oratorios. Su vida y su obra permanecen a través del tiempo, y los frutos de su ministerio dan fe de la poderosa unción del Espíritu Santo que reposó sobre ella (“Por sus frutos los conoceréis…” Mateo 7:16). Smith Wigglesworth dijo que la más grande unción del Espíritu Santo que él había sentido siempre había sido en las reuniones de Aimee Semple McPherson.

La hermana McPherson partió con el Señor, el 27 de septiembre de 1944, cuando se preparaba para la ceremonia de dedicación de una Iglesia en Oakland, California. A su funeral asistieron miles de personas. Los servicios conmemorativos fueron llevados a cabo en su cumpleaños, el 9 de octubre, en el Angelus Temple, y al cementerio solo alcanzaron a entrar 2000 personas aproximadamente (de las cuales 1700 eran Pastores que habían sido ordenados por ella).

LA VIDA DE HENRY MARTYN -SEÑOR,QUIERO ARDER HASTA CONSUMIRME ENTERAMENTE EN TI

 
1781 – 1812
Arrodillado en una playa de la India, Henry Martyn derramaba su alma ante el Maestro y oraba: “Amado Señor, yo también andaba en el país lejano; mi vida ardía en el pecado....quisiste que yo regresase, ya no más un tizón para extender la destrucción, sino una antorcha que resplandezca por ti (Zacarías 3:2) ¡Heme aquí entre las tinieblas más densas, salvajes y opresivas del paganismo. Ahora, Señor quiero arder hasta consumirme enteramente por ti!”
El intenso ardor de aquel día siempre motivó la vida de ese joven. Se dice que su nombre es: “el nombre más heroico que adorna la historia de la Iglesia de Inglaterra, desde los tiempos de la reina Isabel”. Sin embargo, aun entre sus compatriotas, él no es muy conocido.
Su padre era de físico endeble. Después que él murió, los cuatro hijos, incluyendo Henry, no tardaron en contraer la misma enfermedad de su padre, la tuberculosis. Con la muerte de su padre, Henry perdió el intenso interés que tenía por las matemáticas y más bien se interesó grandemente en la lectura de la Biblia.
Se graduó con honores más altos de todos los de su clase. Sin embargo, el Espíritu Santo habló a su alma: “Buscas grandes cosas para ti, pues no las busques.”
Acerca de sus estudios testificó: “Alcancé lo más grande que anhelaba, pero luego me desilusioné al ver que sólo había conseguido una sombra.”
Tenía por costumbre levantarse de madrugada y salir a caminar solo por los campos para gozar de la comunión íntima con Dios. El resultado fue que abandonó para siempre sus planes de ser abogado, un plan que todavía seguía porque “no podía consentir en ser pobre por el amor de Cristo”.
Al escuchar un sermón sobre “El estado perdido de los paganos”, resolvió entregarse a la vida misionera.
Al conocer la vida abnegada del misionero Guillermo Carey, dedicaba a su gran obra en la India, se sintió guiado a trabajar en el mismo país.
El deseo de llevar el mensaje de salvación a los pueblos que no conocían a Cristo, se convirtió en un fuego inextinguible en su alma después que leyó la biografía de David Brainerd, quien murió siendo aún muy joven, a la edad de veintinueve años.
Brainerd consumió toda su vida en el servicio del amor intenso que profesaba a los pieles rojas de la América del Norte.
Henry Martyn se dio cuenta de que, como David Brainerd, él también disponía de poco tiempo de vida para llevar a cabo su obra, y se encendió en él la misma pasión de gastarse enteramente por Cristo en el breve espacio de tiempo que le restaba. Sus sermones no consistían en palabras de sabiduría humana, sino que siempre se dirigía a la gente, como “un moribundo, predicando a los moribundos”.
A Henry Martyn se le presentó un gran problema cuando la madre de su novia, Lidia Grenfel, no consentía en el casamiento porque él deseaba llevar a su esposa al extranjero. Henry amaba a Lidia y su mayor deseo terrenal era establecer un hogar y trabajar junto con ella en la mies del Señor. Acerca de esto él escribió en su diario lo siguiente: “Estuve orando durante hora y media, luchando contra lo que me ataba...Cada vez que estaba a punto de ganar la victoria, mi corazón regresaba a su ídolo y, finalmente, me acosté sintiendo una gran pena.”
Entonces se acordó de David Brainerd, el cual se negaba a si mismo todas la comodidades de la civilización, caminaba grandes distancias solo en el bosque, pasaba días sin comer, y después de esforzarse así durante cinco años volvió, tuberculoso, para fallecer en los brazos de su novia, Jerusha, hija de Jonatan Edwards.
Por fin que Henry Martyn también ganó la victoria, obedeciendo al llamado a sacrificarse por la salvación de los perdidos. Al embarcarse, en 1805, para la India, escribió: “Si vivo o muero, que Cristo sea glorificado por la cosecha de multitudes para EL”
A bordo del navío, al alejarse de su patria, Henry Martyn lloró como un niño. No obstante, nada ni nadie podían desviarlo de su firme propósito de seguir la dirección divina. El también era un tizón arrebatado del fuego, por eso repetidamente decía: “Que yo sea una llama de fuego en el servicio divino.”
