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TORTURADO POR JESUCRISTO EN EL COMUNISMO DE LA EUROPA DEL ESTE (Primera Parte)


TORTURADO POR JESUCRISTO EN EL COMUNISMO DE LA EUROPA DEL ESTE.

En reconocimiento a todos los cristianos que dan su vida por Cristo y cuyo ejemplo nos estimula a seguir adelante, y la de tantos mártires que murieron por Cristo, por todos nosotros.
    "que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, ... y que los has amado a ellos como me has amado a mí... que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos."

El Rev. Richard Wurmbrand (†17 de Febrero de 2001 a los 92 años) es una pastor evangélico que pasó catorce años en cárceles comunistas en Rumanía, su patria. Es uno de sus más renombrados dirigentes cristianos, autores y educadores. Pocos nombres son tan conocidos en su país.
     En 1945, cuando los comunistas ocuparon Rumanía, e intentaron controlar a las iglesias para sus propios fines, Richard Wurmbrand comenzó de inmediato un efectivo y vigoroso “ministerio subterráneo” entre sus compatriotas esclavizados y los soldados invasores rusos. Finalmente fue arrestado en 1948, en compañía de su esposa Sabina (†11 agosto de 2000). Ella fue condenada a tres años de trabajos forzados. Richard Wurmbrand pasó tres años de confinamiento solitario, sin ver a nadie, con excepción de sus guardias comunistas. Después de tres años fue transferido a una celda común por cinco años más, donde continuaron sus torturas.
     Debido a su prestigio internacional como líder cristiano, algunos diplomáticos de las embajadas de los países occidentales comenzaron a interesarse por su seguridad. Se les informó que había huido de Rumanía. Por otro lado policías secretos, haciéndose pasar por ex-compañeros de cárcel, contaron a su esposa cómo habían presenciado su entierro en el cementerio de la cárcel. Tanto a su familia en Rumanía como a sus amigos en el exterior se les aconsejó que era mejor olvidarlo, ya que estaba muerto.
     Después de ocho años fue puesto en libertad e inmediatamente reanudó su labor en la Iglesia Subterránea. Dos años más tarde, en 1959, fue vuelto a arrestar y sentenciado a veinticinco años de cárcel.
     El Sr. Wurmbrand fue puesto en libertad otra vez en una amnistía general en 1964, y continuó su ministerio subterráneo. Conscientes del peligro que significaba para él un tercer arresto, los cristianos de Noruega negociaron su salida de Rumanía con las autoridades comunistas. El gobierno comunista había comenzado a “vender” a sus presos políticos. El precio habitual de rescate por un preso era de 2.000 dólares; pero por él pidieron 10.000 dólares.
     En mayo de 1966, mientras prestaba declaraciones ante el Sub-Comité de Seguridad Interior del Senado norteamericano en Washington, se desnudó hasta la cintura para que pudieran ver las dieciocho profundas cicatrices que le habían dejado las atroces torturas a que fue sometido durante su encarcelamiento. Los periódicos norteamericanos, europeos y de Asia contaron al mundo su dramática historia. En el mes de septiembre de ese mismo año se le advirtió que el régimen comunista de Rumanía había dispuesto su asesinato. Mas, ni siquiera aquellas amenazas de muerte pudieron silenciar su voz. Ha sido llamado “La Voz de la Iglesia Subterránea”. Líderes cristianos lo han llamado “un mártir viviente” y “el Pablo de la Cortina de Hierro”.
La Iglesia Mártir de Hoy
TORTURADO POR CRISTO
Richard Wurmbrand

Un ateo encuentra a Dios

     Fui criado en una familia donde ninguna religión era reconocida. Por lo tanto, en mi niñez no tuve ninguna instrucción religiosa. A los catorce años era ya un convencido y empedernido ateo. Era el lógico resultado de mi amarga niñez. Quedé huérfano a muy temprana edad y conocí la pobreza en aquellos difíciles años de la Primera Guerra Mundial. De allí que, a mis catorce años, fuera un ateo tan convencido como lo son hoy los comunistas. Había leído libros sobre ateísmo y ello no significaba meramente que no creyese en Dios o en Cristo.... odiaba esos conceptos por considerarlos perjudiciales a la mente humana. Y así crecí, sintiendo amargura y resentimiento hacia la religión.
     Pero, como llegué a entender, más tarde, había sido elegido por la gracia de Dios, por razones que no alcanzaba a comprender. Esas razones no tenían nada que ver con mi carácter, pues éste era muy malo.
     Aún cuando me consideraba un ateo, algo incomprensible dentro de mí me atraía hacia las iglesias. Me resultaba difícil pasar frente a una iglesia sin sentir necesidad de entrar. No obstante, nunca podía entender lo que sucedía dentro de esos lugares. Escuchaba los sermones, pero éstos no apelaban a mi corazón, y no me sentía ni afectado ni conmovido por ellos. Tenía la absoluta seguridad de que Dios no existía. Aborrecía el concepto errado que tenía de Dios como un amo al que había que obedecer. Sin embargo, mucho me habría agradado saber que en algún lugar en el centro de este universo existiera un corazón de amor. Había conocido tan pocos de los goces de la niñez y la juventud, que anhelaba encontrar en alguna parte una corazón que estuviera latiendo de amor por mí también.
     Sabía que Dios no existía, pero me lamentaba que no existiera tal Dios de amor. En cierta oportunidad, movido por este conflicto espiritual interior, entré en una Iglesia Católica. Observé a la gente arrodillada, y me di cuenta que estaban murmurando algo. Rezaban una plegaria a la Santa Virgen:
     “Ave María, llena eres de Gracia”. Repetí esas palabras una y otra vez, mirando a la imagen de la Virgen María, pero no sucedió nada lo que me causó gran pesar.
     Un día, a pesar de ser un ateo convencido, oré a Dios. Más o menos mi oración fue así:
     “Dios, tengo el convencimiento absoluto que Tú no existes, pero por si acaso existieras, cosa que dudo, no es mi deber creer en Ti, pero sí es Tu obligación revelarte a mí”. Sí, yo era ateo, pero eso no traía paz a mi corazón.
     Durante este período de conflicto interior, como lo vine a descubrir más tarde en un pueblito situado en las montañas de Rumanía, un carpintero anciano oraba de esta manera:
     “Mi Dios, te he servido aquí en la tierra y te pido que me des una recompensa tanto aquí como en el Cielo. La recompensa que quiero es que no muera sin antes haber traído a Ti a un judío, puesto que Jesús era judío. Pero soy pobre y estoy viejo y enfermo, no puedo salir de aquí en busca de uno de ellos, y bien sabes que en este pueblo no vive ninguno. Trae, Señor, un judío hasta acá, y haré todo lo que esté en mí para llevarlo a Cristo”.
     Algo irresistible me atrajo a ese pueblo. Yo no tenía nada que hacer allí. Existen doce mil pueblos semejantes en Rumanía. Sin embargo, yo viajé a ese pueblo. Viendo el carpintero que yo era judío, me llenó de atenciones como nunca una hermosa muchacha se vio atendida. En mí había visto la respuesta a su oración, y me obsequió una Biblia. Yo había leído muchas veces la Biblia, pero sólo por interés cultural. En cambio, la Biblia que me obsequiara aquel anciano me dio la impresión de ser totalmente diferente. Esta parecía no estar escrita simplemente con letras, sino con las llamas de amor de sus ardientes oraciones. Según me confesó más tarde, él y su esposa habían pasado horas enteras orando por mi conversión y la de mi mujer. Me resultaba difícil leerla, pues sólo atinaba a llorar cuando comparaba mi vida con la vida de Jesús; mis impurezas con su pureza; mi odio con su amor. Mas a pesar de eso me aceptó como uno de los suyos.
     Al poco tiempo se convirtió mi esposa. Ella atrajo a otras almas a Cristo, las que a su vez atraían a otros a nuestra fe. De esta manera nació una nueva congregación luterana en Rumanía.
     Entonces llegó el nazismo. Teníamos mucho que sufrir. El nazismo tomó la forma de una dictadura de elementos ultra-ortodoxos que persiguieron a los grupos protestantes, además de los judíos.
     Aún antes de mi ordenación formal y de que estuviera preparado para el pastorado, era el líder virtual de esta Iglesia recién fundada. Tenía la responsabilidad de ella. Mi esposa y yo fuimos arrastrados varias veces a los tribunales. El terror nazi fue muy grande, empero era un anticipo de lo que vendría: el Comunismo. Mihai, mi hijito, debió adoptar un nombre no judío para poder escapar de la muerte.
     A pesar de todo, la era del nazismo nos proporcionó una gran ventaja, pues nos enseñó que los golpes físicos podían ser soportados, puesto que el espíritu humano, con la ayuda de Dios, puede sobrevivir a las más horribles torturas. Además nos obligaron a adoptar los métodos del trabajo cristiano en secreto, que nos sirvieron como entrenamiento para la prueba aún más terrible que estaba por venir y que, sin saberlo, ya se aproximaba.
 Mi ministerio con los rusos
     El remordimiento de mi pasado ateo me hizo anhelar desde el primer día de mi conversión el testificar de mi fe a los rusos. Ellos son un pueblo criado desde la infancia en el ateísmo. Mis deseos de alcanzar a los rusos para Cristo se han cumplido. Su cumplimiento comenzó en los años del nazismo, pues había muchos prisioneros de guerra rusos en Rumanía, entre los cuales podíamos hacer nuestra obra.
     Fue una labor conmovedora y dramática. Jamás olvidaré mi primer encuentro con un prisionero ruso, quien me contó que era ingeniero. Le pregunté si creía en Dios. Si me hubiera dicho “no”, no me habría importado tanto, puesto que cada hombre tiene el derecho de creer o no creer. Pero ante mi pregunta si creía en Dios levantó sus ojos sin comprender y me respondió: “Mis superiores militares no me han dado ninguna orden para creer. Si tuviera una orden, creería”.
     Las lágrimas corrieron por mis mejillas, y sentí como si el corazón se destrozara dentro de mí. Allí, frente a mí, había un hombre cuya mente estaba como muerta. Un hombre que había perdido el don más preciado que Dios concede al ser humano: tener su propia personalidad. Era sólo un instrumento, con el cerebro lavado, en manos de los comunistas, dispuesto a creer o no, según se lo ordenaran. No tenía capacidad para pensar por sí mismo. ¡Era un ruso típico después de tantos años de dominación comunista! Después del impacto de ver lo que el comunismo había hecho con los seres humanos, prometí a Dios dedicar mi vida a esos hombres, para ayudarles a recuperar su personalidad y llevarles a la fe en Dios y en Jesucristo.
     No necesité ir a Rusia para alcanzar a los rusos.
     A partir del 23 de agosto de 1944, un millón de soldados rusos entraron en Rumanía, y poco después los comunistas llegaron al poder en nuestro país. Entonces comenzó la horrenda pesadilla, ante la cual el sufrimiento bajo el nazismo parecía poca cosa.
     En ese entonces en Rumanía, que ahora tiene diecinueve millones de habitantes, el partido comunista tenía solamente diez mil miembros. Sin embargo, Vishinsky, ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, irrumpió en la oficina de nuestro muy amado rey Michael I, golpeó en la mesa con los puños, y dijo: “Usted debe nombrar comunistas para el gobierno”. Nuestro ejército y policía fueron desarmados y así, por la violencia, y odiados por casi todos, los comunistas llegaron al poder. Esto sucedió con la pasiva cooperación de los gobernantes ingleses y norteamericanos de aquel tiempo.
     Los hombres son responsables ante Dios no solamente por sus propios pecados, sino también por los de su nación.
     La tragedia de todos los países cautivos constituye una responsabilidad en los corazones de los cristianos ingleses y norteamericanos. Los norteamericanos deben saber que en algunas oportunidades han ayudado, sin darse cuenta, a que los rusos nos hayan impuesto regímenes de terror y muerte. Los norteamericanos deben expiar estas faltas, ayudando a los pueblos cautivos para que llegue hasta ellos la luz de Cristo.
    

