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TORTURADO POR JESUCRISTO EN EL COMUNISMO DE LA EUROPA DEL ESTE (Segunda parte)

Nuestro ministerio subterráneo a una nación esclavizada
     La segunda faceta de nuestra obra era nuestro trabajo misionero subterráneo entre los propios rumanos.
     Muy pronto los comunistas se quitaron sus máscaras. Al principio, usaron la seducción para ganar a los dirigentes cristianos, pero luego comenzó el terror. Miles fueron arrestados. Ganar un alma para Cristo comenzaba a ser un una cosa dramática para nosotros también, como lo había sido por tanto tiempo para los rusos.
     Yo mismo estuve más tarde en prisión junto a otras almas a las cuales Dios me había ayudado a ganar para Cristo.
     Estaba en la misma celda con uno de ellos, que había dejado a sus seis hijos, y que ahora estaba en prisión por su fe cristiana. Su mujer y sus hijos se hallaban desamparados y hambrientos. Probablemente nunca más los vería. Le pregunté: “¿Siente usted algún resentimiento hacia mi por haberle traído a Cristo, considerando que su familia ahora está en la miseria?” Me dijo: “No tengo palabras para expresarle mi gratitud por haberme traído a este maravilloso Salvador. No quisiera que hubiera sido de otra manera.”
     Predicar a Cristo bajo las nuevas condiciones no era tarea fácil. Logramos imprimir varios folletos, pasándolos a través de la severa censura de los comunistas. Presentábamos al censor un folleto que tenía en su portada el retrato de Carlos Marx, el fundador del comunismo. Llevaba por título “La religión, opio de los pueblos”, u otros parecidos. Este lo consideraba como literatura comunista y colocaba el sello aprobatorio en ellos. Después de una pocas páginas llenas de citas de Marx, Lenin y Stalin, con las cuales agradábamos al censor, dábamos el mensaje de Cristo.
     La Iglesia Subterránea lo es solamente en parte. Al igual que un témpano una pequeña parte de su obra es visible. Íbamos a las reuniones comunistas y distribuíamos esos folletos “comunistas”. Estos, al ver el retrato de Marx, competían por comprarlo. Para cuando llegaban a las páginas que realmente nos interesaban y se daban cuenta que hablaba de Dios y de Jesús, estábamos ya muy lejos.
     Resultaba, en cierto modo, difícil predicar entonces. Nuestro pueblo estaba muy oprimido. Los comunistas les quitaron todo a todos. Al agricultor le quitaron tierras y ovejas. Al peluquero o sastre le quitaron su pequeño negocio. No solamente sufrían los “capitalistas”, sino también los pobres. Casi todas las familias tenían algún familiar en prisión, y la pobreza era extrema. Por eso la gente preguntaba: “¿Cómo es que un Dios de amor permite el triunfo del mal?”
     Tampoco les hubiera sido muy fácil a los primeros apóstoles predicar a Cristo el Viernes Santo, cuando Jesús moría en la Cruz, pronunciando las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
     Por el hecho que nuestro trabajo fuera realizado, probaba que era de Dios y no de nosotros. La fe cristiana tiene una repuesta para tales preguntas.
     Jesús nos contó la historia del pobre Lázaro, oprimido en su tiempo como nosotros éramos oprimidos, aunque al final, los ángeles lo llevaron al “seno de Abraham.”
    Cómo la Iglesia Subterránea trabajó parcialmente en forma abierta
     La Iglesia Subterránea se reunía en casas particulares, en los bosques, en los sótanos; dondequiera que pudiera hacerlo. Allí, en secreto, a menudo se preparaban los trabajos que se harían de forma abierta. Bajo el régimen comunista pusimos en práctica un plan de reuniones de predicación en plena calle, pero con el tiempo llegó a ser demasiado peligroso. Sin embargo, por ese medio llegamos a muchas almas que de otro modo no habríamos podido alcanzar. Mi esposa era muy activa en esto. Algunos cristianos se reunían silenciosamente en las esquinas y comenzaban a cantar. Al escucharlos, mucha gente se reunía para oír el hermoso canto, y entonces mi esposa aprovechaba para entregarles el mensaje. Abandonábamos el lugar antes que llegara la policía.
     Una tarde, mientras me encontraba en otro lugar, mi esposa entregó el mensaje delante de miles de trabajadores, a la entrada de la gran fábrica Malaxa, en la ciudad de Bucarest. Les habló de Dios y de la salvación. Al día siguiente muchos obreros de la fábrica fueron fusilados después de rebelarse en contra de las injusticias de los comunistas. ¡Habían escuchado el mensaje muy a tiempo!
     Éramos una Iglesia Subterránea, pero al igual que Juan el Bautista, hablábamos abiertamente de Cristo a los hombres y gobernantes.
     En cierta oportunidad, en las escalinatas de uno de nuestros edificios públicos, dos hermanos se abrieron paso hasta donde se encontraba nuestro Primer Ministro Gheorghiu Dej. En los pocos instantes que tuvieron testificaron a él de Cristo, instándole a que se arrepintiera de sus pecados y persecuciones. Los hizo encarcelar por su temerario testimonio. Años más tarde, cuando el mismo ministro estaba muy enfermo, la semilla del Evangelio que aquellos hombres habían sembrado años atrás, y por la cual habían sufrido enormemente, dio su fruto. En su hora de necesidad, el Primer Ministro recordó las palabras que le habían dicho y que eran como la Biblia afirma: “Viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos.” Ellas penetraron la dureza de su corazón, y se entregó a Jesucristo. Confesó sus pecados, aceptó a su Salvador y comenzó a servirle en su enfermedad. Al poco tiempo murió, pero fue para estar con su recién encontrado Salvador, porque dos cristianos estuvieron dispuestos a pagar el precio. Ellos son un típico ejemplo de los cristianos valerosos en los países comunistas de hoy.
     Así, la Iglesia Subterránea no solamente trabajaba en reuniones secretas, haciendo actividades clandestinas, sino también en forma abierta, con valentía proclamando el Evangelio en las calles y a los dirigentes comunistas. Había un precio, pero estábamos dispuestos a pagarlo. La Iglesia Subterránea sigue dispuesta a pagarlo hoy también.
     La policía secreta persiguió mucho a la Iglesia Subterránea, porque reconocía que ésta era la única resistencia efectiva que quedaba, y precisamente una clase de resistencia, la espiritual, que si no era combatida terminaría por socavar su poder ateo. Reconocieron, como sólo el diablo puede hacerlo, que representaba una amenaza inmediata para su seguridad. Sabían que si un hombre cree en Cristo jamás llegará a ser un objeto sumiso, sin voluntad propia. Sabían que podían encarcelar a los hombres, pero no podrían encarcelar su fe en Dios. Por eso luchaban tanto en su contra.
     Pero la Iglesia Subterránea también tiene sus simpatizantes o miembros aún en los gobiernos comunistas y la Policía Secreta.
     Dimos instrucciones para que algunos cristianos ingresaran en la Policía Secreta y se pusieran el uniforme más odiado y despreciado de nuestro país, y de esta manera pudieran comunicarnos sus actividades. Por eso varios hermanos de la Iglesia Subterránea se enrolaron, manteniendo oculta su fe. No es fácil sufrir el desprecio de la familia y amigos por usar el uniforme comunista, sin poder decirles su verdadera misión. Pero lo hicieron. Tan grande era su amor por Cristo.
     Cuando fui secuestrado en plena calle y mantenido por años en el más estricto secreto, un médico cristiano se hizo miembro de la Policía Secreta. Como médico de ésta tenía acceso a las celdas de los prisioneros y de este modo esperaba poder encontrarme. Todos sus amigos le despreciaron, creyendo que se había hecho comunista. Lucir el uniforme de los torturadores es un sacrificio mucho mayor por Cristo que usar el uniforme de prisionero.
     El médico me encontró en una mazmorra oscura y subterránea, y pudo comunicar que aún me encontraba vivo. ¡Fue el primer amigo que pudo verme durante esos terribles primeros ocho años y medio! Gracias a él se supo que yo estaba vivo y cuando se libertaron a presos políticos a raíz de la amnistía concedida después de la conferencia entre Eisenhower y Kruschev, en 1956, los cristianos clamaron por mi libertad también. Entonces me libertaron por un poco de tiempo.
     Si no hubiese sido por la valerosa acción de aquél médico cristiano al enrolarse en la Policía Secreta con el propósito específico de localizarme, jamás hubiera sido liberado. Es posible que todavía estuviera en la cárcel (o en una tumba).
     Aprovechando su posición en la Policía Secreta, estos miembros de la Iglesia Subterránea nos advirtieron de peligro muchas veces, y fueron de gran ayuda. La Iglesia Subterránea todavía cuenta con la ayuda de esos miembros suyos infiltrados en la Policía Secreta. Algunos ocupan altas posiciones en los círculos comunistas, ocultando su fe. Un día, en el Cielo, podrán hacer pública su proclama de Cristo, a quien ahora sirven en secreto.
     Sin embargo, muchos miembros de la Iglesia Subterránea fueron descubiertos y encarcelados. Entre nosotros también teníamos nuestros propios “Judas”, que informaban a la Policía Secreta. Los comunistas usaron los golpes, las drogas, las amenazas y el chantaje con el fin de lograr que nuestros ministros y laicos les informaran sobre sus hermanos.