Después de una travesía de nueve largos meses a bordo y cuando ya se encontraba cerca de su destino, pasó un día entero en ayuno y oración. Sentía cuán grande era el sacrificio de la cruz y cómo era igualmente grande su responsabilidad para con los perdidos en la idolatría que sumaban multitudes en la India.
Siempre repetía: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra” (Isaías 62:6,7).
La llegada de Henry Martyn a la India, en el mes de abril de 1806, fue también en respuesta a la oración de otros. La necesidad era tan grande en ese país, que los pocos obreros que habían allí se pusieron de acuerdo en reunirse en Calcuta de ocho en ocho días, para pedir a Dios que enviase un hombre lleno del Espíritu Santo y de poder a la India. Al desembarcar Martyn, fue recibido alegremente por ellos, como la respuesta a sus oraciones.
Es difícil imaginar el horror de la tinieblas en que vivía ese pueblo, entre el cual fue Martyn a vivir.
Un día, cerca del lugar donde se hospedaba, oyó una música y vio el humo de una pira fúnebre, acerca de las cuales había oído hablar antes de salir de Inglaterra.
Las llamas ya comenzaban a subir del lugar donde la viuda se encontraba sentada al lado del cadáver de su marido muerto. Martyn, indignado, se esforzó pero no pudo conseguir salvar a la pobre víctima.
En otra ocasión fue atraído por el sonido de címbalos a un lugar donde la gente rendía culto a los demonios. Los adoradores se postraban ante un ídolo, obra de sus propias manos, ¡al que adoraban y temían! Martyn se sentía “realmente en la vecindad del infierno”.
Rodeado de tales escenas, él se esforzaba más y más, incansablemente, día tras día en aprender la lengua. No se desanimaba con la falta de fruto de su predicación, porque consideraba que era mucho más importante traducir las Escrituras y colocarlas en las manos del pueblo.
Con esa meta fija en su mente perseveraba en la obra de la traducción, perfeccionándola cuidadosamente, poco a poco, y deteniéndose de vez en cuando para pedir el auxilio de Dios.
Cómo ardía su alma en el firme propósito de dar la Biblia al pueblo, se ve en uno de sus sermones, conservado en el Museo Británico, y que copiamos a continuación “Pensé en la situación triste del moribundo, que tan sólo conoce bastante de la eternidad como para temer a la muerte, pero no conoce bastante del Salvador como para vislumbrar el futuro con esperanza. No puede pedir una Biblia para aprender algo en que afirmarse, ni puede pedir a la esposa o al hijo que le lean un capítulo para consolarlo. ¡La Biblia, ah, es un tesoro que ellos nunca poseyeron! Vosotros que tenéis un corazón para sentir la miseria del prójimo nosotros que sabéis cómo la agonía del espíritu es más cruel que cualquier sufrimiento del cuerpo, vosotros que sabéis que está próximo el día en que tendréis que morir. ¡OH, dadles aquello que será un consuelo a la hora de la muerte!”
Para alcanzar ese objetivo, de dar las Escrituras a los pueblos de la India y de Persia, Martyn se dedicó a la traducción de día y de noche, en sus horas de descanso y mientras viajaba.
No disminuía su marcha ni cuando el termómetro registraba el intenso calor de 50º, ni cuando sufría de fiebre intermitente, ni debido a la gravedad de la peste blanca que ardía en su pecho. Igual que David Brainerd, cuya biografía siempre sirvió para inspirarlo, Henry Martyn pasó días enteros en intercesión y comunión con su “amado, su querido Jesús”.
“Parece”, escribió él, “que puedo orar cuanto quiera sin cansarme. Cuán dulce es andar con Jesús y morir por EL...” Para él la oración no era una mera formalidad, sino el medio de alcanzar la paz y el poder de los cielos, el medio seguro de quebrantar a los endurecidos de corazón y vencer a los adversarios. Seis años y medio después de haber desembarcado en la India, a la edad de 31 años, cuando emprendía un largo viaje, falleció.
Separado de los hermanos, del resto de la familia, rodeado de perseguidores, y su novia esperándolo en Inglaterra, fue enterrado en un lugar desconocido.
¡Fue muy grande el ánimo, la perseverancia, el amor y la dedicación con que trabajó en la mies de su Señor! Su celo ardió hasta consumirlo en ese corto espacio de seis años y medio. Nos es imposible apreciar cuán grande fue la obra que realizó en tan pocos años. Además de predicar, logró traducir parte de las Sagradas Escrituras a las lenguas de una cuarta parte de todos los habitantes del mundo.
El Nuevo Testamento en indí, indostaní y persa, y los evangelios en judaico-persa son solamente una parte de sus obras.
Cuatro años después de su muerte nació Fidelia Fiske en la tranquilidad de Nueva Inglaterra. Cuando todavía estudiaba en la escuela, leyó la biografía de Henry Martyn. Anduvo cuarenta y cinco kilómetros de noche, bajo violenta tempestad de nieve, para pedir a su madre que la dejase ir a predicar el evangelio a las mujeres y les habló del amor de Jesús, hasta que el avivamiento en Oroomiah se convirtió en otro Pentecostés. Si Henry Martyn, que entregó todo para el servicio del Rey de Reyes, pudiese hoy visitar la India y Persia, cuán grande sería la obra que encontraría, obra realizada por tan gran número de fieles hijos de Dios, en los cuales ardió el mismo fuego encendido por la lectura de la biografía de ese precursor.