El idioma del amor y el idioma de la seducción son la misma cosa

     Una vez que los comunistas estuvieron en el poder, hábilmente pusieron en práctica sus métodos de seducción para conquistarse la Iglesia. El idioma del amor y de la seducción son idénticos. Tanto el que desea a una joven para hacerla su esposa, como el que sólo la desea para tenerla una noche y después desecharla, dicen: “Te quiero”. Jesús nos enseñó a distinguir entre el lenguaje de la seducción y el del amor, como también a discernir a los lobos con la piel de oveja de las verdaderas ovejas.
     Cuando los comunistas consiguieron el poder, miles de sacerdotes, pastores y ministros no supieron distinguir ambas voces.
     Los comunistas convocaron un congreso de todos los grupos cristianos, en el edificio de nuestro parlamento. Asistieron unos cuatro mil sacerdotes y pastores que eligieron nada menos que a ¡José Stalin como presidente honorario de dicho congreso! Al mismo tiempo él era el presidente del movimiento mundial ateo, y un asesino en masa de los cristianos. Uno tras otro, obispos y pastores se levantaron en aquel recinto para declarar que el comunismo y el cristianismo fundamentalmente son los mismo y que por lo tanto podían coexistir. Un ministro tras otro ensalzó al comunismos y aseguró al nuevo gobierno que podría contar con la lealtad de la Iglesia.
     Mi esposa y yo estábamos presentes en ese Congreso. Ella, que estaba sentada cerca de mí, me dijo: “Richard, levántate y limpia la cara de Cristo de tanta vergüenza! Están escupiendo en su cara.” Le dije: “Si lo hago, pierdes a tu esposo.” Ella respondió: “No deseo tener a un cobarde por esposo.”
     Entonces me levanté y hablé a los congresistas, alabando no a los asesinos de los cristianos, sino a Dios y su Hijo Jesucristo, afirmando que nuestra lealtad se debía en primer lugar a Él. Los discursos de aquel congreso eran difundidos por radio, así es que se pudo escuchar el mensaje de Cristo en todo el país, proclamado desde la misma tribuna del Parlamento Comunista. Después tuve que pagar por semejante temeridad, pero había valido la pena.
     Los dirigentes de las Iglesias protestantes y ortodoxas competían entre sí en su afán de ceder al comunismo. Un obispo ortodoxo colocó el emblema de la hoz y el martillo en sus vestiduras eclesiásticas y solicitó a sus sacerdotes que no se dirigieran más a él como “su señoría”, sino como “camarada obispo”. En otra oportunidad asistí al congreso bautista en el pueblo de Resita, que se efectuó bajo la sombra de la bandera roja, donde todos se pusieron de pie al entonarse el himno nacional de la Unión Soviética. El presidente de los bautistas declaró que Stalin no hizo más que cumplir con los mandamientos de Dios, y lo alabó como un gran maestro de la Biblia.
     Algunos sacerdotes, como Patrascoiu y Rosianu fueron más directos, convirtiéndose en miembros de la Policía Secreta. Rapp, obispo auxiliar de la Iglesia Luterana en Rumanía, comenzó a enseñar en el seminario teológico que Dios había dado tres revelaciones: una a través de Moisés, otra a través de Jesús, y una tercera a través de Stalin que superaba aún a la anterior.
     Debo aclarar que los verdaderos bautistas, por quienes siento un verdadero aprecio, no estaban de acuerdo y mantuvieron intacta su fe en Cristo, sufriendo mucho a causa de ello. Sin embargo, los comunistas “eligieron” a sus dirigentes y los bautistas no tuvieron más remedio que aceptarlos. La misma condición se mantiene hoy en las altas esferas de dirección religiosa.
     Aquellos que se convirtieron en siervos del comunismo en lugar de siervos de Cristo, comenzaron a denunciar a los hermanos que no se unían a ellos.
     Así como los cristianos rusos formaron una Iglesia Subterránea después de la revolución rusa, la ascensión al poder del comunismo y la traición de fatuos dirigentes de la iglesia oficial nos obligó a fundar también en Rumanía una Iglesia Subterránea que fuera fiel a su fe, que predicara el Evangelio y que ganara a los niños para Cristo. Los comunistas prohibieron todo esto y la Iglesia Oficial consintió.
     Junto con otros comencé una obra secreta. Exteriormente yo mantenía una posición bastante respetable que nada tenía que ver con mi verdadera obra clandestina, pero que me servía de pantalla para ocultarla. Yo era pastor de la Misión Luterana Noruega y al mismo tiempo era el representante del Consejo Mundial de Iglesias para Rumanía. (Cabe destacar que en Rumanía no teníamos la más remota idea que esa organización algún día podría cooperar con el comunismo. Por aquel entonces se dedicaba a mantener programas de ayuda en nuestro país). Estos dos títulos me dieron una buena reputación ante las autoridades, que nada sabían de mi obra clandestina.
La misma tenía dos facetas.
La primera era nuestro ministerio secreto entre el millón de soldados rusos.
La segunda faceta era nuestro ministerio subterráneo al esclavizado pueblo rumano.

Los rusos: un pueblo de almas “sedientas”