    “NADIE TIENE MAYOR AMOR QUE ÉSTE”
Trabajé en forma oficial y también oculta, hasta el 29 de febrero de 1948. Era domingo, un hermoso domingo. En ese día en camino hacia la Iglesia, la Policía Secreta me secuestró.
     Muchas veces me había preguntado el significado de lo que era “los que hurtan a hombres” o “secuestradores”, que se menciona en la Biblia (I Tim 1:10). Los comunistas se encargaron de enseñarnos.
     En esos días muchos fueron raptados de ese modo. Frente a mí se detuvo un furgón de la Policía Secreta, saltaron cuatro hombres a la calle y me arrojaron al interior del vehículo. Fui encerrado por muchos años. Por ocho años y medio nadie supo si estaba vivo o muerto. La Policía Secreta hizo que algunos de sus miembros se hicieran pasar por prisioneros recién libertados para visitar a mi esposa. Le dijeron que habían visto mi funeral. Le destrozaron el corazón.
     Miles de fieles de todas las denominaciones cristianas fueron encarcelados durante esa época. No solamente los ministros fueron encarcelados, sino también simples miembros, y jóvenes que habían testificado su fe. Las cárceles estaban repletas, y en Rumanía como sucede en todos los países comunistas, estar en prisión significa ser torturado.
     Las torturas eran a veces horribles. Prefiero no hablar mucho de aquellas que experimenté en carne propia. El sólo recordarlas me hace pasar noches enteras sin dormir. Es demasiado doloroso.
     En otro libro: “Cristo en las prisiones comunistas”, relato muchos detalles de nuestras experiencias con Dios en la cárcel.
     Torturas inimaginables
     Un pastor cuyo nombre era Florescu, fue torturado con cuchillos y hierros al rojo vivo. Le golpearon salvajemente. En seguida introdujeron enormes ratas hambrientas a través de una caño en su celda. No podía dormir porque tenía que defenderse. Tan pronto se descuidaba y cabeceaba, las ratas le atacaban.
     Los comunistas querían obligarle a denunciar a sus hermanos en la fe, pero él resistió firmemente. Por último trajeron a su hijo, de catorce años, y comenzaron a azotarlo en su presencia, advirtiéndole que el castigo continuaría hasta que entregara la información pedida. El pobre hombre ya casi había perdido la razón. Resistió todo lo que pudo, pero al final cuando no podía más, se dirigió a su hijo: “Alejandro, debo decirles lo que quieren. ¡No puedo soportar que te sigan torturando!” Su hijo le respondió: “¡Papá, no cometas conmigo la injusticia de tener por padre a un traidor. Sopórtalo. Si me matan, moriré gritando: Jesús y mi patria!” Los comunistas, enfurecidos por tal respuesta, se lanzaron sobre el muchacho y lo mataron a golpes. Murió alabando a Dios, mientras su sangre salpicaba las paredes de la celda. Después de ver aquello, nuestro querido hermano Florescu nunca pudo ser el mismo de antes.
     Se nos engrillaban la muñecas con esposas cuya cara interior tenía puntas agudas. Si nos manteníamos totalmente quietos, las puntas no nos herían; pero al tiritar de frío en aquellas heladas celdas, nuestras muñecas eran destrozadas por los clavos.
     Los cristianos eran colgados de los pies y golpeados en forma tan salvaje que sus cuerpos cimbreaban en el aire a causa de los golpes. Se introducía a los cristianos en “celdas refrigeradas” tan tremendamente heladas que el hielo cubría las paredes. Yo mismo fui lanzado casi desnudo en una de ellas. Los doctores de la cárcel nos observaban a través de una mirilla, para avisar a los guardias ante los primeros síntomas de congelamiento. Entonces nos sacaban para revivirnos mediante el calor. Tan pronto como dábamos señales de recuperación, nos metían nuevamente a la celda. Nos deshelaban para luego prácticamente congelarnos, hasta que estábamos casi al borde de la muerte, y este proceso se repetía una y otra vez. Aún en la actualidad no puedo abrir un refrigerador sin estremecerme.
     Los cristianos éramos puestos en cajas de madera sólo un poco más grandes que nuestros cuerpos. Esto nos dejaba sin espacio para movernos. Docenas de clavos agudos traspasaban las cajas por todos lados. Mientras permanecíamos de pie y sin movernos, no pasaba nada. Si la fatiga nos vencía, al buscar apoyo nuestros cuerpos eran perforados por aquellas púas. Si nos movíamos, o si nos temblaba un músculo, allí estaban aquellos horribles clavos.
     Lo que los comunistas han hecho a los cristianos sobrepasa toda posibilidad de comprensión humana.
     He visto comunistas cuyas caras, al torturarnos, parecían brillar con alegría satánica, mientras exclamaban: “¡Somos el diablo!”.
     No luchamos contra carne y sangre sino contra “principados y potestades del mal”. Vimos que el comunismo no emana del hombre sino del diablo. En una fuerza del mal, que solamente puede ser combatida con un espiritual fuerza mayor, el Espíritu de Dios.
     A menudo pregunté a nuestros torturadores: “¿No tienen Uds. piedad en sus corazones?” Por lo general respondían con citas de Lenin: “No puedes hacer tortillas sin quebrar los huevos. No puedes cortar la madera sin que vuelen las astillas.” Yo insistía: “Yo conozco esa cita de Lenin; pero hay una diferencia. La madera no siente nada cuando se la corta, pero Uds. están tratando con seres humanos.” Pero todo era en vano; son materialistas. Para ellos no existe más que la materia; el hombre no es más que madera; o como las cáscaras de huevos. Esta creencia los hace descender a las más increíbles profundidades de crueldad.
     La crueldad del ateísmo es difícil de creer. Cuando un hombre no tiene fe en que lo bueno será recompensado y que lo malo será castigado, no tiene motivo para comportarse como un ser humano. No hay nada que lo detenga de caer en las profundidades del mal que cada hombre lleva en sí. Los torturadores comunistas podían decir: “No hay Dios. No hay Más Allá, ni hay castigo para el mal. Podemos hacer lo que nos dé la gana.”
     Uno de ellos llegó a declarar: “Doy gracias a Dios, en quien no creo, que haya vivido esta hora en que puedo expresar todo el mal que hay en mi corazón.” Expresaba ese mal en la increíble brutalidad y tortura que infligía a los prisioneros.
     Siento pena si un cocodrilo se come a un hombre, pero no se lo puedo reprochar. Es un cocodrilo, no un ser humano. Por ello no se puede reprochar a los comunistas. El comunismo ha destruido todo sentimiento de moral en esas mentes. Se vanaglorian de no tener piedad en sus corazones.
     Aprendí de ellos. En vista de que no dejan lugar en sus corazones para Jesús, decidí no darle el más mínimo lugar a Satanás en el mío.
     Yo he testificado ante el Subcomité de Seguridad Interior del Senado de los Estados Unidos. Allí he descrito las cosas más espantosas, como por ejemplo, cómo los cristianos son amarrados en cruces durante cuatro días y cuatro noches. Las cruces eran colocadas en el suelo, donde cientos de reclusos tenían que hacer sus necesidades fisiológicas, encima de sus rostros y cuerpos. Luego levantaban las cruces nuevamente y los comunistas se burlaban, diciendo: “¡Miren a su Cristo! ¡Qué hermoso es! Qué magnífica fragancia trae del Cielo.” Descubrí como un sacerdote, al borde de la locura a causa de las torturas, fue obligado a consagrar orina y excrementos humanos y darlo en comunión a los cristianos. Esto ocurrió en la prisión rumana Pitesti. Pregunté al sacerdote, después, por qué no prefirió la muerte antes de participar de esa farsa. Me respondió: “No me juzgue, por favor, he sufrido más de lo que sufrió Cristo”. Todas las descripciones bíblicas del infierno y las penas del infierno de Dante son nada en comparación con las torturas en las prisiones comunistas.
     Esto es solamente una pequeña parte de lo que sucedió un domingo, y muchos otros domingos, en la prisión de Pitesti. Otras cosas sencillamente no pueden contarse. Sé que mi corazón fallaría si tuviese que volver a repetirlas. Son demasiado terribles y obscenas para ponerlas por escrito. Todo esto es lo que tuvieron que sufrir sus hermanos en Cristo, y aún sufren.
     Uno de los héroes realmente más grandes de la fe fue el pastor Milan Haimovici.
     Las prisiones rumanos estaban tan colmadas que los guardias ni siquiera nos reconocían por nuestros nombres. En muchas oportunidades, cuando venían a buscar a los que habían sido sentenciados para recibir azotes por haber quebrantado algún reglamento carcelario, el pastor Milan Haimovici se presentaba para recibir el castigo en lugar de alguno de los otros. Con esto ganó el respeto de los demás prisioneros no sólo para sí, sino también para Cristo, a quien representaba.
     Si yo siguiera contando todos los horrores y las atrocidades cometidas por comunistas y los sacrificios de los cristianos, sería algo de nunca acabar. No sólo las torturas fueron conocidas, sino también los hechos heroicos. El heroísmo de aquellos en prisión, inspiró aún más a los hermanos que todavía vivían en libertad.