LA HABITACIÓN SECRETA DE LA FAMILIA TEN BOOM

 
En absoluto silencio y en una completa oscuridad, seis personas, cuatro de ellas judías, permanecían encerradas en una minúscula habitación secreta. No había espacio para moverse, dos podían sentarse mientras que cuatro permanecían de pie. La Gestapo las buscaba por toda la casa, sabía que estaban escondidas en algún rincón, pero le era imposible descubrirlo: una falsa pared y un armario ocultaba el minúsculo habitáculo que los propietarios de la vivienda, la famila ten Boom, habían creado para salvar la vida de aquellas personas y la de cientos de judíos perseguidos y desesperados.


La familia ten Boom en 1902

La familia ten Boom estaba integrada por los padres, Casper y Cor; cuatro hijos, Betsie, Willem, Nollie y Corrie; y tres tías, Jan, Bep y Anna. Durante la ocupación nazi de Holanda, los ten Boom, ocultaron en su hogar, conocido como Béjé (en la calle Barteljorisstraat, nº 19, en el centro de Haarlem, Holanda), a numerosos judíos y a otras personas que temían ser obligadas a trabajar para los nazis.


Los cuatro hermanos de izquierda a derecha: Betsie, Willem, Nollie y Corrie


Casper era un relojero de gran prestigio en Haarlem. Durante el Holocausto, sus hijos ya eran mayores y su mujer había fallecido. Betsi y Corrie no se habían casado y vivían en el hogar familiar. En 1922, Corrie se convirtió en la primera mujer con licencia de relojero en los Países Bajos. Willem se había graduado en la escuela de teología y se había interesado enormemente por el problema del antisemitismo. En 1927, escribió un artículo sobre este tema. Nollie era maestra, estaba casada y tenía seis hijos.