     Para mí, el predicar el Evangelio a los rusos es el cielo en la tierra. Yo he predicado el Evangelio a hombres de muchas naciones, pero nunca he visto a un pueblo tan sediento del Evangelio como los rusos.
     Un sacerdote ortodoxo amigo mío me telefoneó un día para comunicarme que un oficial ruso había acudido a él para confesarse. Como él no sabía ruso, y yo en cambio sí, le había dado mi dirección. El hombre vino a verme al día siguiente. El amaba a Dios, aunque nunca había visto una Biblia, ni jamás había asistido a ningún servicio religioso (pues existen muy pocas iglesias en Rusia). No tenía la menor instrucción religiosa, pero amaba a Dios a pesar de no tener ni el más elemental conocimiento de Él.
     Comencé a leerle el Sermón de la Montaña y las parábolas de Jesús. después de escucharlas, en un arranque de alegría, se puso a danzar por todo el cuarto, exclamando: “¡Qué maravillosa belleza! ¡Como pude vivir sin saber nada de este Cristo!” Fue la primera vez que veía a alguien tan cautivado por la persona de Cristo.
     Fue entonces que cometí un error. Le leí acerca de la pasión y crucifixión de Jesús, sin haberlo preparado para ello. El no lo esperaba, pues cuando escuchó cómo Cristo fue abofeteado, cómo fue crucificado y al fin murió, cayó en un sillón y comenzó a llorar amargamente. ¡Había creído en un Salvador y ahora su Salvador estaba muerto!
     Al observarle me sentí avergonzado de llamarme cristiano y pastor, de ser un maestro para los demás y, sin embargo, jamás haber compartido los sufrimientos de Cristo en la forma que este oficial ruso ahora los compartía. Mirándole, me pareció volver a ver a María la Magdalena llorando al pie de la cruz; llorando fielmente aun cuando Jesús yacía en la tumba.
     Luego le leí la historia de la Resurrección. El no sabía que su Salvador había resucitado de la tumba. Cuando escuchó estas maravillosas nuevas, se golpeó las rodillas profiriendo una palabra bastante grosera, aunque en ese momento la consideré Aceptable, y aún quizás “santa”. Era su cruda manera de expresarse. Nuevamente se regocijaba, gritando de alegría: “¡El vive! ¡El vive!”, y danzaba, dominado por la felicidad.
     “Oremos”, le dije, pero él no sabía orar, a nuestra manera por lo menos. Cayó de rodillas junto a mí, y las palabras que brotaron de sus labios fueron: “¡Oh Dios, qué magnífico eres. Si Tú fueras yo y yo fuese Tú, nunca te habría perdonado Tus pecados. Eres en realidad magnífico y yo te amo de todo corazón!”
     Pienso que todos los ángeles en el cielo se detuvieron para escuchar esta sublime oración de un oficial ruso. ¡El hombre había sido ganado para Cristo!
     En un negocio encontré a un capitán ruso con una dama que era también oficial del ejército; compraban una gran cantidad de cosas, pero tenían dificultades para hacerse entender con el vendedor, ya que él no entendía el ruso. Me ofrecí para actuar de intérprete para ellos, y trabamos amistad. Les invité a casa para almorzar, y antes de comenzar a comer les dije: “Ustedes están en una casa cristiana y nosotros tenemos la costumbre de orar”. Oré en ruso. Entonces dejaron los cubiertos sobre la mesa y perdieron el interés en la comida. Comenzaron a hacer pregunta tras pregunta acerca de Dios, de Jesucristo y la Biblia. Ellos no sabían nada.
     No fue fácil hablarles. Les narré la parábola de un hombre que tenía cien ovejas y perdió una; pero no me entendieron, porque me preguntaron: “¿Cómo es posible que tenga cien ovejas y que no se las haya quitado la granja colectiva comunista?” Entonces les dije que Jesús es un rey. A esto me contestaron: “Todos los reyes han sido hombres malos que tiranizaban a su pueblo, y Jesús por lo tanto tiene que haber sido un tirano también”. Cuando les narré la parábola de los obreros de la viña, ellos dijeron: “Bueno, esos hombres hicieron muy bien en rebelarse contra el propietario de la viña. La viña tiene que pertenecer a la granja colectiva.” Todo era nuevo para ellos. Al relatarles el nacimiento de Jesús, sus preguntas podrían parecer, en labios de un occidental, una blasfemia: “¿Era María la esposa de Dios?” Fue entonces que comprendí, al discutir con ellos y muchos otros, que para predicarles el Evangelio a los rusos, después de tantos años de comunismo, tendríamos que usar un idioma totalmente nuevo.
     Los misioneros que fueron al África Central tuvieron dificultades para traducir las palabras del profeta Isaías: “Si tus pecados fueron rojos como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. Nadie, en esa parte de África Central, había visto la nieve. Ni siquiera existía la palabra “nieve”. Por lo tanto tuvieron que traducir: “Tus pecados serán blancos como la pulpa del coco”.
     Así también tuvimos que traducir el Evangelio al lenguaje marxista para hacerlo comprensible a ellos. Era algo que no podíamos solos, mas el Espíritu Santo lo hizo a través nuestro.
     En ese mismo día se convirtieron el capitán y el oficial. Después, ellos nos ayudaron mucho en nuestro ministerio clandestino con los rusos.
     Imprimimos y distribuimos en forma secreto muchos miles de Evangelios y otra literatura cristiana entre los rusos. A través de los soldados rusos convertidos pudimos introducir de contrabando muchas Biblias y porciones bíblicas en Rusia.
     Usamos otra técnica para hacer llegar copias de la Palabra de Dios a las manos de los rusos. Los soldados rusos habían estado peleando varios años, y muchos de ellos tenían en su patria hijos que no habían visto en todo ese tiempo (Los rusos tienen un gran cariño por los niños). Mi hijo Mihai y otros pequeños, menores de diez años, iban a las calles y parques llevando con ellos muchas Biblias, Evangelios, y otra literatura en los bolsillos. Los soldados rusos los acariciaban en la cabeza y les hablaban cariñosamente, pensando en sus propios hijos que no habían visto por tantos años. Luego les daban chocolates o dulces a los niños, quienes, a su vez, les daban algo a cambio: Biblias y Evangelios, que eran aceptados gustosamente. A menudo, lo que era peligroso para nosotros hacer abiertamente, podía ser hecho por nuestros hijos sin ningún riesgo. Eran nuestros “pequeños misioneros” para los rusos. Los resultados fueron excelentes. Muchos soldados rusos recibieron de este modo el Evangelio, que de otra manera no hubiéramos podido darles.

Predicando en los cuarteles del ejército ruso

     Nuestra labor entre los rusos no sólo se limitó a la obra personal, sino que también tuvimos la oportunidad de realizar reuniones con grupos pequeños.
     A los rusos les gustaban muchos los relojes. Se lo robaban a cuanta persona se encontraban. Aún detenían a las personas en la calle para ese fin, y había que entregárselo. Se les podía ver usando varios relojes al mismo tiempo, preferentemente en los brazos; y aún a las mujeres oficiales con relojes despertadores colgando de sus cuellos. El rumano que deseara tener un reloj tenía que ir a los cuarteles del Ejército Soviético para comprar uno robado; a menudo adquiría su propio reloj. Así pues era común ver a los rumanos entrar en los cuarteles rusos; y esto nos proporcionó a nosotros, los de la Iglesia Subterránea, un excelente pretexto para ir allí también, a comprar relojes.
     Elegí la festividad ortodoxa de San Pablo y San Pedro como la primera fecha para ir a los cuarteles rusos. Pretestando querer adquirir un reloj fui a la base militar. Con el fin de ganar tiempo, simulaba rechazar uno por encontrarlo muy caro; otro, por ser muy chico y otro por más grande. Como lógica consecuencia, se juntó a mi alrededor un grupo de soldados que me ofrecieron algo para comprar. En son de broma les pregunté: “¿Alguno de ustedes se llama Pablo o Pedro?” Algunos respondieron afirmativamente. Entonces les dije: “¿Sabían ustedes que hoy es el día en que vuestra Iglesia Ortodoxa honra a San Pablo y San Pedro?” Nadie lo sabía, así que comencé a contarles acerca de ellos. Uno de los soldados rusos me interrumpió para decirme: “Tú no has venido a comprar relojes. Has venido para hablarnos de la fe. ¡Siéntate aquí y háblanos!, pero ¡ten cuidado! Sabemos de quienes tenemos que cuidarnos. Cuando coloque mi mano en tu rodilla deberás hablar solamente de relojes. Cuando la retire puedes continuar con tu mensaje.” Tenía ya junto a mi un grupo bastante numeroso de soldados, a los que seguí contándoles acerca de Pablo y Pedro, y en especial de Cristo por quien ellos murieron. Al acercarse de cuando en cuando alguno en quien no tenía confianza, el soldado ponía su mano sobre mi rodilla y de inmediato comenzaba a hablar acerca de los relojes. Tan pronto éste se alejaba, volvía a predicarles de Cristo.
     Con la ayuda de soldados rusos cristianos, pude repetir esta visita muchas veces. Muchos de sus camaradas encontraron a Jesús, y miles de Evangelios fueron repartidos secretamente.
     Lamentablemente, muchos de nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Subterránea que fueron sorprendidos en estas actividades, fueron brutalmente flagelados. No obstante, jamás traicionaron nuestra organización.
     Durante esta labor, tuvimos el gozo de conocer a hermanos de la Iglesia Subterránea rusa, como también escuchar sus experiencias. En primer lugar, pudimos apreciar en ellos lo que convierte a los hombres en grandes santos. Habían pasado a través de tantos años de adoctrinamiento comunista. Algunos incluso habían estado en las universidades comunistas; y sin embargo, al igual que el pez que vive en aguas saladas pero que mantiene dulce su carne, así también ellos habían pasado a través de las escuelas comunistas manteniendo sus almas limpias y puras en Jesucristo.
     ¡Estos rusos cristianos tenían almas tan preciosas! Nos manifestaban: “Sabemos que la estrella con la hoz y el martillo que usamos en nuestras gorras es la estrella del Anticristo”, y lo decían con gran tristeza. Su ayuda nos fue inapreciable para poder extender el Evangelio entre otros soldados rusos.
     Ellos poseían todas las virtudes cristianas, menos el gozo. Lo demostraban solamente en el momento de la conversión, pero luego desaparecía. Como esto no dejara de extrañarme, un día le pregunté a uno de ellos, un bautista: “¿Cómo es posible que ustedes no conozcan el gozo?” Me contestó: “¿Cómo puedo yo estar gozoso cuando tengo que esconder del pastor de mi iglesia el hecho de ser un ferviente cristiano, que dedico tiempo a la oración y trato de ganar almas para Cristo? El pastor de mi iglesia es un delator de la policía secreta. Somos espiados el uno por el otro, y son los pastores quienes traicionan a sus rebaños. El gozo de la salvación existe en lo más profundo de nuestro corazón, pero esa manifestación externa del gozo que ustedes poseen no podemos mostrarla nunca más.”
     “El cristianismo ha llegado a ser dramático para nosotros. Cuando ustedes, que son cristianos libres, ganan un alma para Cristo, ganan un miembro para sus iglesias, que lleva una plácida existencia. Pero cuando nosotros ganamos a un hombre sabemos que éste puede ser encarcelado, y que sus hijos pueden quedar huérfanos. El gozo de conquistar un alma para Cristo se mezcla con el sentimiento de que hay un precio que es necesario pagar.”
     Habíamos encontrado un tipo de cristiano enteramente diferente: el cristiano de la Iglesia Subterránea.
     Aquí también hallamos muchas sorpresas.
     Así como hay muchos que creen que son cristianos, y en realidad no lo son, así entre los rusos encontramos a muchos que se dicen ateos y que en verdad no lo son.
     Conversamos con un matrimonio ruso, ambos escultores. Cuando les hablé de Dios, me contestaron: “No, Dios no existe. Nosotros somos “Bezboshniki”(ateos). Pero permítanos contarle una curiosa experiencia que nos sucedió.
     “Una vez, mientras esculpíamos una estatua de Stalin, mi esposa me preguntó:
“Querido, ¿qué piensas de los pulgares? Si no pudiésemos oponer el pulgar a los otros dedos, si los dedos de las manos fuesen como los de los pies, no podríamos sostener el martillo, un mazo, o cualquier otra herramienta, un libro o aún un trozo de pan. La vida humana sería imposible sin el dedo pulgar. Dime ahora, ¿quién hizo el pulgar? Ambos aprendimos el marxismo en la escuela y sabemos que el cielo y la tierra no fueron creados por Dios, sino que existen por sí mismos, pues así lo hemos aprendido y así lo creemos. Si Dios no ha creado el cielo y la tierra, pero solamente hubiese creado el pulgar, por esa pequeña cosa debería ser aclamado.
     “Nosotros elogiamos a Edison, a Bell y a Stephenson por haber inventado la bombilla o lámpara de luz eléctrica, el teléfono y el ferrocarril. ¿No deberíamos entonces elogiar al que inventó el dedo pulgar? Si Edison no hubiese tenido ese dedo no podría haber inventado nada. Si aceptamos que Dios creó el dedo pulgar es justo que lo elogiemos por ello”.
     El marido se enojó mucho, cosa que a menudo ocurre con los maridos cuando sus esposas dicen algo acertado. “¡No hables tonterías! Has aprendido que no hay Dios. Por otra parte, nunca podremos estar seguros que no hay en esta casa algunos micrófonos ocultos que nos puedan acarrear problemas. Convéncete de una vez por todas que no hay nadie en el cielo. Dios no existe.”
     Ella replicó: “Esto es aún más asombroso. Si en el cielo estuviera el Dios Omnipotente, en el cual estúpidamente creían nuestros antepasados, sería natural que tuviéramos pulgares. Un Dios Todopoderoso puede hacerlo todo, por lo tanto le sería fácil hacer también los pulgares. Sin embargo, si en el cielo no hay nadie, por mi parte estoy dispuesta a alabar desde el fondo de mi corazón a ese “Nadie” que ha hecho los pulgares.”
     Por lo tanto, ¡se convirtieron en adoradores de ese “Nadie”!. Su fe en ese “Nadie” aumentó con el tiempo y creyeron en Él no solamente como el creador de los pulgares, sino de las estrellas, las flores, los niños, y todas las cosas bellas de la vida.
     Así se repetía lo sucedido en Atenas, cuando San Pablo encontró a los adoradores del “Dios desconocido”.
     Esta pareja se sintió inmensamente feliz al decirles que sus creencias eran correctas, que en el cielo realmente hay “Alguien”, Dios que es Espíritu: espíritu de amor, sabiduría, verdad y poder; que los amó tanto que envió a Su Hijo unigénito para morir por ellos en la Cruz.
Hasta ese momento habían creído en Dios, sin siquiera saberlo. Tuve el gran privilegio de llevarles un paso más adelante, a la experiencia de la salvación y redención.
     Cierto día vi a una oficial rusa en la calle. Me acerqué a ella y le dije: “Comprendo que es mala educación dirigirse a una dama a quien no se conoce, pero yo soy pastor y mis intenciones son honestas. Deseo hablarle de Cristo.”
     Me preguntó: “¿Ama usted a Cristo?” Le contesté: “Sí, desde lo más profundo de mi corazón.” entonces ella me abrazó y besó una y otra vez. Era una situación bastante embarazosa, siendo yo pastor, así que, con la esperanza que los transeúntes nos creyeran parientes, la besé también. Ella exclamó: “¡Yo amo a Cristo también!”
     La llevé a mi casa, y allí descubrí para mi asombro que ella no sabía nada de Cristo, absolutamente nada, excepto el nombre. Y sin embargo le amaba. No tenía idea que Él era el Salvador, ni tampoco sabía el significado de la salvación. Ignoraba dónde y cómo Él había vivido y muerto. No conocía sus enseñanzas, Su vida o Su ministerio. Para mí ella era una curiosidad psicológica. ¿Cómo se puede amar a alguien, de quien sólo se conoce el nombre?
     Cuando se lo pregunté, me explicó: “De niña me enseñaron a leer por medio de grabados. La “a” era una abeja, la “b” era una bandera, la “c” una campana, y así sucesivamente. Cuando ingresé a la escuela secundaria, se me enseñó que era deber sagrado defender la patria comunista. Además se me enseñó la moral comunista, pero yo no sabía qué era un “deber sagrado” o “moral”; necesitaba un grabado para esto. Sabía que mis antepasados habían tenido un cuadro que representaba todo lo que era bello, digno de elogio, y verdadero en la vida. Mi abuela siempre se inclinaba delante de él, diciendo que ese cuadro representaba a un hombre llamado “Cristos” (Cristo). ¡Yo amaba ese nombre, y llegó a ser tan real para mí, que el sólo pronunciarlo me llenaba de gozo!”
     Escuchándola recordé que en la epístola a los Filipenses se dice que al nombre de Jesús se doblará toda rodilla. Quizás el Anti-Cristo llegue a poder borrar del mundo por algún tiempo el conocimiento de Dios. No obstante, el sólo nombre de Jesús encierra gran poder y conducirá a la luz.
     Con gran gozo ella encontró a Cristo en mi hogar, y ahora Aquel cuyo nombre amaba moraba en su corazón.
     Cada una de las circunstancias que vivía con los rusos estaba llena de poesía y de un profundo significado.
     Una hermana que difundía el Evangelio en las estaciones del ferrocarril, dio mi dirección a un oficial que demostró interés.
     Una tarde llegó a mi casa. Era un teniente ruso, alto y de buen parecer.
Le pregunté: “¿En qué puedo servirle?”