     Una de nuestras obreras era una jovencita de la Iglesia Subterránea. La Policía Secreta había descubierto que ella repartía secretamente Evangelios y que enseñaba a los niños acerca de Cristo. Decidieron arrestarla, pero para hacer el arresto lo más doloroso y terrible posible, postergaron la detención por algunas semanas, esperando al mismo día en que contraería matrimonio. En el día de su boda, ya se había puesto su traje nupcial. Para cualquier mujer es el día más maravilloso y alegre de su vida. Repentinamente se abrió la puerta de su casa, precipitándose al interior la Policía Secreta. La novia, al verlos, extendió los brazos para ser esposada. Las esposas le fueron colocadas rudamente en sus muñecas. Mirando a su amado besó las cadenas, exclamando: “Agradezco a mi Novio celestial esta joya que me obsequia en el día de mi boda. Le agradezco que me haya considerado digna de sufrir por Él.” Fue sacada de allí en medio del llanto de su novio y de los presentes. Todos sabían perfectamente la suerte que aguardaba a las jóvenes cristianas en manos de los comunistas. Después de 5 años fue puesta en libertad, destruida y físicamente arruinada, aparentando tener treinta años más de los que tenía. Su novio la había esperado. Ella se limitó a decir que era lo menos que podía haber hecho por su Cristo. Tan magníficos cristianos están en la Iglesia Subterránea.
     Cómo es un “lavado de cerebro”
     Probablemente los occidentales han oído del empleo del “lavado de cerebro” en la guerra de Corea y ahora en Vietnam. Yo pasé a través de esta experiencia personalmente. Es la tortura más horrible.
     Durante años se nos obligó por diecisiete horas al día a escuchar lo siguiente:
¡El comunismo es bueno!¡El comunismo es bueno!
¡El comunismo es bueno!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡Déjelo!
¡Déjelo!
¡Déjelo!
¡Déjelo!
     Diecisiete horas al día, por semanas, meses y años.
     Muchos cristianos me han preguntado cómo pude resistir el lavado de cerebro. Existe un solo método de resistencia: el “lavado de corazón”. Si su corazón está limpiado por el amor de Jesucristo, y en él hay amor hacia Él, Ud. Puede resistir cualquier tortura. ¿Qué no haría una novia amorosa por su prometido? ¿Qué no haría una madre amante por su hijo? Si Ud. ama a Jesús como una novia ama a su prometido, entonces puede resistir tales torturas.
     Dios no nos juzgará por lo que fuimos capaces de soportar, sino por lo que fuimos capaces de amar. Puedo testificar y declarar que los cristianos en las prisiones comunistas fueron capaces de amar. Ellos podían amar a Dios y a los hombres.
     Las torturas y brutalidades en la cárcel continuaron sin cesar. Cuando caía inconsciente o estaba demasiado confuso para poder dar alguna esperanza de confesión a mis torturadores, era devuelto a mi celda. Allí quedaba, tendido solo y medio muerto hasta lograr recuperar algo de mi energía, para poder comenzar de nuevo su labor conmigo. Muchos morían en estas circunstancias, pero en mi caso, sin saber cómo ni por qué, siempre lograba recuperar algo de mis fuerzas. En los años siguientes, a mi paso por varias diferentes cárceles me quebraron cuatro vértebras y muchos otros huesos. Me cortaron, quemaron, y me causaron profundas heridas en diferentes partes del cuerpo que me dejaron dieciocho cicatrices permanentes.
     En Oslo, los médicos que me examinaron y vieron esas cicatrices y los restos de la tuberculosis pulmonar que sufriera a causa de tan prolongado martirio, declararon que el hecho de estar vivo hoy, constituía ni más ni menos que un milagro. De acuerdo a sus conocimientos y sus libros médicos, yo debería haber muerto hace muchos años. Sé muy bien que es un milagro. Es que Dios es un Dios de milagros.
     Breve libertad – Nuevo arresto
     Llegó el año 1956. Ya hacía ocho años y medio que estaba en la cárcel. Había perdido mucho peso, porque se me privaba de comida, pero había ganado muchas cicatrices a raíz de haber sido brutalmente flagelado y golpeado. Además había sido objeto de burlas, amenazas, interrogatorios hasta el cansancio, y abandono. Nada de eso dio los resultados que mis captores esperaban. Profundamente descorazonados, por una parte, y preocupados, por otra, por las protestas que mi prisión suscitaba, me pusieron en libertad.
     Se me permitió volver a mi antiguo puesto en la iglesia, pero por sólo una semana. Alcancé a predicar dos sermones; luego me llamaron para advertirme que no podría seguir predicando ni tomar parte en ninguna actividad religiosa. ¿Qué había dicho? Yo había aconsejado a mis feligreses que tuvieran “paciencia, paciencia y mas paciencia”. “Eso significa que Ud. está diciendo que tengan paciencia, pues los americanos vendrán a libertarlos”, me gritó la policía. Yo también había dicho que tal como la rueda gira, los tiempos cambian. “Ud. les está diciendo que el gobierno comunista dejará de existir, y esas son calumnias contrarrevolucionarias”, me gritaron de nuevo. Y ese fue el fin de mi ministerio público.
     Probablemente las autoridades creyeron que yo tendría temor de desafiar sus órdenes y volver a mi evangelización subterránea. Estaban muy equivocados en eso. Secretamente regresé a mi trabajo anterior, con el apoyo de mi familia.
     Volví a testificar ante grupos de fieles que se mantenían ocultos, yendo y viniendo como un fantasma, bajo la protección de quienes podía confiar. Tenía ahora mis cicatrices para darle mayor fuerza a mi mensaje respecto a la maldad de la forma de pensar atea, y para alentar y estimular las almas que flaqueaban, a confiar en Dios y ser valientes. Yo dirigía una red secreta de evangelistas que se ayudaban mutuamente para difundir el Evangelio bajo las propias narices de los comunistas. Después de todo, si el hombre en su ceguera no es capaz de ver la mano de Dios obrando en lo que le rodea, menos podrá ver la de un evangelista.
     Finalmente el incesante interés de la policía por conocer mis actividades y movimientos dio resultado. Fui descubierto una vez más y vuelto a detener. Es posible que la publicidad que se dio a mi caso haya tenido algo que ver con el hecho de que por alguna razón mi familia no fue arrestada conmigo. Había estado ocho años y medio en la cárcel y después de tres años de relativa libertad volvía a la cárcel por otros cinco años y medio.
     Mi segundo período fue mucho peor en muchos aspectos que el primero.
     Mi condición física empeoró casi inmediatamente. No obstante, el trabajo oculto de la Iglesia Subterránea continuó en la clandestinidad de las prisiones comunistas.

Hicimos un acuerdo: nosotros predicábamos y ellos nos golpeaban

     Estaba estrictamente prohibido predicar el Evangelio a otros reclusos. De antemano se sabía que el que fuera sorprendido haciéndolo, sería brutalmente flagelado. Varios de nosotros decidimos pagar ese precio a cambio del privilegio de predicar, y aceptamos por ello sus condiciones. Fue un acuerdo tácito: Nosotros predicábamos y ellos nos golpeaban. Nosotros éramos felices predicando; ellos lo eran golpeándonos. De esta manera todos estábamos satisfechos.
     La escena siguiente sucedió más veces de las que puedo recordar: Un hermano estaba predicando a los otros reclusos, cuando los guardias entraron sorpresivamente interrumpiéndolo en la mitad de una frase. Lo arrastraron fuera, llevándoselo a lo largo del corredor hasta la pieza que usaban como cámara de torturas. Después de lo que parecía ser un castigo interminable le trajeron de vuelta y lo lanzaron sangrante y magullado al suelo del calabozo. Se alzó lentamente, se arregló las ropas y dijo: “¿Qué estábamos diciendo, hermanos, cuando fuimos interrumpidos?”, y continuó ¡predicando!
     ¡He visto cosas maravillosas!
     A veces los predicadores eran simples laicos. Hombres comunes inspirados por el Espíritu Santo, que a menudo predicaban maravillosamente. Ponían todo el corazón en sus palabras, pues predicar en esas condiciones punitivas no era cosa para ser tomada a la ligera. Pronto aparecerían nuevamente los guardias, quienes se llevaban al predicador para golpearle hasta dejarle medio muerto.
     En la cárcel de Gherla un cristiano llamado Grecu fue sentenciado a morir a golpes. La sentencia fue cumplida a través de un lento procedimiento que duró varias semanas. Se le daba un solo golpe con una cachiporra de goma en la planta de los pies. A los pocos minutos se le volvía a golpear en la misma forma, y después de unos momentos recibía otro golpe. De igual manera fue golpeado en los testículos. Luego un doctor le aplicaba una inyección. Una vez que se recobraba, se le daba muy buena comida para restaurar sus fuerzas, y entonces era vuelto a golpear, hasta que por fin murió a consecuencia de ese lento pero cruel trato. Uno de los que llevó a cabo esta tortura, llamado Reck, era miembro del Comité Central del Partido Comunista.
     En ciertos momentos Reck repetía al prisionero ciertas palabras que los comunistas solían decir a los cristianos: “Yo soy Dios. Tengo sobre ti poder de vida o muerte. Ese que está en el Cielo no puede decidir esto. Todo depende de mí. Si así lo quiero, puedes vivir; pero también si quiero te matamos. ¡Yo soy Dios!” Así se burlaba de los cristianos.