Taller de relojería de los ten Boom. Casper, al fondo, rodeado de sus empleados

Los nazis ocuparon Haarlem aplicando unas estrictas normas de control de la población. A los ciudadanos no se les permitía abandonar sus hogares después del toque de queda, que pasó de las 9:00 a las 6:00 horas pm. El himno nacional holandés, “Wilhemus”, fue prohibido. La Gestapo reclutaba a todos los hombres de edades comprendidas entre los 17 y 30 para que trabajasen en fábricas o en el ejército. Los holandeses también conocían la persecución de los judíos y su reclusión en campos de concentración. La familia ten Boom sabía muy bien cuál sería su suerte si desafiaban a los nazis ayudando a judíos o a miembros de la Resistencia pero creyeron que era su deber hacerlo.


El Béjé, el hogar de la familia ten Boom. En la planta baja se encontraba la relojería y en la alta, la vivienda


Los cuatro hermanos ten Boom

En mayo de 1942, una mujer judía, elegantemente vestida y con una maleta en la mano, llamó a la puerta del hogar de los ten Boom. Muy nerviosa, le explicó a la familia que su marido había sido detenido varios meses antes y que su hijo había logrado huir. Los nazis la buscaban y tenía mucho miedo de regresar a su casa. Sabía que ellos habían ayudado a otra familia judía, los Weils, y se preguntaba si podría permanecer con ellos un tiempo.

Casper acogió a esta mujer y continuó ofreciendo su hogar como un lugar seguro hasta que los refugiados pudieran salir del país. Estas personas podían permanecer unos días o, incluso, meses en la casa de los ten Boom. Pero era necesario construir un escondite en el que pudieran ocultarse en caso de que los nazis vigilasen el barrio. En el dormitorio de Corrie se levantó una pared falsa de ladrillos que ocultaba una pequeña habitación. A este espacio se accedía a través de un estrecho pasadizo, que se hizo en la parte inferior de un armario, levantando un falso panel. Se colocaba una cesta con ropa de cama para llenar ese lugar y se cerraba la puerta del armario. Desde el exterior, era casi imposible descubrir el acceso a la habitación secreta.




En la imagen superior, la familia ten Boom aparece junto a algunos de los refugiados que vivieron en su hogar. Corrie es la segunda desde la izquierda en la fila superior; Casper se encuentra en frente de Corrie; Betsie está a la derecha, en la fila superior. La fotografía pertenece a Hans Poley, que sobrevivió al Holocausto (está en frente de Betsie).


La familia logró, después de numerosas prácticas, que las personas que escondiesen en su casa se introdujeran en la habitación oculta en sólo 70 segundos, después de que sonase la alarma. Durante ese tiempo, no sólo tenían que arrastrarse hasta el refugio, también debían ocultar cualquier objeto que los delatase, por ejemplo, colchones, almohadas y mantas, si era de noche, o vasos, platos y otros utensilios, si estaban comiendo.




En las imágenes superiores aparece la sala de estar, que era llamada la “habitación de la liberación”. Era el único lugar de la casa lo suficientemente grande como para que cupiesen todos. Las personas que vivían en la clandestinidad compartían con los miembros de la familia las diferentes tareas del hogar. Todos intentaban colaborar y apoyarse en aquella situación tan difícil.

En la casa había varias habitaciones que podían ocupar los refugiados, aunque no sobraba el espacio era posible adaptarse pero los alimentos sí eran un problema. Los no-judíos holandeses habían recibido una tarjeta de racionamiento con la que podían adquirir bonos semanales para comprar alimentos. Estos alimentos eran escasos de modo que era necesario acceder a más tarjetas de racionamiento. Corrie conocía muy bien a muchas familias de Haarlem, gracias a sus obras de caridad. Recordó que una pareja tenía una hija con discapacidad que ella había ayudado. El padre era un funcionario que estaba por entonces a cargo de la oficina de las tarjetas de racionamiento. Una noche, Corrie se presentó en la casa de este funcionario sin previo aviso. Él parecía saber cuál era el motivo. Cuando le preguntó cuántas tarjetas de racionamiento necesitaba, Corrie, que había ido a por cinco, sorprendentemente, se atrevió a pedirle cien.