Me contestó: “He venido buscando la luz.”Comencé a leerle las partes más esenciales de las Sagradas Escrituras, y entonces colocó su mano sobre la mía y dijo: “Le ruego con todo mi corazón no me conduzca al error. Pertenezco a un pueblo mantenido en la oscuridad. Por favor, dígame. ¿Es esta la auténtica Palabra de Dios?” Le aseguré que así era. Me escuchó por horas, y aceptó al Señor Jesús como su Salvador.
     En materia de religión no hay nada de superficial en los rusos. Ya sea que luchen en contra de ella o estén a su favor, buscando a Cristo, ponen siempre toda su alma en ello. Por esta razón en Rusia cada cristiano es un misionero, ganador de almas. A esto se debe que no haya en el mundo otro país tan maduro y fructífero para el evangelismo. Los rusos son por naturaleza uno de los pueblos más religiosos de la tierra. El curso del mundo puede ser cambiado radicalmente si nos ocupamos activamente de darles el Evangelio.
     Es trágico que esta tierra de Rusia y su pueblo estén tan hambrientos de la Palabra de Dios y que sin embargo parezca como si todos los hayan olvidado o descartado.
     En un tren un oficial ruso iba sentado frente a mí. Le había hablado de Cristo sólo unos pocos minutos, cuando él me interrumpió con una verdadera ola de argumentos ateos. Marx, Stalin, Voltaire, Darwin, y otras citas contrarias fluyeron de su boca. No me daba oportunidad para contradecirle. Habló durante casi una hora para convencerme que no había Dios. Cuando terminó le pregunté: “Si no hay Dios, ¿por qué reza usted cuando tiene problemas?” Reaccionó como un ladrón sorprendido robando, y me contestó:
¿Cómo sabe que rezo?” No le permití que se escapara. “Yo le hice una pregunta a usted primero. Le pregunté ¿por qué reza? Por favor, ¡contésteme!” Inclinó su cabeza y reconoció: “En el frente de batalla, cuando los alemanes nos rodeaban, todos rezábamos. No sabíamos cómo hacerlo, sólo atinábamos a decir: “Dios y Espíritu Maternal” –en realidad, ante los ojos de Aquel que escudriña los corazones, estoy seguro que era una buena oración-.
     Nuestro ministerio con los rusos ha dado mucho fruto.
     Recuerdo a Piotr (Pedro). Nadie sabe en que prisión rusa murió. ¡Era tan joven! Tendría quizás unos 20 años. Llegó a Rumanía con el ejército ruso. Se convirtió en una reunión secreta y me pidió que lo bautizara.
     Después del bautismo le pregunté cual era el versículo de la Biblia que más le había impresionado y había influido en el para venir a Cristo.
     Dijo que había escuchado atentamente cuando en una de nuestras reuniones secretas yo había leído en el capítulo 24 de Lucas la historia de Jesús que encontró a los dos discípulos que iban hacía Emaús. Cuando estaban cerca del pueblo, “hizo como que iba más lejos”. Piotr dijo: “Me pregunto por qué Jesús dijo eso. No había duda que deseaba estar con sus discípulos. ¿Por qué, pues, dijo que deseaba ir más lejos?” Le expliqué que Jesús es cortés. Quería tener la seguridad de ser bien recibido. Al darse cuenta que así era, entró gozosamente a la casa con ellos. Los comunistas son descorteses. Procuran penetrar por la violencia dentro de nuestros corazones y mentes. Nos obligan a escucharles desde la mañana hasta la noche. Lo hacen a través de sus escuelas, radioemisoras, periódicos, revistas, carteles, películas, y reuniones ateas. Hay que escuchar continuamente su propaganda atea, quiérase o no. Jesús, en cambio, respeta nuestra libertad. Golpea suavemente a la puerta. “Jesús me ha ganado por su cortesía”, dijo Piotr. Este evidente contraste entre el comunismo y Cristo lo había convencido.
     El no ha sido el único ruso que se impresionó por esta faceta del carácter de Jesús (Yo, como pastor, jamás había pensado en ello de esta manera).
     Después de su conversión, Piotr arriesgó muchas veces su libertad y aún su vida, por pasar de contrabando literatura y ayuda de la Iglesia Subterránea rumana y rusa. Finalmente fue apresado. Sé que en 1959 todavía estaba en la cárcel. ¿Ha muerto? ¿Está ya en el Cielo o continúa la buena batalla en la tierra? No lo sé. Sólo Dios sabe dónde se encuentra hoy.
     Al igual que él, muchos otros no sólo se convirtieron. Nunca deberíamos detenernos en nuestra obra, al ganar un alma para Cristo. Sólo hemos hecho la mitad del trabajo. Cada alma ganada para Cristo debe ser transformada en un ganador de almas. Los rusos no solamente se convertían, sino que llegaban a ser “misioneros” en la Iglesia Subterránea. En su trabajo por Cristo, actuaban con valor y temeridad, siempre aclarando que era tan poco lo que podían hacer por Cristo, en vista de que Él murió por ellos.