     En tal horrible situación nuestro hermano Grecu dio a Reck una respuesta muy acertada.
     Un cristiano fue sentenciado a muerte. Antes de que fuera la del mismo Reck, le dijo: “Ud. no sabe la verdad que ha dicho Ud. es un dios. Cada gusano es potencialmente una mariposa y llegará a serlo si se desarrolla perfectamente. Ud. no fue creado para ser un verdugo, un asesino; Ud. fue creado para llegar a ser semejante a Dios. Jesús en su tiempo dijo a los judíos: “Uds. son dioses”. La vida de Dios Padre está en su corazón. Muchos que han sido igual que Ud., muchos perseguidores como el apóstol Pablo, en cierto momento de su vida han descubierto que es vergonzoso para el hombre cometer atrocidades, cuando puede hacer cosas mucho mejores. Así se han transformado en co-partícipes de la Naturaleza Divina. Créame, Sr. Reck, su verdadera vocación es ser dios, semejante a Dios, y no un torturador.
     En ese momento Reck no prestó mucha atención a las palabras de su víctima, tal como Saulo de Tarso no le dio importancia al hermoso testimonio de Esteban, que fue asesinado en su presencia. Pero aquellas palabras comenzaron a trabajar en su corazón, y Reck comprendió más tarde cuál era su verdadera vocación.
     Una magnífica lección que aprendimos de las flagelaciones, torturas y carnicerías de los comunistas fue que el espíritu es el amo del cuerpo. A menudo, cuando éramos torturados, sentíamos el castigo, pero éste parecía como algo distante y alejado del espíritu, que estaba como sumergido en la consideración de la gloria de Cristo y su presencia en nosotros.
     Junto con la inmunda sopa que se nos proporcionaba diariamente, una vez a la semana se nos daba un trozo de pan. Decidimos ofrendar nuestro “diezmo”, aún en tales circunstancias. Cada diez semanas, uno de nosotros daba ese pan a uno de nuestros hermanos más debilitados, como “diezmo” al Maestro.
     Un cristiano fue sentenciado a muerte. Antes de que fuera ejecutado se le permitió ver a su esposa. La despidió con estas palabras: “Debes saber que muero amando a los que me matan. No saben lo que hacen. Lo último que te pido es que tú también los ames. No les guardes rencor en tu corazón porque matan a quien amas. Nos encontraremos otra vez en el Cielo”. Estas palabras impresionaron profundamente al funcionario que presenció aquel último encuentro, que me las repitió algún tiempo después en la prisión, donde él era uno más entre los nuestros, pues se había convertido. (.........).
    Derrotando al comunismo con el espíritu de amor de Cristo
     Los judíos tienen una leyenda que cuenta que, cuando sus antepasados fueron salvados de Egipto, y los egipcios se ahogaron en el mar Rojo, los ángeles se unieron a los cánticos de triunfo entonados por los israelitas. Dios les dijo: “Los judíos son hombres y pueden regocijarse de su escape, pero de parte de Uds. espero más comprensión. ¿No son los egipcios también mis criaturas? ¿No los amo acaso a ellos también? ¿Cómo es que Uds. no comprenden mi pesar por su trágico destino?”
     Cuando Josué sitiaba a Jericó, levantó sus ojos, y vio a un hombre delante de él, con la espada desenvainada. Josué le dijo: “¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?” (Josué 5:13).
     Si aquel Ser visto por Josué hubiese sido sólo un hombre, la respuesta habría sido: “Estoy con Uds.”; “Estoy con vuestros adversarios”, o simplemente: “Soy neutral”. Estas son las únicas respuestas humanas posibles. Sin embargo, el Ser que Josué encontró era de otro mundo y, por lo tanto, al preguntársele si estaba “con” o “en contra” de Israel, dio una respuesta completamente inesperada, y difícil de comprender: “No”.
     ¿Qué significa ese “no”?
     Venía de un mundo donde los seres no están en pro ni en contra, sino donde todo y todos son comprendidos, observados con compasión, y profundamente amados.
     Existe un nivel humano. En éste, el comunismo debe ser combatido sin misericordia. En este plano debemos también combatir a los comunistas, ya que ellos son los que mantienen y apoyan este ideología cruel y salvaje.
     Pero los cristianos son algo más que simples hombres, son hijos de Dios, co-partícipes de la Naturaleza Divina.
     Por tanto, las torturas sufridas en las prisiones comunistas no me han hecho odiar a los comunistas. Son criaturas de Dios. ¿Cómo puedo odiarlos? No obstante, tampoco puedo ser amigo de ellos. La amistad significa una identificación total, y yo no puedo identificarme plenamente con ellos. Ellos odian el concepto de Dios; en cambio yo amo a Dios.
     Si me preguntaran: “¿Está usted a favor o en contra de los comunistas?”; mi respuesta sería bastante compleja. El comunismo representa la amenaza más grande que afronta la humanidad. Estoy completamente opuesto a ella, y quiero combatirla hasta hacerla desaparecer. Pero en espíritu estoy sentado en lugares celestiales junto a Jesús. Estoy en la esfera de ese “no” en la cual, a pesar de todos sus crímenes, los comunistas son comprendidos y amados. En aquellas esferas existen seres celestiales que tratan de ayudar a todos en las metas de la vida humana; lo que significa llegar a ser semejante a Cristo. Por lo tanto, mi meta es predicar el Evangelio a los comunistas, darles las buenas nuevas de la vida eterna.
     Cristo, que es mi Señor, ama a los comunistas. El mismo ha dicho que ama a todo hombre y que prefiere dejar noventa y nueve ovejas justas, antes que permitir que se pierda la que erró el camino. Sus apóstoles y todos los grandes maestros de la cristiandad han enseñado este amor universal, en Su nombre. San Macario dijo:”Si un hombre ama apasionadamente a todos los hombres, pero dice no amar a uno solo, no es cristiano, porque su amor no es total”. San Agustín enseña: “Si toda la humanidad hubiera sido justa y un solo hombre pecador, Cristo habría venido a sufrir en la cruz por éste. Tanto ama a cada individuo”. La enseñanza cristiana es muy clara. Los comunistas son hombres y Cristo les ama.
     También les ama el hombre cristiano. Amamos al pecador, aunque odiamos el pecado. Conocemos el amor de Cristo por los comunistas, porque nosotros también les amamos.
     En las cárceles comunistas he visto cristianos arrastrando con los pies cadena de 25 Kg.; torturados con atizadores al rojo y en cuyas gargantas habían forzado cucharadas de sal, para luego negárseles el agua. Hambrientos, azotados, sufriendo frío y orando con fervor por los comunistas. ¡Esto es humanamente inexplicable! Es el amor de Cristo que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
     Más tarde, los comunistas que nos habían torturado, también cayeron en prisión. Bajo el régimen comunista los mismos comunistas, aún jefes y gobernantes, van a parar a menudo a la cárcel, al igual que sus adversarios. En esos momentos, torturados y torturadores compartíamos una misma celda. Mientras los no creyentes demostraban todo su odio contra sus ex-inquisidores y les golpeaban, los cristianos les defendían aún a riesgo de ser golpeados y acusados de ser cómplices con los comunistas. He visto a cristianos que daban el último trozo de su pan (nos daban en aquel tiempo sólo una tajada por semana), y la medicina que podría salvar sus vidas, a alguno de sus torturadores, comunistas enfermos, que en ese momento era compañero de prisión.
     Las últimas palabras de Julio Maniu, cristiano y ex-Primer Ministro de Rumanía, que murió en prisión, fueron: “Si los comunistas son derrocados en nuestro país, será deber sagrado de todo cristiano salir a la calle y defenderlos, a riesgo de su propia vida, de la justa furia de las multitudes a quienes han tiranizado.”
     En los primeros días después de mi conversión, sentía como si no pudiera vivir mucho más. Caminando por las calles, al cruzarme con hombres y mujeres que pasaban por mi lado, experimentaba una sensación de dolor físico, como si una puñalada me perforara el corazón. Tan quemante era para mí el interrogante: “¿Estarán salvados o no?” Si un miembro de mi congregación cometía un pecado, yo lloraba por horas enteras. El íntimo deseo de que todas las almas se salven ha permanecido en mi corazón, del cual los comunistas no están excluidos.
     En las celdas de confinamiento solitario no nos era posible orar como antes. Estábamos increíblemente hambrientos; nos habían drogado hasta convertirnos en idiotas. Estábamos tan débiles que parecíamos esqueletos. La oración del Padre Nuestro era demasiado larga para nosotros; no podíamos concentrarnos lo suficiente como para recitarla. La única oración que podía repetir una y otra vez era:”Jesús, te amo.”
     Y luego, un día glorioso, obtuve la respuesta de Jesús: “¿Me amas? Ahora yo te demostraré cuánto yo te amo a ti”. En ese instante sentí que una llamarada quemaba mi corazón, como las llamas que coronan al sol. Los discípulos que iban camino de Emaús dijeron que sentían arder sus corazones cuando Jesús les hablaba. Esa fue la sensación que sentí y experimenté. En ese momento conocí el amor de Aquél que ha dado su vida en la cruz por todos nosotros. Ese amor no puede excluir a los comunistas, por graves que sean sus pecados.