La Gestapo, con la ayuda de un delator, detuvo a seis miembros de la familia el 28 de febrero de 1944 en torno a 12:30. Un individuo llamó a la puerta de los ten Boom pidiendo ayuda. Habían detenido a su mujer por ocultar a judíos y necesitaba dinero para sobornar a la policía y lograr su liberación. Corrie y Betsie no lo habían visto nunca y presentían que aquel individuo no era sincero pero ¿y si era cierto lo que decía? Después de un momento de duda, decidieron ayudarlo. Realmente, el hombre era un espía y, en unos minutos, oficiales nazis invadieron la casa. Sabían que algo comprometedor encontrarían en ella. Pero, además, Betsi tuvo un descuido que confirmó las sospechas. Los ten Boom colocaban en una ventana un signo para que las personas que necesitasen refugiarse en su casa supiesen que no había peligro y que era un buen momento. Si la situación cambiaba, el signo era retirado. Un miembro de la Gestapo, que vigilaba la casa desde el exterior, vio como Betsie retiró la señal de la ventana en el momento en que los oficiales allanaban la vivienda. Los alemanes, al descubrir que aquel símbolo era una señal de aviso, lo volvieron a colocar en su lugar y detuvieron a los que fueron llegando después, creyendo que la casa era segura. Unas treinta personas fueron detenidas y llevadas a prisión.


Sin embargo, las personas que se encontraban refugiadas en el hogar de los ten Boom sí pudieron ponerse a salvo. En aquel momento se encontraban en la casa cuatro judíos (dos hombres y dos mujeres) y dos trabajadores del metro, que lograron esconderse rápidamente en la habitación secreta. La señora más mayor, Mary Italle, tenía asma y tuvo muchas dificultades para acceder a la habitación secreta. Corrie la ayudó y cerró el panel del armario sólo unos segundos antes de que un policía nazi apareciese en su habitación. Los refugiados permanecieron en este pequeño espacio dos días y medio, sin comer ni beber.

Corrie y Betsy fueron interrogadas por miembros de la Gestapo, que les preguntaron una y otra vez dónde escondían a los judíos. Aunque fueron brutalmente golpeadas, las dos mujeres se negaron a hablar.

La Gestapo comenzó a inspeccionar la casa minuciosamente pero no encontró la habitación secreta. Los alemanes localizaron un lugar en la escalera en el que se escondían las tarjetas de racionamiento y los pasaportes falsos.

La familia ten Boom fue inmediatamente detenida. Un oficial se apiadó de Casper, que tenía 84 años, y le ofreció dejarlo libre si le aseguraba que no iba a causar más problemas en el futuro. Casper contestó que no podía prometérselo, de modo que también se lo llevaron.

Dos días después, un agente de la policía holandesa se puso al servicio de los alemanes que estaban vigilando la casa. Pero, en realidad, este individuo era miembro de la Resistencia y había acudido para intentar liberar a los refugiados. Encontró una oportunidad para sacarlos a través de los tejados de los vecinos, que colaboraron para que pudieran escapar. También el agente de policía tuvo que desaparecer para evitar el castigo de la Gestapo.

Por ayudar a los judíos la familia ten Boom fue enviada a diferentes cárceles y campos de concentración. La policía nazi subió a todos los detenidos en furgonetas y los llevó a la cárcel de la ciudad, una antiguo gimnasio. Después fueron enviados a la prisión de Scheveningen. Corrie y Betsie fueron separadas de su padre y ya no volvieron a verlo nunca más. Corrie tenía la gripe, por lo que fue puesta en régimen de aislamiento.

En prisión, Corrie llegó a enterarse de que su padre falleció a los diez días de su detención. También su hermano Willem, el hijo de éste, Christiaan, de 24 años, y otros miembros de su familia murieron como consecuencia de su encarcelamiento, pero de estas tristes noticias se enteraría mucho después.

Cuando se restableció de su enfermedad, Corrie asistió a su primera audiencia. El oficial Rhams llegó a apreciar a esta valerosa mujer y a tener cierta complicidad con ella. Le gustaba escuchar detalles de su vida familiar y, según afirmó la propia Corrie, las conversaciones que mantuvieron los dos trajeron algo de felicidad en aquella etapa tan dura de su vida.

Pero esta felicidad duró poco tiempo. Corrie, Betsie y otras reclusas fueron trasladadas a Vught, un campo de concentración en Holanda. Las condiciones eran terribles, mucho más severas que en el de Scheveningen. Si alguna norma se infringía, todo el campamento era castigado. A veces, los prisioneros eran enviados a un armario donde permanecían encerrados con las manos atadas por encima de sus cabezas.