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TORTURADO POR JESUCRISTO EN EL COMUNISMO DE LA EUROPA DEL ESTE (Primera Parte)


TORTURADO POR JESUCRISTO EN EL COMUNISMO DE LA EUROPA DEL ESTE.

En reconocimiento a todos los cristianos que dan su vida por Cristo y cuyo ejemplo nos estimula a seguir adelante, y la de tantos mártires que murieron por Cristo, por todos nosotros.
    "que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, ... y que los has amado a ellos como me has amado a mí... que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos."

El Rev. Richard Wurmbrand (†17 de Febrero de 2001 a los 92 años) es una pastor evangélico que pasó catorce años en cárceles comunistas en Rumanía, su patria. Es uno de sus más renombrados dirigentes cristianos, autores y educadores. Pocos nombres son tan conocidos en su país.
     En 1945, cuando los comunistas ocuparon Rumanía, e intentaron controlar a las iglesias para sus propios fines, Richard Wurmbrand comenzó de inmediato un efectivo y vigoroso “ministerio subterráneo” entre sus compatriotas esclavizados y los soldados invasores rusos. Finalmente fue arrestado en 1948, en compañía de su esposa Sabina (†11 agosto de 2000). Ella fue condenada a tres años de trabajos forzados. Richard Wurmbrand pasó tres años de confinamiento solitario, sin ver a nadie, con excepción de sus guardias comunistas. Después de tres años fue transferido a una celda común por cinco años más, donde continuaron sus torturas.
     Debido a su prestigio internacional como líder cristiano, algunos diplomáticos de las embajadas de los países occidentales comenzaron a interesarse por su seguridad. Se les informó que había huido de Rumanía. Por otro lado policías secretos, haciéndose pasar por ex-compañeros de cárcel, contaron a su esposa cómo habían presenciado su entierro en el cementerio de la cárcel. Tanto a su familia en Rumanía como a sus amigos en el exterior se les aconsejó que era mejor olvidarlo, ya que estaba muerto.
     Después de ocho años fue puesto en libertad e inmediatamente reanudó su labor en la Iglesia Subterránea. Dos años más tarde, en 1959, fue vuelto a arrestar y sentenciado a veinticinco años de cárcel.
     El Sr. Wurmbrand fue puesto en libertad otra vez en una amnistía general en 1964, y continuó su ministerio subterráneo. Conscientes del peligro que significaba para él un tercer arresto, los cristianos de Noruega negociaron su salida de Rumanía con las autoridades comunistas. El gobierno comunista había comenzado a “vender” a sus presos políticos. El precio habitual de rescate por un preso era de 2.000 dólares; pero por él pidieron 10.000 dólares.
     En mayo de 1966, mientras prestaba declaraciones ante el Sub-Comité de Seguridad Interior del Senado norteamericano en Washington, se desnudó hasta la cintura para que pudieran ver las dieciocho profundas cicatrices que le habían dejado las atroces torturas a que fue sometido durante su encarcelamiento. Los periódicos norteamericanos, europeos y de Asia contaron al mundo su dramática historia. En el mes de septiembre de ese mismo año se le advirtió que el régimen comunista de Rumanía había dispuesto su asesinato. Mas, ni siquiera aquellas amenazas de muerte pudieron silenciar su voz. Ha sido llamado “La Voz de la Iglesia Subterránea”. Líderes cristianos lo han llamado “un mártir viviente” y “el Pablo de la Cortina de Hierro”.
La Iglesia Mártir de Hoy
TORTURADO POR CRISTO
Richard Wurmbrand

Un ateo encuentra a Dios

     Fui criado en una familia donde ninguna religión era reconocida. Por lo tanto, en mi niñez no tuve ninguna instrucción religiosa. A los catorce años era ya un convencido y empedernido ateo. Era el lógico resultado de mi amarga niñez. Quedé huérfano a muy temprana edad y conocí la pobreza en aquellos difíciles años de la Primera Guerra Mundial. De allí que, a mis catorce años, fuera un ateo tan convencido como lo son hoy los comunistas. Había leído libros sobre ateísmo y ello no significaba meramente que no creyese en Dios o en Cristo.... odiaba esos conceptos por considerarlos perjudiciales a la mente humana. Y así crecí, sintiendo amargura y resentimiento hacia la religión.
     Pero, como llegué a entender, más tarde, había sido elegido por la gracia de Dios, por razones que no alcanzaba a comprender. Esas razones no tenían nada que ver con mi carácter, pues éste era muy malo.
     Aún cuando me consideraba un ateo, algo incomprensible dentro de mí me atraía hacia las iglesias. Me resultaba difícil pasar frente a una iglesia sin sentir necesidad de entrar. No obstante, nunca podía entender lo que sucedía dentro de esos lugares. Escuchaba los sermones, pero éstos no apelaban a mi corazón, y no me sentía ni afectado ni conmovido por ellos. Tenía la absoluta seguridad de que Dios no existía. Aborrecía el concepto errado que tenía de Dios como un amo al que había que obedecer. Sin embargo, mucho me habría agradado saber que en algún lugar en el centro de este universo existiera un corazón de amor. Había conocido tan pocos de los goces de la niñez y la juventud, que anhelaba encontrar en alguna parte una corazón que estuviera latiendo de amor por mí también.
     Sabía que Dios no existía, pero me lamentaba que no existiera tal Dios de amor. En cierta oportunidad, movido por este conflicto espiritual interior, entré en una Iglesia Católica. Observé a la gente arrodillada, y me di cuenta que estaban murmurando algo. Rezaban una plegaria a la Santa Virgen:
     “Ave María, llena eres de Gracia”. Repetí esas palabras una y otra vez, mirando a la imagen de la Virgen María, pero no sucedió nada lo que me causó gran pesar.
     Un día, a pesar de ser un ateo convencido, oré a Dios. Más o menos mi oración fue así:
     “Dios, tengo el convencimiento absoluto que Tú no existes, pero por si acaso existieras, cosa que dudo, no es mi deber creer en Ti, pero sí es Tu obligación revelarte a mí”. Sí, yo era ateo, pero eso no traía paz a mi corazón.
     Durante este período de conflicto interior, como lo vine a descubrir más tarde en un pueblito situado en las montañas de Rumanía, un carpintero anciano oraba de esta manera:
     “Mi Dios, te he servido aquí en la tierra y te pido que me des una recompensa tanto aquí como en el Cielo. La recompensa que quiero es que no muera sin antes haber traído a Ti a un judío, puesto que Jesús era judío. Pero soy pobre y estoy viejo y enfermo, no puedo salir de aquí en busca de uno de ellos, y bien sabes que en este pueblo no vive ninguno. Trae, Señor, un judío hasta acá, y haré todo lo que esté en mí para llevarlo a Cristo”.
     Algo irresistible me atrajo a ese pueblo. Yo no tenía nada que hacer allí. Existen doce mil pueblos semejantes en Rumanía. Sin embargo, yo viajé a ese pueblo. Viendo el carpintero que yo era judío, me llenó de atenciones como nunca una hermosa muchacha se vio atendida. En mí había visto la respuesta a su oración, y me obsequió una Biblia. Yo había leído muchas veces la Biblia, pero sólo por interés cultural. En cambio, la Biblia que me obsequiara aquel anciano me dio la impresión de ser totalmente diferente. Esta parecía no estar escrita simplemente con letras, sino con las llamas de amor de sus ardientes oraciones. Según me confesó más tarde, él y su esposa habían pasado horas enteras orando por mi conversión y la de mi mujer. Me resultaba difícil leerla, pues sólo atinaba a llorar cuando comparaba mi vida con la vida de Jesús; mis impurezas con su pureza; mi odio con su amor. Mas a pesar de eso me aceptó como uno de los suyos.
     Al poco tiempo se convirtió mi esposa. Ella atrajo a otras almas a Cristo, las que a su vez atraían a otros a nuestra fe. De esta manera nació una nueva congregación luterana en Rumanía.
     Entonces llegó el nazismo. Teníamos mucho que sufrir. El nazismo tomó la forma de una dictadura de elementos ultra-ortodoxos que persiguieron a los grupos protestantes, además de los judíos.
     Aún antes de mi ordenación formal y de que estuviera preparado para el pastorado, era el líder virtual de esta Iglesia recién fundada. Tenía la responsabilidad de ella. Mi esposa y yo fuimos arrastrados varias veces a los tribunales. El terror nazi fue muy grande, empero era un anticipo de lo que vendría: el Comunismo. Mihai, mi hijito, debió adoptar un nombre no judío para poder escapar de la muerte.
     A pesar de todo, la era del nazismo nos proporcionó una gran ventaja, pues nos enseñó que los golpes físicos podían ser soportados, puesto que el espíritu humano, con la ayuda de Dios, puede sobrevivir a las más horribles torturas. Además nos obligaron a adoptar los métodos del trabajo cristiano en secreto, que nos sirvieron como entrenamiento para la prueba aún más terrible que estaba por venir y que, sin saberlo, ya se aproximaba.
 Mi ministerio con los rusos
     El remordimiento de mi pasado ateo me hizo anhelar desde el primer día de mi conversión el testificar de mi fe a los rusos. Ellos son un pueblo criado desde la infancia en el ateísmo. Mis deseos de alcanzar a los rusos para Cristo se han cumplido. Su cumplimiento comenzó en los años del nazismo, pues había muchos prisioneros de guerra rusos en Rumanía, entre los cuales podíamos hacer nuestra obra.
     Fue una labor conmovedora y dramática. Jamás olvidaré mi primer encuentro con un prisionero ruso, quien me contó que era ingeniero. Le pregunté si creía en Dios. Si me hubiera dicho “no”, no me habría importado tanto, puesto que cada hombre tiene el derecho de creer o no creer. Pero ante mi pregunta si creía en Dios levantó sus ojos sin comprender y me respondió: “Mis superiores militares no me han dado ninguna orden para creer. Si tuviera una orden, creería”.
     Las lágrimas corrieron por mis mejillas, y sentí como si el corazón se destrozara dentro de mí. Allí, frente a mí, había un hombre cuya mente estaba como muerta. Un hombre que había perdido el don más preciado que Dios concede al ser humano: tener su propia personalidad. Era sólo un instrumento, con el cerebro lavado, en manos de los comunistas, dispuesto a creer o no, según se lo ordenaran. No tenía capacidad para pensar por sí mismo. ¡Era un ruso típico después de tantos años de dominación comunista! Después del impacto de ver lo que el comunismo había hecho con los seres humanos, prometí a Dios dedicar mi vida a esos hombres, para ayudarles a recuperar su personalidad y llevarles a la fe en Dios y en Jesucristo.
     No necesité ir a Rusia para alcanzar a los rusos.
     A partir del 23 de agosto de 1944, un millón de soldados rusos entraron en Rumanía, y poco después los comunistas llegaron al poder en nuestro país. Entonces comenzó la horrenda pesadilla, ante la cual el sufrimiento bajo el nazismo parecía poca cosa.
     En ese entonces en Rumanía, que ahora tiene diecinueve millones de habitantes, el partido comunista tenía solamente diez mil miembros. Sin embargo, Vishinsky, ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, irrumpió en la oficina de nuestro muy amado rey Michael I, golpeó en la mesa con los puños, y dijo: “Usted debe nombrar comunistas para el gobierno”. Nuestro ejército y policía fueron desarmados y así, por la violencia, y odiados por casi todos, los comunistas llegaron al poder. Esto sucedió con la pasiva cooperación de los gobernantes ingleses y norteamericanos de aquel tiempo.
     Los hombres son responsables ante Dios no solamente por sus propios pecados, sino también por los de su nación.
     La tragedia de todos los países cautivos constituye una responsabilidad en los corazones de los cristianos ingleses y norteamericanos. Los norteamericanos deben saber que en algunas oportunidades han ayudado, sin darse cuenta, a que los rusos nos hayan impuesto regímenes de terror y muerte. Los norteamericanos deben expiar estas faltas, ayudando a los pueblos cautivos para que llegue hasta ellos la luz de Cristo.
    