     Ellos han cometido y continúan cometiendo atrocidades, pero como dicen las Sagradas Escrituras: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Porque fuerte es como la muerte el amor; duros como el sepulcro los celos”. Tal como la sepultura insiste en quedarse con todos, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, hombres de todas las razas, naciones e ideologías; santos y criminales, así también el Amor lo abarca todo. Cristo, Amor Encarnado, jamás cesará en Sus esfuerzos por ganar también a los comunistas.
     Un pastor fue arrojado en mi celda. Estaba medio muerto, la sangre le corría por la cara y el cuerpo. Había sido brutalmente golpeado; otros reclusos comenzaron a insultar a los comunistas. Con voz lastimera y quebrada les dijo:
“¡Por favor, no los maldigan! ¡Guarden silencio, deseo orar por ellos!”



Texto procedente del libro:
La Iglesia Mártir de Hoy / TORTURADO POR CRISTO
Richard Wurmbrand

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TORTURADO POR JESUCRISTO EN EL COMUNISMO DE LA EUROPA DEL ESTE (Segunda parte)

Nuestro ministerio subterráneo a una nación esclavizada
     La segunda faceta de nuestra obra era nuestro trabajo misionero subterráneo entre los propios rumanos.
     Muy pronto los comunistas se quitaron sus máscaras. Al principio, usaron la seducción para ganar a los dirigentes cristianos, pero luego comenzó el terror. Miles fueron arrestados. Ganar un alma para Cristo comenzaba a ser un una cosa dramática para nosotros también, como lo había sido por tanto tiempo para los rusos.
     Yo mismo estuve más tarde en prisión junto a otras almas a las cuales Dios me había ayudado a ganar para Cristo.
     Estaba en la misma celda con uno de ellos, que había dejado a sus seis hijos, y que ahora estaba en prisión por su fe cristiana. Su mujer y sus hijos se hallaban desamparados y hambrientos. Probablemente nunca más los vería. Le pregunté: “¿Siente usted algún resentimiento hacia mi por haberle traído a Cristo, considerando que su familia ahora está en la miseria?” Me dijo: “No tengo palabras para expresarle mi gratitud por haberme traído a este maravilloso Salvador. No quisiera que hubiera sido de otra manera.”
     Predicar a Cristo bajo las nuevas condiciones no era tarea fácil. Logramos imprimir varios folletos, pasándolos a través de la severa censura de los comunistas. Presentábamos al censor un folleto que tenía en su portada el retrato de Carlos Marx, el fundador del comunismo. Llevaba por título “La religión, opio de los pueblos”, u otros parecidos. Este lo consideraba como literatura comunista y colocaba el sello aprobatorio en ellos. Después de una pocas páginas llenas de citas de Marx, Lenin y Stalin, con las cuales agradábamos al censor, dábamos el mensaje de Cristo.
     La Iglesia Subterránea lo es solamente en parte. Al igual que un témpano una pequeña parte de su obra es visible. Íbamos a las reuniones comunistas y distribuíamos esos folletos “comunistas”. Estos, al ver el retrato de Marx, competían por comprarlo. Para cuando llegaban a las páginas que realmente nos interesaban y se daban cuenta que hablaba de Dios y de Jesús, estábamos ya muy lejos.
     Resultaba, en cierto modo, difícil predicar entonces. Nuestro pueblo estaba muy oprimido. Los comunistas les quitaron todo a todos. Al agricultor le quitaron tierras y ovejas. Al peluquero o sastre le quitaron su pequeño negocio. No solamente sufrían los “capitalistas”, sino también los pobres. Casi todas las familias tenían algún familiar en prisión, y la pobreza era extrema. Por eso la gente preguntaba: “¿Cómo es que un Dios de amor permite el triunfo del mal?”
     Tampoco les hubiera sido muy fácil a los primeros apóstoles predicar a Cristo el Viernes Santo, cuando Jesús moría en la Cruz, pronunciando las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
     Por el hecho que nuestro trabajo fuera realizado, probaba que era de Dios y no de nosotros. La fe cristiana tiene una repuesta para tales preguntas.
     Jesús nos contó la historia del pobre Lázaro, oprimido en su tiempo como nosotros éramos oprimidos, aunque al final, los ángeles lo llevaron al “seno de Abraham.”
    Cómo la Iglesia Subterránea trabajó parcialmente en forma abierta
     La Iglesia Subterránea se reunía en casas particulares, en los bosques, en los sótanos; dondequiera que pudiera hacerlo. Allí, en secreto, a menudo se preparaban los trabajos que se harían de forma abierta. Bajo el régimen comunista pusimos en práctica un plan de reuniones de predicación en plena calle, pero con el tiempo llegó a ser demasiado peligroso. Sin embargo, por ese medio llegamos a muchas almas que de otro modo no habríamos podido alcanzar. Mi esposa era muy activa en esto. Algunos cristianos se reunían silenciosamente en las esquinas y comenzaban a cantar. Al escucharlos, mucha gente se reunía para oír el hermoso canto, y entonces mi esposa aprovechaba para entregarles el mensaje. Abandonábamos el lugar antes que llegara la policía.
     Una tarde, mientras me encontraba en otro lugar, mi esposa entregó el mensaje delante de miles de trabajadores, a la entrada de la gran fábrica Malaxa, en la ciudad de Bucarest. Les habló de Dios y de la salvación. Al día siguiente muchos obreros de la fábrica fueron fusilados después de rebelarse en contra de las injusticias de los comunistas. ¡Habían escuchado el mensaje muy a tiempo!
     Éramos una Iglesia Subterránea, pero al igual que Juan el Bautista, hablábamos abiertamente de Cristo a los hombres y gobernantes.
     En cierta oportunidad, en las escalinatas de uno de nuestros edificios públicos, dos hermanos se abrieron paso hasta donde se encontraba nuestro Primer Ministro Gheorghiu Dej. En los pocos instantes que tuvieron testificaron a él de Cristo, instándole a que se arrepintiera de sus pecados y persecuciones. Los hizo encarcelar por su temerario testimonio. Años más tarde, cuando el mismo ministro estaba muy enfermo, la semilla del Evangelio que aquellos hombres habían sembrado años atrás, y por la cual habían sufrido enormemente, dio su fruto. En su hora de necesidad, el Primer Ministro recordó las palabras que le habían dicho y que eran como la Biblia afirma: “Viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos.” Ellas penetraron la dureza de su corazón, y se entregó a Jesucristo. Confesó sus pecados, aceptó a su Salvador y comenzó a servirle en su enfermedad. Al poco tiempo murió, pero fue para estar con su recién encontrado Salvador, porque dos cristianos estuvieron dispuestos a pagar el precio. Ellos son un típico ejemplo de los cristianos valerosos en los países comunistas de hoy.
     Así, la Iglesia Subterránea no solamente trabajaba en reuniones secretas, haciendo actividades clandestinas, sino también en forma abierta, con valentía proclamando el Evangelio en las calles y a los dirigentes comunistas. Había un precio, pero estábamos dispuestos a pagarlo. La Iglesia Subterránea sigue dispuesta a pagarlo hoy también.
     La policía secreta persiguió mucho a la Iglesia Subterránea, porque reconocía que ésta era la única resistencia efectiva que quedaba, y precisamente una clase de resistencia, la espiritual, que si no era combatida terminaría por socavar su poder ateo. Reconocieron, como sólo el diablo puede hacerlo, que representaba una amenaza inmediata para su seguridad. Sabían que si un hombre cree en Cristo jamás llegará a ser un objeto sumiso, sin voluntad propia. Sabían que podían encarcelar a los hombres, pero no podrían encarcelar su fe en Dios. Por eso luchaban tanto en su contra.
     Pero la Iglesia Subterránea también tiene sus simpatizantes o miembros aún en los gobiernos comunistas y la Policía Secreta.
     Dimos instrucciones para que algunos cristianos ingresaran en la Policía Secreta y se pusieran el uniforme más odiado y despreciado de nuestro país, y de esta manera pudieran comunicarnos sus actividades. Por eso varios hermanos de la Iglesia Subterránea se enrolaron, manteniendo oculta su fe. No es fácil sufrir el desprecio de la familia y amigos por usar el uniforme comunista, sin poder decirles su verdadera misión. Pero lo hicieron. Tan grande era su amor por Cristo.
     Cuando fui secuestrado en plena calle y mantenido por años en el más estricto secreto, un médico cristiano se hizo miembro de la Policía Secreta. Como médico de ésta tenía acceso a las celdas de los prisioneros y de este modo esperaba poder encontrarme. Todos sus amigos le despreciaron, creyendo que se había hecho comunista. Lucir el uniforme de los torturadores es un sacrificio mucho mayor por Cristo que usar el uniforme de prisionero.
     El médico me encontró en una mazmorra oscura y subterránea, y pudo comunicar que aún me encontraba vivo. ¡Fue el primer amigo que pudo verme durante esos terribles primeros ocho años y medio! Gracias a él se supo que yo estaba vivo y cuando se libertaron a presos políticos a raíz de la amnistía concedida después de la conferencia entre Eisenhower y Kruschev, en 1956, los cristianos clamaron por mi libertad también. Entonces me libertaron por un poco de tiempo.
     Si no hubiese sido por la valerosa acción de aquél médico cristiano al enrolarse en la Policía Secreta con el propósito específico de localizarme, jamás hubiera sido liberado. Es posible que todavía estuviera en la cárcel (o en una tumba).