Después de unos meses en Vught, que parecieron una eternidad, Betsie, Corrie y otros prisioneros fueron trasladados, de nuevo, a otro campamento. Esta vez, a la tierra más temida: Alemania.

Tras cuatro largos días de viaje, los prisioneros llegaron a Ravensbrück, próximo a Berlín, el lugar más horrible en el que Betsie y Corrie habían estado. Al menos en Vught y Scheveningen, los presos eran llamados por sus nombres pero en Ravensbrück sólo eran un número.

Las condiciones de vida en este campo de concentración eran inhumanas. Al parecer, más de 90.000 mujeres y niños perecieron en Ravensbrück. Betsie, cuya salud nunca había sido buena, pronto cayó enferma. Corrie suplicó a uno de los trabajadores de la cárcel que llevaran a su hermana al hospital, pero se aquel individuo se negó a hacerlo. Durante la enfermedad de Betsie, las hermanas planearon que dedicarían su vida a ayudar a las personas que sobrevivieran a los campos de concentración a superar las terribles secuelas físicas y psicológicas. Corrie escuchaba emocionada a Betsie, quería hacer realidad este sueño pero era consciente de que su hermana no estaría ya a su lado.

Finalmente, Betsie fue llevada al hospital pero era demasiado tarde. Corrie descubrió, días después, en la parte trasera del hospital varios cadáveres hacinados, uno de ellos era el de su hermana.

Sólo unos pocos días más tarde, llamaron a Corrie por su nombre. A ella le sorprendió porque estaba acostumbrada a ser sólo el prisionero 66730. Debía permanecer en el hospital por un tiempo y después quedaría libre. Como consecuencia de un error administrativo, Corrie logró sobrevivir. Existía una lista con las mujeres, mayores de 50 años, que debían ser exterminadas. Corrie, que ya tenía 53, no figuraba en esa lista, de modo que no fue conducida a la cámara de gas, en la que murieron las miles de mujeres que aparecían en la lista. Fue puesta en libertad el 25 de diciembre de 1944



Corrie ten Boom

Después de su liberación, Corrie realizó el sueño que quiso compartir con ella su hermana. Creó un campamento al que podían acudir las víctimas del nazismo. También escribió un best-seller titulado El escondite, en el que narraba las duras experiencias que vivieron los miembros de su familia durante la guerra.

Corrie murió el 15 de abril de 1983, con 91 años.

En la actualidad, la casa de los ten Boom se ha convertido en un Museo y son muchas las personas que han visitado esta residencia, que se encuentra exactamente igual que en la época de la ocupación nazi. Un gran agujero en la falsa pared ha dejado al descubierto la habitación secreta y los visitantes pueden, durante los momentos que permanecen en ella, imaginar el horror que vivieron aquellas seis víctimas del Holocausto que permanecieron más de dos días hacinadas en un pequeño espacio, angustiadas, sin poder hablar y en la más completa oscuridad.

Requisitos para un avivamiento Por Oswald Smith

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24)

Ésta ha sido la historia de la obra del avivamiento a lo largo de todos los siglos. Noche tras noche se han predicado sermones sin que ellos surtieran ningún efecto, hasta que algún anciano o diácono estalla en una agonía de confesión y, yendo a aquél al que ha dañado, le ruega perdón. O alguna mujer que ha sido muy activa en la obra, y que se hunde y en lágrimas de arrepentimiento confiesa públicamente que ha estado murmurando acerca de alguna otra hermana, o que no se habla con la persona al otro lado del pasillo. Entonces, cuando se halla hecho confesión y restitución, con la dura tierra derribada, el pecado al descubierto y reconocido, entonces y no hasta entonces, el Espíritu de Dios viene sobre la audiencia y un avivamiento desciende sobre la comunidad.
Por lo general hay tan solamente un pecado, un pecado que constituye el obstáculo. Había un Acán en el campamento de Israel. Y Dios señalará con Su dedo justo el lugar. Y no lo sacará hasta que se haya actuado con respecto al obstáculo.
¡Oh! entonces, roguemos primero con la oración de David cuando él clamó: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24). Y tan pronto como el obstáculo del pecado haya sido eliminado del camino, Dios vendrá en un poderoso avivamiento.