El idioma del amor y el idioma de la seducción son la misma cosa

     Una vez que los comunistas estuvieron en el poder, hábilmente pusieron en práctica sus métodos de seducción para conquistarse la Iglesia. El idioma del amor y de la seducción son idénticos. Tanto el que desea a una joven para hacerla su esposa, como el que sólo la desea para tenerla una noche y después desecharla, dicen: “Te quiero”. Jesús nos enseñó a distinguir entre el lenguaje de la seducción y el del amor, como también a discernir a los lobos con la piel de oveja de las verdaderas ovejas.
     Cuando los comunistas consiguieron el poder, miles de sacerdotes, pastores y ministros no supieron distinguir ambas voces.
     Los comunistas convocaron un congreso de todos los grupos cristianos, en el edificio de nuestro parlamento. Asistieron unos cuatro mil sacerdotes y pastores que eligieron nada menos que a ¡José Stalin como presidente honorario de dicho congreso! Al mismo tiempo él era el presidente del movimiento mundial ateo, y un asesino en masa de los cristianos. Uno tras otro, obispos y pastores se levantaron en aquel recinto para declarar que el comunismo y el cristianismo fundamentalmente son los mismo y que por lo tanto podían coexistir. Un ministro tras otro ensalzó al comunismos y aseguró al nuevo gobierno que podría contar con la lealtad de la Iglesia.
     Mi esposa y yo estábamos presentes en ese Congreso. Ella, que estaba sentada cerca de mí, me dijo: “Richard, levántate y limpia la cara de Cristo de tanta vergüenza! Están escupiendo en su cara.” Le dije: “Si lo hago, pierdes a tu esposo.” Ella respondió: “No deseo tener a un cobarde por esposo.”
     Entonces me levanté y hablé a los congresistas, alabando no a los asesinos de los cristianos, sino a Dios y su Hijo Jesucristo, afirmando que nuestra lealtad se debía en primer lugar a Él. Los discursos de aquel congreso eran difundidos por radio, así es que se pudo escuchar el mensaje de Cristo en todo el país, proclamado desde la misma tribuna del Parlamento Comunista. Después tuve que pagar por semejante temeridad, pero había valido la pena.
     Los dirigentes de las Iglesias protestantes y ortodoxas competían entre sí en su afán de ceder al comunismo. Un obispo ortodoxo colocó el emblema de la hoz y el martillo en sus vestiduras eclesiásticas y solicitó a sus sacerdotes que no se dirigieran más a él como “su señoría”, sino como “camarada obispo”. En otra oportunidad asistí al congreso bautista en el pueblo de Resita, que se efectuó bajo la sombra de la bandera roja, donde todos se pusieron de pie al entonarse el himno nacional de la Unión Soviética. El presidente de los bautistas declaró que Stalin no hizo más que cumplir con los mandamientos de Dios, y lo alabó como un gran maestro de la Biblia.
     Algunos sacerdotes, como Patrascoiu y Rosianu fueron más directos, convirtiéndose en miembros de la Policía Secreta. Rapp, obispo auxiliar de la Iglesia Luterana en Rumanía, comenzó a enseñar en el seminario teológico que Dios había dado tres revelaciones: una a través de Moisés, otra a través de Jesús, y una tercera a través de Stalin que superaba aún a la anterior.
     Debo aclarar que los verdaderos bautistas, por quienes siento un verdadero aprecio, no estaban de acuerdo y mantuvieron intacta su fe en Cristo, sufriendo mucho a causa de ello. Sin embargo, los comunistas “eligieron” a sus dirigentes y los bautistas no tuvieron más remedio que aceptarlos. La misma condición se mantiene hoy en las altas esferas de dirección religiosa.
     Aquellos que se convirtieron en siervos del comunismo en lugar de siervos de Cristo, comenzaron a denunciar a los hermanos que no se unían a ellos.
     Así como los cristianos rusos formaron una Iglesia Subterránea después de la revolución rusa, la ascensión al poder del comunismo y la traición de fatuos dirigentes de la iglesia oficial nos obligó a fundar también en Rumanía una Iglesia Subterránea que fuera fiel a su fe, que predicara el Evangelio y que ganara a los niños para Cristo. Los comunistas prohibieron todo esto y la Iglesia Oficial consintió.
     Junto con otros comencé una obra secreta. Exteriormente yo mantenía una posición bastante respetable que nada tenía que ver con mi verdadera obra clandestina, pero que me servía de pantalla para ocultarla. Yo era pastor de la Misión Luterana Noruega y al mismo tiempo era el representante del Consejo Mundial de Iglesias para Rumanía. (Cabe destacar que en Rumanía no teníamos la más remota idea que esa organización algún día podría cooperar con el comunismo. Por aquel entonces se dedicaba a mantener programas de ayuda en nuestro país). Estos dos títulos me dieron una buena reputación ante las autoridades, que nada sabían de mi obra clandestina.
La misma tenía dos facetas.
La primera era nuestro ministerio secreto entre el millón de soldados rusos.
La segunda faceta era nuestro ministerio subterráneo al esclavizado pueblo rumano.

Los rusos: un pueblo de almas “sedientas”