     Aprovechando su posición en la Policía Secreta, estos miembros de la Iglesia Subterránea nos advirtieron de peligro muchas veces, y fueron de gran ayuda. La Iglesia Subterránea todavía cuenta con la ayuda de esos miembros suyos infiltrados en la Policía Secreta. Algunos ocupan altas posiciones en los círculos comunistas, ocultando su fe. Un día, en el Cielo, podrán hacer pública su proclama de Cristo, a quien ahora sirven en secreto.
     Sin embargo, muchos miembros de la Iglesia Subterránea fueron descubiertos y encarcelados. Entre nosotros también teníamos nuestros propios “Judas”, que informaban a la Policía Secreta. Los comunistas usaron los golpes, las drogas, las amenazas y el chantaje con el fin de lograr que nuestros ministros y laicos les informaran sobre sus hermanos.
    “NADIE TIENE MAYOR AMOR QUE ÉSTE”
Trabajé en forma oficial y también oculta, hasta el 29 de febrero de 1948. Era domingo, un hermoso domingo. En ese día en camino hacia la Iglesia, la Policía Secreta me secuestró.
     Muchas veces me había preguntado el significado de lo que era “los que hurtan a hombres” o “secuestradores”, que se menciona en la Biblia (I Tim 1:10). Los comunistas se encargaron de enseñarnos.
     En esos días muchos fueron raptados de ese modo. Frente a mí se detuvo un furgón de la Policía Secreta, saltaron cuatro hombres a la calle y me arrojaron al interior del vehículo. Fui encerrado por muchos años. Por ocho años y medio nadie supo si estaba vivo o muerto. La Policía Secreta hizo que algunos de sus miembros se hicieran pasar por prisioneros recién libertados para visitar a mi esposa. Le dijeron que habían visto mi funeral. Le destrozaron el corazón.
     Miles de fieles de todas las denominaciones cristianas fueron encarcelados durante esa época. No solamente los ministros fueron encarcelados, sino también simples miembros, y jóvenes que habían testificado su fe. Las cárceles estaban repletas, y en Rumanía como sucede en todos los países comunistas, estar en prisión significa ser torturado.
     Las torturas eran a veces horribles. Prefiero no hablar mucho de aquellas que experimenté en carne propia. El sólo recordarlas me hace pasar noches enteras sin dormir. Es demasiado doloroso.
     En otro libro: “Cristo en las prisiones comunistas”, relato muchos detalles de nuestras experiencias con Dios en la cárcel.
     Torturas inimaginables
     Un pastor cuyo nombre era Florescu, fue torturado con cuchillos y hierros al rojo vivo. Le golpearon salvajemente. En seguida introdujeron enormes ratas hambrientas a través de una caño en su celda. No podía dormir porque tenía que defenderse. Tan pronto se descuidaba y cabeceaba, las ratas le atacaban.
     Los comunistas querían obligarle a denunciar a sus hermanos en la fe, pero él resistió firmemente. Por último trajeron a su hijo, de catorce años, y comenzaron a azotarlo en su presencia, advirtiéndole que el castigo continuaría hasta que entregara la información pedida. El pobre hombre ya casi había perdido la razón. Resistió todo lo que pudo, pero al final cuando no podía más, se dirigió a su hijo: “Alejandro, debo decirles lo que quieren. ¡No puedo soportar que te sigan torturando!” Su hijo le respondió: “¡Papá, no cometas conmigo la injusticia de tener por padre a un traidor. Sopórtalo. Si me matan, moriré gritando: Jesús y mi patria!” Los comunistas, enfurecidos por tal respuesta, se lanzaron sobre el muchacho y lo mataron a golpes. Murió alabando a Dios, mientras su sangre salpicaba las paredes de la celda. Después de ver aquello, nuestro querido hermano Florescu nunca pudo ser el mismo de antes.
     Se nos engrillaban la muñecas con esposas cuya cara interior tenía puntas agudas. Si nos manteníamos totalmente quietos, las puntas no nos herían; pero al tiritar de frío en aquellas heladas celdas, nuestras muñecas eran destrozadas por los clavos.
     Los cristianos eran colgados de los pies y golpeados en forma tan salvaje que sus cuerpos cimbreaban en el aire a causa de los golpes. Se introducía a los cristianos en “celdas refrigeradas” tan tremendamente heladas que el hielo cubría las paredes. Yo mismo fui lanzado casi desnudo en una de ellas. Los doctores de la cárcel nos observaban a través de una mirilla, para avisar a los guardias ante los primeros síntomas de congelamiento. Entonces nos sacaban para revivirnos mediante el calor. Tan pronto como dábamos señales de recuperación, nos metían nuevamente a la celda. Nos deshelaban para luego prácticamente congelarnos, hasta que estábamos casi al borde de la muerte, y este proceso se repetía una y otra vez. Aún en la actualidad no puedo abrir un refrigerador sin estremecerme.
     Los cristianos éramos puestos en cajas de madera sólo un poco más grandes que nuestros cuerpos. Esto nos dejaba sin espacio para movernos. Docenas de clavos agudos traspasaban las cajas por todos lados. Mientras permanecíamos de pie y sin movernos, no pasaba nada. Si la fatiga nos vencía, al buscar apoyo nuestros cuerpos eran perforados por aquellas púas. Si nos movíamos, o si nos temblaba un músculo, allí estaban aquellos horribles clavos.
     Lo que los comunistas han hecho a los cristianos sobrepasa toda posibilidad de comprensión humana.
     He visto comunistas cuyas caras, al torturarnos, parecían brillar con alegría satánica, mientras exclamaban: “¡Somos el diablo!”.
     No luchamos contra carne y sangre sino contra “principados y potestades del mal”. Vimos que el comunismo no emana del hombre sino del diablo. En una fuerza del mal, que solamente puede ser combatida con un espiritual fuerza mayor, el Espíritu de Dios.
     A menudo pregunté a nuestros torturadores: “¿No tienen Uds. piedad en sus corazones?” Por lo general respondían con citas de Lenin: “No puedes hacer tortillas sin quebrar los huevos. No puedes cortar la madera sin que vuelen las astillas.” Yo insistía: “Yo conozco esa cita de Lenin; pero hay una diferencia. La madera no siente nada cuando se la corta, pero Uds. están tratando con seres humanos.” Pero todo era en vano; son materialistas. Para ellos no existe más que la materia; el hombre no es más que madera; o como las cáscaras de huevos. Esta creencia los hace descender a las más increíbles profundidades de crueldad.
     La crueldad del ateísmo es difícil de creer. Cuando un hombre no tiene fe en que lo bueno será recompensado y que lo malo será castigado, no tiene motivo para comportarse como un ser humano. No hay nada que lo detenga de caer en las profundidades del mal que cada hombre lleva en sí. Los torturadores comunistas podían decir: “No hay Dios. No hay Más Allá, ni hay castigo para el mal. Podemos hacer lo que nos dé la gana.”
     Uno de ellos llegó a declarar: “Doy gracias a Dios, en quien no creo, que haya vivido esta hora en que puedo expresar todo el mal que hay en mi corazón.” Expresaba ese mal en la increíble brutalidad y tortura que infligía a los prisioneros.
     Siento pena si un cocodrilo se come a un hombre, pero no se lo puedo reprochar. Es un cocodrilo, no un ser humano. Por ello no se puede reprochar a los comunistas. El comunismo ha destruido todo sentimiento de moral en esas mentes. Se vanaglorian de no tener piedad en sus corazones.
     Aprendí de ellos. En vista de que no dejan lugar en sus corazones para Jesús, decidí no darle el más mínimo lugar a Satanás en el mío.
     Yo he testificado ante el Subcomité de Seguridad Interior del Senado de los Estados Unidos. Allí he descrito las cosas más espantosas, como por ejemplo, cómo los cristianos son amarrados en cruces durante cuatro días y cuatro noches. Las cruces eran colocadas en el suelo, donde cientos de reclusos tenían que hacer sus necesidades fisiológicas, encima de sus rostros y cuerpos. Luego levantaban las cruces nuevamente y los comunistas se burlaban, diciendo: “¡Miren a su Cristo! ¡Qué hermoso es! Qué magnífica fragancia trae del Cielo.” Descubrí como un sacerdote, al borde de la locura a causa de las torturas, fue obligado a consagrar orina y excrementos humanos y darlo en comunión a los cristianos. Esto ocurrió en la prisión rumana Pitesti. Pregunté al sacerdote, después, por qué no prefirió la muerte antes de participar de esa farsa. Me respondió: “No me juzgue, por favor, he sufrido más de lo que sufrió Cristo”. Todas las descripciones bíblicas del infierno y las penas del infierno de Dante son nada en comparación con las torturas en las prisiones comunistas.
     Esto es solamente una pequeña parte de lo que sucedió un domingo, y muchos otros domingos, en la prisión de Pitesti. Otras cosas sencillamente no pueden contarse. Sé que mi corazón fallaría si tuviese que volver a repetirlas. Son demasiado terribles y obscenas para ponerlas por escrito. Todo esto es lo que tuvieron que sufrir sus hermanos en Cristo, y aún sufren.
     Uno de los héroes realmente más grandes de la fe fue el pastor Milan Haimovici.