Una ciudad de iglesias llena,
grandes y eruditos oradores,
bella música, órganos y coros;
si todos fallan, entonces ¿qué?
Buenos obreros, fervientes, deseosos,
que hora tras hora trabajan con ardor;
pero ¿dónde, oh, dónde, mi hermano,
está el todopoderoso hacer de Dios?

Refinamiento ¡educación!
Desean lo mejor.
Sus planes y designios, perfectos.
No se dan descanso alguno;
consiguen del talento lo mejor,
tratan de hacerlo superior,
pero, oh, hermano, su necesidad
es el Espíritu Santo de Dios.

Gastaremos nuestro dinero y tiempo
y predicaremos con sabiduría grande,
pero la simple educación
empobrecerá al pueblo de Dios.
Dios no quiere humana sabiduría,
no busca sonrisas ganar;
sino que, oh hermano ¡necesitamos,
que el pecado abandonado sea ya!

Es el Espíritu Santo
que el alma vivifica.
Dios no aceptará al hombre adoración,
ni aceptará el control humano.
Ni humana innovación,
ni habilidad o arte mundano,
podrán dar constricción,
ni quebrantar el corazón del pecador.

Podemos humana sabiduría tener,
grandes cantos y triunfos:
buen equipo podrá haber,
pero en esto no hay bendición.
Dios quiere un vaso puro y limpio,
labios ungidos y veraces,
un hombre del Espíritu llenado,
que proclame todo Su mensaje.

Gran Dios ¡avívanos en verdad!
y mantennos cada día;
que todos puedan reconocerte,
vivimos como oramos.
La mano del Señor no se ha acortado,
todavía es Su delicia bendecir,
si huimos de todo mal,
y todo nuestro pecado confesamos.

Nota: Este poema fue escrito por Samuel Stevenson que me introdujo por vez primera a algunos de los guerreros de la oración y que me enseñó muchas de estas grandes verdades

Los agentes que promueven el avivamiento.

Normalmente, hay tres agentes[2] que se usan en la conversión de un pecador, y un instrumento. Los agentes son: Dios, el pecador y otra persona que habla (predica) la verdad. La verdad misma es el instrumento. A veces, hay solamente dos agentes: Dios y el pecador.



3.1 Dios se usa a sí mismo en la conversión de pecadores, en dos distintas maneras: por su providencia y por su Espíritu.

3.1.1. Por su providencia, arregla los eventos en la vida de un pecador de tal manera que la mente de éste y la verdad se encuentren. O sea, Dios guía al pecador a un lugar donde escucha la verdad o la ve en la vida de otra persona. Es muy interesante escuchar el testimonio de cómo Dios ha obrado esto en las vidas de las personas, y de cómo Dios arregla todas los eventos a favor de un avivamiento. A veces usa algo temporal, una enfermedad u otra circunstancia para que el pecador esté dispuesto a darse cuenta de la verdad. A veces, Dios envía a un ministro al pecador… ¡justo al momento necesario! O, el pecador escucha una cierta verdad bíblica… ¡exactamente al momento oportuno!

3.1.2 Por su Espíritu Santo, Dios habla la verdad a la mente del pecador. Y pues Dios sabe todo lo que hay en la mente de una persona, y sabe la historia de él, puede usar la verdad que se precisa en ese momento. Además, Dios puede reforzar esa verdad con poder divino. Da tal fuerza, vida y poder a la verdad, que el pecador siente convicción y muchas veces se vuelve de su rebelión y se rinde al Señor. Bajo la influencia del Espíritu Santo, la verdad corta y quema como fuego en la conciencia. La verdad ungida con el Espíritu revela y quebranta el orgullo del pecador, como si un monte hubiera caído sobre él.

Si los hombres estuvieran dispuestos a obedecer a Dios por naturaleza, la sola lectura de la Biblia y la predicación de ella, hechas por los hombres, serían suficientes para que ellos aprendieran de Dios. Pero, pues los hombres son por naturaleza inclinados a rebelarse en contra de Dios, Dios usa su Espíritu Santo para iluminar la verdad y convencer a los pecadores; de tal manera que no pueden resistir; se rinden y se convierten.