     Para mí, el predicar el Evangelio a los rusos es el cielo en la tierra. Yo he predicado el Evangelio a hombres de muchas naciones, pero nunca he visto a un pueblo tan sediento del Evangelio como los rusos.
     Un sacerdote ortodoxo amigo mío me telefoneó un día para comunicarme que un oficial ruso había acudido a él para confesarse. Como él no sabía ruso, y yo en cambio sí, le había dado mi dirección. El hombre vino a verme al día siguiente. El amaba a Dios, aunque nunca había visto una Biblia, ni jamás había asistido a ningún servicio religioso (pues existen muy pocas iglesias en Rusia). No tenía la menor instrucción religiosa, pero amaba a Dios a pesar de no tener ni el más elemental conocimiento de Él.
     Comencé a leerle el Sermón de la Montaña y las parábolas de Jesús. después de escucharlas, en un arranque de alegría, se puso a danzar por todo el cuarto, exclamando: “¡Qué maravillosa belleza! ¡Como pude vivir sin saber nada de este Cristo!” Fue la primera vez que veía a alguien tan cautivado por la persona de Cristo.
     Fue entonces que cometí un error. Le leí acerca de la pasión y crucifixión de Jesús, sin haberlo preparado para ello. El no lo esperaba, pues cuando escuchó cómo Cristo fue abofeteado, cómo fue crucificado y al fin murió, cayó en un sillón y comenzó a llorar amargamente. ¡Había creído en un Salvador y ahora su Salvador estaba muerto!
     Al observarle me sentí avergonzado de llamarme cristiano y pastor, de ser un maestro para los demás y, sin embargo, jamás haber compartido los sufrimientos de Cristo en la forma que este oficial ruso ahora los compartía. Mirándole, me pareció volver a ver a María la Magdalena llorando al pie de la cruz; llorando fielmente aun cuando Jesús yacía en la tumba.
     Luego le leí la historia de la Resurrección. El no sabía que su Salvador había resucitado de la tumba. Cuando escuchó estas maravillosas nuevas, se golpeó las rodillas profiriendo una palabra bastante grosera, aunque en ese momento la consideré Aceptable, y aún quizás “santa”. Era su cruda manera de expresarse. Nuevamente se regocijaba, gritando de alegría: “¡El vive! ¡El vive!”, y danzaba, dominado por la felicidad.
     “Oremos”, le dije, pero él no sabía orar, a nuestra manera por lo menos. Cayó de rodillas junto a mí, y las palabras que brotaron de sus labios fueron: “¡Oh Dios, qué magnífico eres. Si Tú fueras yo y yo fuese Tú, nunca te habría perdonado Tus pecados. Eres en realidad magnífico y yo te amo de todo corazón!”
     Pienso que todos los ángeles en el cielo se detuvieron para escuchar esta sublime oración de un oficial ruso. ¡El hombre había sido ganado para Cristo!
     En un negocio encontré a un capitán ruso con una dama que era también oficial del ejército; compraban una gran cantidad de cosas, pero tenían dificultades para hacerse entender con el vendedor, ya que él no entendía el ruso. Me ofrecí para actuar de intérprete para ellos, y trabamos amistad. Les invité a casa para almorzar, y antes de comenzar a comer les dije: “Ustedes están en una casa cristiana y nosotros tenemos la costumbre de orar”. Oré en ruso. Entonces dejaron los cubiertos sobre la mesa y perdieron el interés en la comida. Comenzaron a hacer pregunta tras pregunta acerca de Dios, de Jesucristo y la Biblia. Ellos no sabían nada.
     No fue fácil hablarles. Les narré la parábola de un hombre que tenía cien ovejas y perdió una; pero no me entendieron, porque me preguntaron: “¿Cómo es posible que tenga cien ovejas y que no se las haya quitado la granja colectiva comunista?” Entonces les dije que Jesús es un rey. A esto me contestaron: “Todos los reyes han sido hombres malos que tiranizaban a su pueblo, y Jesús por lo tanto tiene que haber sido un tirano también”. Cuando les narré la parábola de los obreros de la viña, ellos dijeron: “Bueno, esos hombres hicieron muy bien en rebelarse contra el propietario de la viña. La viña tiene que pertenecer a la granja colectiva.” Todo era nuevo para ellos. Al relatarles el nacimiento de Jesús, sus preguntas podrían parecer, en labios de un occidental, una blasfemia: “¿Era María la esposa de Dios?” Fue entonces que comprendí, al discutir con ellos y muchos otros, que para predicarles el Evangelio a los rusos, después de tantos años de comunismo, tendríamos que usar un idioma totalmente nuevo.
     Los misioneros que fueron al África Central tuvieron dificultades para traducir las palabras del profeta Isaías: “Si tus pecados fueron rojos como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. Nadie, en esa parte de África Central, había visto la nieve. Ni siquiera existía la palabra “nieve”. Por lo tanto tuvieron que traducir: “Tus pecados serán blancos como la pulpa del coco”.
     Así también tuvimos que traducir el Evangelio al lenguaje marxista para hacerlo comprensible a ellos. Era algo que no podíamos solos, mas el Espíritu Santo lo hizo a través nuestro.
     En ese mismo día se convirtieron el capitán y el oficial. Después, ellos nos ayudaron mucho en nuestro ministerio clandestino con los rusos.
     Imprimimos y distribuimos en forma secreto muchos miles de Evangelios y otra literatura cristiana entre los rusos. A través de los soldados rusos convertidos pudimos introducir de contrabando muchas Biblias y porciones bíblicas en Rusia.
     Usamos otra técnica para hacer llegar copias de la Palabra de Dios a las manos de los rusos. Los soldados rusos habían estado peleando varios años, y muchos de ellos tenían en su patria hijos que no habían visto en todo ese tiempo (Los rusos tienen un gran cariño por los niños). Mi hijo Mihai y otros pequeños, menores de diez años, iban a las calles y parques llevando con ellos muchas Biblias, Evangelios, y otra literatura en los bolsillos. Los soldados rusos los acariciaban en la cabeza y les hablaban cariñosamente, pensando en sus propios hijos que no habían visto por tantos años. Luego les daban chocolates o dulces a los niños, quienes, a su vez, les daban algo a cambio: Biblias y Evangelios, que eran aceptados gustosamente. A menudo, lo que era peligroso para nosotros hacer abiertamente, podía ser hecho por nuestros hijos sin ningún riesgo. Eran nuestros “pequeños misioneros” para los rusos. Los resultados fueron excelentes. Muchos soldados rusos recibieron de este modo el Evangelio, que de otra manera no hubiéramos podido darles.

Predicando en los cuarteles del ejército ruso

     Nuestra labor entre los rusos no sólo se limitó a la obra personal, sino que también tuvimos la oportunidad de realizar reuniones con grupos pequeños.
     A los rusos les gustaban muchos los relojes. Se lo robaban a cuanta persona se encontraban. Aún detenían a las personas en la calle para ese fin, y había que entregárselo. Se les podía ver usando varios relojes al mismo tiempo, preferentemente en los brazos; y aún a las mujeres oficiales con relojes despertadores colgando de sus cuellos. El rumano que deseara tener un reloj tenía que ir a los cuarteles del Ejército Soviético para comprar uno robado; a menudo adquiría su propio reloj. Así pues era común ver a los rumanos entrar en los cuarteles rusos; y esto nos proporcionó a nosotros, los de la Iglesia Subterránea, un excelente pretexto para ir allí también, a comprar relojes.
     Elegí la festividad ortodoxa de San Pablo y San Pedro como la primera fecha para ir a los cuarteles rusos. Pretestando querer adquirir un reloj fui a la base militar. Con el fin de ganar tiempo, simulaba rechazar uno por encontrarlo muy caro; otro, por ser muy chico y otro por más grande. Como lógica consecuencia, se juntó a mi alrededor un grupo de soldados que me ofrecieron algo para comprar. En son de broma les pregunté: “¿Alguno de ustedes se llama Pablo o Pedro?” Algunos respondieron afirmativamente. Entonces les dije: “¿Sabían ustedes que hoy es el día en que vuestra Iglesia Ortodoxa honra a San Pablo y San Pedro?” Nadie lo sabía, así que comencé a contarles acerca de ellos. Uno de los soldados rusos me interrumpió para decirme: “Tú no has venido a comprar relojes. Has venido para hablarnos de la fe. ¡Siéntate aquí y háblanos!, pero ¡ten cuidado! Sabemos de quienes tenemos que cuidarnos. Cuando coloque mi mano en tu rodilla deberás hablar solamente de relojes. Cuando la retire puedes continuar con tu mensaje.” Tenía ya junto a mi un grupo bastante numeroso de soldados, a los que seguí contándoles acerca de Pablo y Pedro, y en especial de Cristo por quien ellos murieron. Al acercarse de cuando en cuando alguno en quien no tenía confianza, el soldado ponía su mano sobre mi rodilla y de inmediato comenzaba a hablar acerca de los relojes. Tan pronto éste se alejaba, volvía a predicarles de Cristo.
     Con la ayuda de soldados rusos cristianos, pude repetir esta visita muchas veces. Muchos de sus camaradas encontraron a Jesús, y miles de Evangelios fueron repartidos secretamente.
     Lamentablemente, muchos de nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Subterránea que fueron sorprendidos en estas actividades, fueron brutalmente flagelados. No obstante, jamás traicionaron nuestra organización.
     Durante esta labor, tuvimos el gozo de conocer a hermanos de la Iglesia Subterránea rusa, como también escuchar sus experiencias. En primer lugar, pudimos apreciar en ellos lo que convierte a los hombres en grandes santos. Habían pasado a través de tantos años de adoctrinamiento comunista. Algunos incluso habían estado en las universidades comunistas; y sin embargo, al igual que el pez que vive en aguas saladas pero que mantiene dulce su carne, así también ellos habían pasado a través de las escuelas comunistas manteniendo sus almas limpias y puras en Jesucristo.
     ¡Estos rusos cristianos tenían almas tan preciosas! Nos manifestaban: “Sabemos que la estrella con la hoz y el martillo que usamos en nuestras gorras es la estrella del Anticristo”, y lo decían con gran tristeza. Su ayuda nos fue inapreciable para poder extender el Evangelio entre otros soldados rusos.
     Ellos poseían todas las virtudes cristianas, menos el gozo. Lo demostraban solamente en el momento de la conversión, pero luego desaparecía. Como esto no dejara de extrañarme, un día le pregunté a uno de ellos, un bautista: “¿Cómo es posible que ustedes no conozcan el gozo?” Me contestó: “¿Cómo puedo yo estar gozoso cuando tengo que esconder del pastor de mi iglesia el hecho de ser un ferviente cristiano, que dedico tiempo a la oración y trato de ganar almas para Cristo? El pastor de mi iglesia es un delator de la policía secreta. Somos espiados el uno por el otro, y son los pastores quienes traicionan a sus rebaños. El gozo de la salvación existe en lo más profundo de nuestro corazón, pero esa manifestación externa del gozo que ustedes poseen no podemos mostrarla nunca más.”
     “El cristianismo ha llegado a ser dramático para nosotros. Cuando ustedes, que son cristianos libres, ganan un alma para Cristo, ganan un miembro para sus iglesias, que lleva una plácida existencia. Pero cuando nosotros ganamos a un hombre sabemos que éste puede ser encarcelado, y que sus hijos pueden quedar huérfanos. El gozo de conquistar un alma para Cristo se mezcla con el sentimiento de que hay un precio que es necesario pagar.”
     Habíamos encontrado un tipo de cristiano enteramente diferente: el cristiano de la Iglesia Subterránea.
     Aquí también hallamos muchas sorpresas.
     Así como hay muchos que creen que son cristianos, y en realidad no lo son, así entre los rusos encontramos a muchos que se dicen ateos y que en verdad no lo son.
     Conversamos con un matrimonio ruso, ambos escultores. Cuando les hablé de Dios, me contestaron: “No, Dios no existe. Nosotros somos “Bezboshniki”(ateos). Pero permítanos contarle una curiosa experiencia que nos sucedió.
     “Una vez, mientras esculpíamos una estatua de Stalin, mi esposa me preguntó:
“Querido, ¿qué piensas de los pulgares? Si no pudiésemos oponer el pulgar a los otros dedos, si los dedos de las manos fuesen como los de los pies, no podríamos sostener el martillo, un mazo, o cualquier otra herramienta, un libro o aún un trozo de pan. La vida humana sería imposible sin el dedo pulgar. Dime ahora, ¿quién hizo el pulgar? Ambos aprendimos el marxismo en la escuela y sabemos que el cielo y la tierra no fueron creados por Dios, sino que existen por sí mismos, pues así lo hemos aprendido y así lo creemos. Si Dios no ha creado el cielo y la tierra, pero solamente hubiese creado el pulgar, por esa pequeña cosa debería ser aclamado.
     “Nosotros elogiamos a Edison, a Bell y a Stephenson por haber inventado la bombilla o lámpara de luz eléctrica, el teléfono y el ferrocarril. ¿No deberíamos entonces elogiar al que inventó el dedo pulgar? Si Edison no hubiese tenido ese dedo no podría haber inventado nada. Si aceptamos que Dios creó el dedo pulgar es justo que lo elogiemos por ello”.
     El marido se enojó mucho, cosa que a menudo ocurre con los maridos cuando sus esposas dicen algo acertado. “¡No hables tonterías! Has aprendido que no hay Dios. Por otra parte, nunca podremos estar seguros que no hay en esta casa algunos micrófonos ocultos que nos puedan acarrear problemas. Convéncete de una vez por todas que no hay nadie en el cielo. Dios no existe.”
     Ella replicó: “Esto es aún más asombroso. Si en el cielo estuviera el Dios Omnipotente, en el cual estúpidamente creían nuestros antepasados, sería natural que tuviéramos pulgares. Un Dios Todopoderoso puede hacerlo todo, por lo tanto le sería fácil hacer también los pulgares. Sin embargo, si en el cielo no hay nadie, por mi parte estoy dispuesta a alabar desde el fondo de mi corazón a ese “Nadie” que ha hecho los pulgares.”
     Por lo tanto, ¡se convirtieron en adoradores de ese “Nadie”!. Su fe en ese “Nadie” aumentó con el tiempo y creyeron en Él no solamente como el creador de los pulgares, sino de las estrellas, las flores, los niños, y todas las cosas bellas de la vida.
     Así se repetía lo sucedido en Atenas, cuando San Pablo encontró a los adoradores del “Dios desconocido”.
     Esta pareja se sintió inmensamente feliz al decirles que sus creencias eran correctas, que en el cielo realmente hay “Alguien”, Dios que es Espíritu: espíritu de amor, sabiduría, verdad y poder; que los amó tanto que envió a Su Hijo unigénito para morir por ellos en la Cruz.
Hasta ese momento habían creído en Dios, sin siquiera saberlo. Tuve el gran privilegio de llevarles un paso más adelante, a la experiencia de la salvación y redención.
     Cierto día vi a una oficial rusa en la calle. Me acerqué a ella y le dije: “Comprendo que es mala educación dirigirse a una dama a quien no se conoce, pero yo soy pastor y mis intenciones son honestas. Deseo hablarle de Cristo.”
     Me preguntó: “¿Ama usted a Cristo?” Le contesté: “Sí, desde lo más profundo de mi corazón.” entonces ella me abrazó y besó una y otra vez. Era una situación bastante embarazosa, siendo yo pastor, así que, con la esperanza que los transeúntes nos creyeran parientes, la besé también. Ella exclamó: “¡Yo amo a Cristo también!”
     La llevé a mi casa, y allí descubrí para mi asombro que ella no sabía nada de Cristo, absolutamente nada, excepto el nombre. Y sin embargo le amaba. No tenía idea que Él era el Salvador, ni tampoco sabía el significado de la salvación. Ignoraba dónde y cómo Él había vivido y muerto. No conocía sus enseñanzas, Su vida o Su ministerio. Para mí ella era una curiosidad psicológica. ¿Cómo se puede amar a alguien, de quien sólo se conoce el nombre?
     Cuando se lo pregunté, me explicó: “De niña me enseñaron a leer por medio de grabados. La “a” era una abeja, la “b” era una bandera, la “c” una campana, y así sucesivamente. Cuando ingresé a la escuela secundaria, se me enseñó que era deber sagrado defender la patria comunista. Además se me enseñó la moral comunista, pero yo no sabía qué era un “deber sagrado” o “moral”; necesitaba un grabado para esto. Sabía que mis antepasados habían tenido un cuadro que representaba todo lo que era bello, digno de elogio, y verdadero en la vida. Mi abuela siempre se inclinaba delante de él, diciendo que ese cuadro representaba a un hombre llamado “Cristos” (Cristo). ¡Yo amaba ese nombre, y llegó a ser tan real para mí, que el sólo pronunciarlo me llenaba de gozo!”
     Escuchándola recordé que en la epístola a los Filipenses se dice que al nombre de Jesús se doblará toda rodilla. Quizás el Anti-Cristo llegue a poder borrar del mundo por algún tiempo el conocimiento de Dios. No obstante, el sólo nombre de Jesús encierra gran poder y conducirá a la luz.
     Con gran gozo ella encontró a Cristo en mi hogar, y ahora Aquel cuyo nombre amaba moraba en su corazón.
     Cada una de las circunstancias que vivía con los rusos estaba llena de poesía y de un profundo significado.
     Una hermana que difundía el Evangelio en las estaciones del ferrocarril, dio mi dirección a un oficial que demostró interés.
     Una tarde llegó a mi casa. Era un teniente ruso, alto y de buen parecer.
Le pregunté: “¿En qué puedo servirle?”