     Las prisiones rumanos estaban tan colmadas que los guardias ni siquiera nos reconocían por nuestros nombres. En muchas oportunidades, cuando venían a buscar a los que habían sido sentenciados para recibir azotes por haber quebrantado algún reglamento carcelario, el pastor Milan Haimovici se presentaba para recibir el castigo en lugar de alguno de los otros. Con esto ganó el respeto de los demás prisioneros no sólo para sí, sino también para Cristo, a quien representaba.
     Si yo siguiera contando todos los horrores y las atrocidades cometidas por comunistas y los sacrificios de los cristianos, sería algo de nunca acabar. No sólo las torturas fueron conocidas, sino también los hechos heroicos. El heroísmo de aquellos en prisión, inspiró aún más a los hermanos que todavía vivían en libertad.
     Una de nuestras obreras era una jovencita de la Iglesia Subterránea. La Policía Secreta había descubierto que ella repartía secretamente Evangelios y que enseñaba a los niños acerca de Cristo. Decidieron arrestarla, pero para hacer el arresto lo más doloroso y terrible posible, postergaron la detención por algunas semanas, esperando al mismo día en que contraería matrimonio. En el día de su boda, ya se había puesto su traje nupcial. Para cualquier mujer es el día más maravilloso y alegre de su vida. Repentinamente se abrió la puerta de su casa, precipitándose al interior la Policía Secreta. La novia, al verlos, extendió los brazos para ser esposada. Las esposas le fueron colocadas rudamente en sus muñecas. Mirando a su amado besó las cadenas, exclamando: “Agradezco a mi Novio celestial esta joya que me obsequia en el día de mi boda. Le agradezco que me haya considerado digna de sufrir por Él.” Fue sacada de allí en medio del llanto de su novio y de los presentes. Todos sabían perfectamente la suerte que aguardaba a las jóvenes cristianas en manos de los comunistas. Después de 5 años fue puesta en libertad, destruida y físicamente arruinada, aparentando tener treinta años más de los que tenía. Su novio la había esperado. Ella se limitó a decir que era lo menos que podía haber hecho por su Cristo. Tan magníficos cristianos están en la Iglesia Subterránea.
     Cómo es un “lavado de cerebro”
     Probablemente los occidentales han oído del empleo del “lavado de cerebro” en la guerra de Corea y ahora en Vietnam. Yo pasé a través de esta experiencia personalmente. Es la tortura más horrible.
     Durante años se nos obligó por diecisiete horas al día a escuchar lo siguiente:
¡El comunismo es bueno!¡El comunismo es bueno!
¡El comunismo es bueno!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡Déjelo!
¡Déjelo!
¡Déjelo!
¡Déjelo!
     Diecisiete horas al día, por semanas, meses y años.
     Muchos cristianos me han preguntado cómo pude resistir el lavado de cerebro. Existe un solo método de resistencia: el “lavado de corazón”. Si su corazón está limpiado por el amor de Jesucristo, y en él hay amor hacia Él, Ud. Puede resistir cualquier tortura. ¿Qué no haría una novia amorosa por su prometido? ¿Qué no haría una madre amante por su hijo? Si Ud. ama a Jesús como una novia ama a su prometido, entonces puede resistir tales torturas.
     Dios no nos juzgará por lo que fuimos capaces de soportar, sino por lo que fuimos capaces de amar. Puedo testificar y declarar que los cristianos en las prisiones comunistas fueron capaces de amar. Ellos podían amar a Dios y a los hombres.
     Las torturas y brutalidades en la cárcel continuaron sin cesar. Cuando caía inconsciente o estaba demasiado confuso para poder dar alguna esperanza de confesión a mis torturadores, era devuelto a mi celda. Allí quedaba, tendido solo y medio muerto hasta lograr recuperar algo de mi energía, para poder comenzar de nuevo su labor conmigo. Muchos morían en estas circunstancias, pero en mi caso, sin saber cómo ni por qué, siempre lograba recuperar algo de mis fuerzas. En los años siguientes, a mi paso por varias diferentes cárceles me quebraron cuatro vértebras y muchos otros huesos. Me cortaron, quemaron, y me causaron profundas heridas en diferentes partes del cuerpo que me dejaron dieciocho cicatrices permanentes.
     En Oslo, los médicos que me examinaron y vieron esas cicatrices y los restos de la tuberculosis pulmonar que sufriera a causa de tan prolongado martirio, declararon que el hecho de estar vivo hoy, constituía ni más ni menos que un milagro. De acuerdo a sus conocimientos y sus libros médicos, yo debería haber muerto hace muchos años. Sé muy bien que es un milagro. Es que Dios es un Dios de milagros.
     Breve libertad – Nuevo arresto
     Llegó el año 1956. Ya hacía ocho años y medio que estaba en la cárcel. Había perdido mucho peso, porque se me privaba de comida, pero había ganado muchas cicatrices a raíz de haber sido brutalmente flagelado y golpeado. Además había sido objeto de burlas, amenazas, interrogatorios hasta el cansancio, y abandono. Nada de eso dio los resultados que mis captores esperaban. Profundamente descorazonados, por una parte, y preocupados, por otra, por las protestas que mi prisión suscitaba, me pusieron en libertad.
     Se me permitió volver a mi antiguo puesto en la iglesia, pero por sólo una semana. Alcancé a predicar dos sermones; luego me llamaron para advertirme que no podría seguir predicando ni tomar parte en ninguna actividad religiosa. ¿Qué había dicho? Yo había aconsejado a mis feligreses que tuvieran “paciencia, paciencia y mas paciencia”. “Eso significa que Ud. está diciendo que tengan paciencia, pues los americanos vendrán a libertarlos”, me gritó la policía. Yo también había dicho que tal como la rueda gira, los tiempos cambian. “Ud. les está diciendo que el gobierno comunista dejará de existir, y esas son calumnias contrarrevolucionarias”, me gritaron de nuevo. Y ese fue el fin de mi ministerio público.
     Probablemente las autoridades creyeron que yo tendría temor de desafiar sus órdenes y volver a mi evangelización subterránea. Estaban muy equivocados en eso. Secretamente regresé a mi trabajo anterior, con el apoyo de mi familia.
     Volví a testificar ante grupos de fieles que se mantenían ocultos, yendo y viniendo como un fantasma, bajo la protección de quienes podía confiar. Tenía ahora mis cicatrices para darle mayor fuerza a mi mensaje respecto a la maldad de la forma de pensar atea, y para alentar y estimular las almas que flaqueaban, a confiar en Dios y ser valientes. Yo dirigía una red secreta de evangelistas que se ayudaban mutuamente para difundir el Evangelio bajo las propias narices de los comunistas. Después de todo, si el hombre en su ceguera no es capaz de ver la mano de Dios obrando en lo que le rodea, menos podrá ver la de un evangelista.
     Finalmente el incesante interés de la policía por conocer mis actividades y movimientos dio resultado. Fui descubierto una vez más y vuelto a detener. Es posible que la publicidad que se dio a mi caso haya tenido algo que ver con el hecho de que por alguna razón mi familia no fue arrestada conmigo. Había estado ocho años y medio en la cárcel y después de tres años de relativa libertad volvía a la cárcel por otros cinco años y medio.
     Mi segundo período fue mucho peor en muchos aspectos que el primero.
     Mi condición física empeoró casi inmediatamente. No obstante, el trabajo oculto de la Iglesia Subterránea continuó en la clandestinidad de las prisiones comunistas.

Hicimos un acuerdo: nosotros predicábamos y ellos nos golpeaban

     Estaba estrictamente prohibido predicar el Evangelio a otros reclusos. De antemano se sabía que el que fuera sorprendido haciéndolo, sería brutalmente flagelado. Varios de nosotros decidimos pagar ese precio a cambio del privilegio de predicar, y aceptamos por ello sus condiciones. Fue un acuerdo tácito: Nosotros predicábamos y ellos nos golpeaban. Nosotros éramos felices predicando; ellos lo eran golpeándonos. De esta manera todos estábamos satisfechos.
     La escena siguiente sucedió más veces de las que puedo recordar: Un hermano estaba predicando a los otros reclusos, cuando los guardias entraron sorpresivamente interrumpiéndolo en la mitad de una frase. Lo arrastraron fuera, llevándoselo a lo largo del corredor hasta la pieza que usaban como cámara de torturas. Después de lo que parecía ser un castigo interminable le trajeron de vuelta y lo lanzaron sangrante y magullado al suelo del calabozo. Se alzó lentamente, se arregló las ropas y dijo: “¿Qué estábamos diciendo, hermanos, cuando fuimos interrumpidos?”, y continuó ¡predicando!
     ¡He visto cosas maravillosas!
     A veces los predicadores eran simples laicos. Hombres comunes inspirados por el Espíritu Santo, que a menudo predicaban maravillosamente. Ponían todo el corazón en sus palabras, pues predicar en esas condiciones punitivas no era cosa para ser tomada a la ligera. Pronto aparecerían nuevamente los guardias, quienes se llevaban al predicador para golpearle hasta dejarle medio muerto.