3.2 Muchas veces, los hombres son agentes en la conversión de los pecadores. Los hombres no son los instrumentos en la conversión de pecadores. El instrumento es la verdad. Sin embargo, el predicador (u otra persona que habla a un pecador) es un agente que usa la verdad. Y la obra del predicador no se hace sin la voluntad de él mismo. Por esto, el predicador es un agente activo en la conversión de los pecadores.

3.3 El pecador mismo es un agente en su propia conversión, porque éste tiene que obedecer la verdad que entiende. Por esto, es imposible que se convierta un pecador sin ser él un agente en su propia conversión. Sin embargo, Dios y otro hombre (el predicador, por ejemplo) le influyen.

Los hombres influyen en otros no solamente por sus palabras, sino por sus miradas, lágrimas y los demás hechos de la vida diaria. Por ejemplo, si un hombre inconverso tiene una esposa piadosa, las miradas, la ternura, la compasión y la dignidad de ella le impactarán y serán un sermón para él en todo tiempo, porque ella ha sido moldeada y conformada a la imagen de Cristo. Si él no se esfuerza en pensar en otras cosas, toda la vida de ella le será un reproche y será igual de escuchar un sermón continuo.

Como seres humanos, estamos acostumbrados a leer el aspecto de nuestros vecinos. Y los pecadores siempre están leyendo el estado de la mente de los cristianos, fijándose en los ojos. Si los ojos de un cristiano demuestran liviandad, ansiedad o tristeza, los pecadores lo notarán. Pero si lucen del Espíritu Santo, los impíos lo notarán y muchas veces caen en la convicción, sólo por haber mirado al aspecto de un cristiano.

En cierta ocasión, un cristiano[3] fue a visitar una fábrica para ver la maquinaria que estaba allí. La mente de él estaba llena de pensamientos solemnes, pues recién había llegado de un avivamiento. Los trabajadores de la fábrica conocían al visitante y sabían que era cristiano fiel. Al pasar éste, mirando a la maquinaria, una joven trabajadora susurró algo tonto a su compañera, riendo. El cristiano lo escuchó y se paró, mirando a la joven con tristeza. Esa mirada le trajo tanta convicción a ella que no podía seguir trabajando. Trató de componerse, mirando la ventana. Una y otra vez trataba seguir trabajando, sin lograr nada. Después de varios intentos infructuosos, se sentó. Luego el cristiano se le acercó y habló con ella, lo cual hizo penetrar más profundamente la convicción.

De repente, como un fuego devorador, la convicción pasó por toda la fábrica, tanto que dentro de unas horas casi todos los trabajadores se sentían convencidos de pecado. El dueño, quien no era creyente, fue asustado, ¡tanto que pidió que todos parasen su trabajo y orasen! Dijo que era más importante que se salvará a los trabajadores, a que siguieran el trabajo. Y dentro de unos días, el dueño y casi todos los trabajadores se convirtieron.

Así, llegó el avivamiento, solamente por razón del serio comportamiento del cristiano. Sus ojos que lucían compasión y su aspecto solemne reprendieron la liviandad de esa joven y le trajeron la convicción del pecado. Una sola mirada trajo el avivamiento (por supuesto, es cierto que había otras influencias también) a una fábrica.

Todo esto digo para decir que si los cristianos entran profundamente en la religión, producirán grandes efectos a dondequiera que vayan. Pero si son fríos y bromistas, hacen huir la convicción de pecado.

Conozco a una persona que estaba bajo la convicción de pecado. Pero un día me percaté que casi toda la convicción se había ido de ella. Le pregunté qué había pasado, y ella me respondió que estuvo toda la tarde con algunos amigos que profesaron ser cristianos. Pero la verdad es que éstas fueron personas bromistas y frívolas: y así, por estar entre ellos, compartiendo en sus vanidades, causó que la convicción saliera de su corazón. Sin duda, esos profesores hipócritas, por su tontería, ayudaron a destruir a esa persona, porque la convicción del pecado nunca volvió a ella.

Concluyo esta sección diciendo que la iglesia tiene que usar el instrumento (la verdad) para que se conviertan los pecadores. Los pecadores no pueden convertirse por sí mismos. Es la responsabilidad de la iglesia promulgar la verdad y la responsabilidad del pecador recibirla. Así que, para traer el avivamiento, hay que difundir la verdad, presentándola a las mentes de los perdidos, y ellos tiene que escoger: recibirla y obedecerla, o resistirla y desecharla.