Me contestó: “He venido buscando la luz.”Comencé a leerle las partes más esenciales de las Sagradas Escrituras, y entonces colocó su mano sobre la mía y dijo: “Le ruego con todo mi corazón no me conduzca al error. Pertenezco a un pueblo mantenido en la oscuridad. Por favor, dígame. ¿Es esta la auténtica Palabra de Dios?” Le aseguré que así era. Me escuchó por horas, y aceptó al Señor Jesús como su Salvador.
     En materia de religión no hay nada de superficial en los rusos. Ya sea que luchen en contra de ella o estén a su favor, buscando a Cristo, ponen siempre toda su alma en ello. Por esta razón en Rusia cada cristiano es un misionero, ganador de almas. A esto se debe que no haya en el mundo otro país tan maduro y fructífero para el evangelismo. Los rusos son por naturaleza uno de los pueblos más religiosos de la tierra. El curso del mundo puede ser cambiado radicalmente si nos ocupamos activamente de darles el Evangelio.
     Es trágico que esta tierra de Rusia y su pueblo estén tan hambrientos de la Palabra de Dios y que sin embargo parezca como si todos los hayan olvidado o descartado.
     En un tren un oficial ruso iba sentado frente a mí. Le había hablado de Cristo sólo unos pocos minutos, cuando él me interrumpió con una verdadera ola de argumentos ateos. Marx, Stalin, Voltaire, Darwin, y otras citas contrarias fluyeron de su boca. No me daba oportunidad para contradecirle. Habló durante casi una hora para convencerme que no había Dios. Cuando terminó le pregunté: “Si no hay Dios, ¿por qué reza usted cuando tiene problemas?” Reaccionó como un ladrón sorprendido robando, y me contestó:
¿Cómo sabe que rezo?” No le permití que se escapara. “Yo le hice una pregunta a usted primero. Le pregunté ¿por qué reza? Por favor, ¡contésteme!” Inclinó su cabeza y reconoció: “En el frente de batalla, cuando los alemanes nos rodeaban, todos rezábamos. No sabíamos cómo hacerlo, sólo atinábamos a decir: “Dios y Espíritu Maternal” –en realidad, ante los ojos de Aquel que escudriña los corazones, estoy seguro que era una buena oración-.
     Nuestro ministerio con los rusos ha dado mucho fruto.
     Recuerdo a Piotr (Pedro). Nadie sabe en que prisión rusa murió. ¡Era tan joven! Tendría quizás unos 20 años. Llegó a Rumanía con el ejército ruso. Se convirtió en una reunión secreta y me pidió que lo bautizara.
     Después del bautismo le pregunté cual era el versículo de la Biblia que más le había impresionado y había influido en el para venir a Cristo.
     Dijo que había escuchado atentamente cuando en una de nuestras reuniones secretas yo había leído en el capítulo 24 de Lucas la historia de Jesús que encontró a los dos discípulos que iban hacía Emaús. Cuando estaban cerca del pueblo, “hizo como que iba más lejos”. Piotr dijo: “Me pregunto por qué Jesús dijo eso. No había duda que deseaba estar con sus discípulos. ¿Por qué, pues, dijo que deseaba ir más lejos?” Le expliqué que Jesús es cortés. Quería tener la seguridad de ser bien recibido. Al darse cuenta que así era, entró gozosamente a la casa con ellos. Los comunistas son descorteses. Procuran penetrar por la violencia dentro de nuestros corazones y mentes. Nos obligan a escucharles desde la mañana hasta la noche. Lo hacen a través de sus escuelas, radioemisoras, periódicos, revistas, carteles, películas, y reuniones ateas. Hay que escuchar continuamente su propaganda atea, quiérase o no. Jesús, en cambio, respeta nuestra libertad. Golpea suavemente a la puerta. “Jesús me ha ganado por su cortesía”, dijo Piotr. Este evidente contraste entre el comunismo y Cristo lo había convencido.
     El no ha sido el único ruso que se impresionó por esta faceta del carácter de Jesús (Yo, como pastor, jamás había pensado en ello de esta manera).
     Después de su conversión, Piotr arriesgó muchas veces su libertad y aún su vida, por pasar de contrabando literatura y ayuda de la Iglesia Subterránea rumana y rusa. Finalmente fue apresado. Sé que en 1959 todavía estaba en la cárcel. ¿Ha muerto? ¿Está ya en el Cielo o continúa la buena batalla en la tierra? No lo sé. Sólo Dios sabe dónde se encuentra hoy.
     Al igual que él, muchos otros no sólo se convirtieron. Nunca deberíamos detenernos en nuestra obra, al ganar un alma para Cristo. Sólo hemos hecho la mitad del trabajo. Cada alma ganada para Cristo debe ser transformada en un ganador de almas. Los rusos no solamente se convertían, sino que llegaban a ser “misioneros” en la Iglesia Subterránea. En su trabajo por Cristo, actuaban con valor y temeridad, siempre aclarando que era tan poco lo que podían hacer por Cristo, en vista de que Él murió por ellos.