     En la cárcel de Gherla un cristiano llamado Grecu fue sentenciado a morir a golpes. La sentencia fue cumplida a través de un lento procedimiento que duró varias semanas. Se le daba un solo golpe con una cachiporra de goma en la planta de los pies. A los pocos minutos se le volvía a golpear en la misma forma, y después de unos momentos recibía otro golpe. De igual manera fue golpeado en los testículos. Luego un doctor le aplicaba una inyección. Una vez que se recobraba, se le daba muy buena comida para restaurar sus fuerzas, y entonces era vuelto a golpear, hasta que por fin murió a consecuencia de ese lento pero cruel trato. Uno de los que llevó a cabo esta tortura, llamado Reck, era miembro del Comité Central del Partido Comunista.
     En ciertos momentos Reck repetía al prisionero ciertas palabras que los comunistas solían decir a los cristianos: “Yo soy Dios. Tengo sobre ti poder de vida o muerte. Ese que está en el Cielo no puede decidir esto. Todo depende de mí. Si así lo quiero, puedes vivir; pero también si quiero te matamos. ¡Yo soy Dios!” Así se burlaba de los cristianos.
     En tal horrible situación nuestro hermano Grecu dio a Reck una respuesta muy acertada.
     Un cristiano fue sentenciado a muerte. Antes de que fuera la del mismo Reck, le dijo: “Ud. no sabe la verdad que ha dicho Ud. es un dios. Cada gusano es potencialmente una mariposa y llegará a serlo si se desarrolla perfectamente. Ud. no fue creado para ser un verdugo, un asesino; Ud. fue creado para llegar a ser semejante a Dios. Jesús en su tiempo dijo a los judíos: “Uds. son dioses”. La vida de Dios Padre está en su corazón. Muchos que han sido igual que Ud., muchos perseguidores como el apóstol Pablo, en cierto momento de su vida han descubierto que es vergonzoso para el hombre cometer atrocidades, cuando puede hacer cosas mucho mejores. Así se han transformado en co-partícipes de la Naturaleza Divina. Créame, Sr. Reck, su verdadera vocación es ser dios, semejante a Dios, y no un torturador.
     En ese momento Reck no prestó mucha atención a las palabras de su víctima, tal como Saulo de Tarso no le dio importancia al hermoso testimonio de Esteban, que fue asesinado en su presencia. Pero aquellas palabras comenzaron a trabajar en su corazón, y Reck comprendió más tarde cuál era su verdadera vocación.
     Una magnífica lección que aprendimos de las flagelaciones, torturas y carnicerías de los comunistas fue que el espíritu es el amo del cuerpo. A menudo, cuando éramos torturados, sentíamos el castigo, pero éste parecía como algo distante y alejado del espíritu, que estaba como sumergido en la consideración de la gloria de Cristo y su presencia en nosotros.
     Junto con la inmunda sopa que se nos proporcionaba diariamente, una vez a la semana se nos daba un trozo de pan. Decidimos ofrendar nuestro “diezmo”, aún en tales circunstancias. Cada diez semanas, uno de nosotros daba ese pan a uno de nuestros hermanos más debilitados, como “diezmo” al Maestro.
     Un cristiano fue sentenciado a muerte. Antes de que fuera ejecutado se le permitió ver a su esposa. La despidió con estas palabras: “Debes saber que muero amando a los que me matan. No saben lo que hacen. Lo último que te pido es que tú también los ames. No les guardes rencor en tu corazón porque matan a quien amas. Nos encontraremos otra vez en el Cielo”. Estas palabras impresionaron profundamente al funcionario que presenció aquel último encuentro, que me las repitió algún tiempo después en la prisión, donde él era uno más entre los nuestros, pues se había convertido. (.........).
    Derrotando al comunismo con el espíritu de amor de Cristo
     Los judíos tienen una leyenda que cuenta que, cuando sus antepasados fueron salvados de Egipto, y los egipcios se ahogaron en el mar Rojo, los ángeles se unieron a los cánticos de triunfo entonados por los israelitas. Dios les dijo: “Los judíos son hombres y pueden regocijarse de su escape, pero de parte de Uds. espero más comprensión. ¿No son los egipcios también mis criaturas? ¿No los amo acaso a ellos también? ¿Cómo es que Uds. no comprenden mi pesar por su trágico destino?”
     Cuando Josué sitiaba a Jericó, levantó sus ojos, y vio a un hombre delante de él, con la espada desenvainada. Josué le dijo: “¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?” (Josué 5:13).
     Si aquel Ser visto por Josué hubiese sido sólo un hombre, la respuesta habría sido: “Estoy con Uds.”; “Estoy con vuestros adversarios”, o simplemente: “Soy neutral”. Estas son las únicas respuestas humanas posibles. Sin embargo, el Ser que Josué encontró era de otro mundo y, por lo tanto, al preguntársele si estaba “con” o “en contra” de Israel, dio una respuesta completamente inesperada, y difícil de comprender: “No”.
     ¿Qué significa ese “no”?
     Venía de un mundo donde los seres no están en pro ni en contra, sino donde todo y todos son comprendidos, observados con compasión, y profundamente amados.
     Existe un nivel humano. En éste, el comunismo debe ser combatido sin misericordia. En este plano debemos también combatir a los comunistas, ya que ellos son los que mantienen y apoyan este ideología cruel y salvaje.
     Pero los cristianos son algo más que simples hombres, son hijos de Dios, co-partícipes de la Naturaleza Divina.
     Por tanto, las torturas sufridas en las prisiones comunistas no me han hecho odiar a los comunistas. Son criaturas de Dios. ¿Cómo puedo odiarlos? No obstante, tampoco puedo ser amigo de ellos. La amistad significa una identificación total, y yo no puedo identificarme plenamente con ellos. Ellos odian el concepto de Dios; en cambio yo amo a Dios.
     Si me preguntaran: “¿Está usted a favor o en contra de los comunistas?”; mi respuesta sería bastante compleja. El comunismo representa la amenaza más grande que afronta la humanidad. Estoy completamente opuesto a ella, y quiero combatirla hasta hacerla desaparecer. Pero en espíritu estoy sentado en lugares celestiales junto a Jesús. Estoy en la esfera de ese “no” en la cual, a pesar de todos sus crímenes, los comunistas son comprendidos y amados. En aquellas esferas existen seres celestiales que tratan de ayudar a todos en las metas de la vida humana; lo que significa llegar a ser semejante a Cristo. Por lo tanto, mi meta es predicar el Evangelio a los comunistas, darles las buenas nuevas de la vida eterna.
     Cristo, que es mi Señor, ama a los comunistas. El mismo ha dicho que ama a todo hombre y que prefiere dejar noventa y nueve ovejas justas, antes que permitir que se pierda la que erró el camino. Sus apóstoles y todos los grandes maestros de la cristiandad han enseñado este amor universal, en Su nombre. San Macario dijo:”Si un hombre ama apasionadamente a todos los hombres, pero dice no amar a uno solo, no es cristiano, porque su amor no es total”. San Agustín enseña: “Si toda la humanidad hubiera sido justa y un solo hombre pecador, Cristo habría venido a sufrir en la cruz por éste. Tanto ama a cada individuo”. La enseñanza cristiana es muy clara. Los comunistas son hombres y Cristo les ama.
     También les ama el hombre cristiano. Amamos al pecador, aunque odiamos el pecado. Conocemos el amor de Cristo por los comunistas, porque nosotros también les amamos.
     En las cárceles comunistas he visto cristianos arrastrando con los pies cadena de 25 Kg.; torturados con atizadores al rojo y en cuyas gargantas habían forzado cucharadas de sal, para luego negárseles el agua. Hambrientos, azotados, sufriendo frío y orando con fervor por los comunistas. ¡Esto es humanamente inexplicable! Es el amor de Cristo que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
     Más tarde, los comunistas que nos habían torturado, también cayeron en prisión. Bajo el régimen comunista los mismos comunistas, aún jefes y gobernantes, van a parar a menudo a la cárcel, al igual que sus adversarios. En esos momentos, torturados y torturadores compartíamos una misma celda. Mientras los no creyentes demostraban todo su odio contra sus ex-inquisidores y les golpeaban, los cristianos les defendían aún a riesgo de ser golpeados y acusados de ser cómplices con los comunistas. He visto a cristianos que daban el último trozo de su pan (nos daban en aquel tiempo sólo una tajada por semana), y la medicina que podría salvar sus vidas, a alguno de sus torturadores, comunistas enfermos, que en ese momento era compañero de prisión.
     Las últimas palabras de Julio Maniu, cristiano y ex-Primer Ministro de Rumanía, que murió en prisión, fueron: “Si los comunistas son derrocados en nuestro país, será deber sagrado de todo cristiano salir a la calle y defenderlos, a riesgo de su propia vida, de la justa furia de las multitudes a quienes han tiranizado.”
     En los primeros días después de mi conversión, sentía como si no pudiera vivir mucho más. Caminando por las calles, al cruzarme con hombres y mujeres que pasaban por mi lado, experimentaba una sensación de dolor físico, como si una puñalada me perforara el corazón. Tan quemante era para mí el interrogante: “¿Estarán salvados o no?” Si un miembro de mi congregación cometía un pecado, yo lloraba por horas enteras. El íntimo deseo de que todas las almas se salven ha permanecido en mi corazón, del cual los comunistas no están excluidos.
     En las celdas de confinamiento solitario no nos era posible orar como antes. Estábamos increíblemente hambrientos; nos habían drogado hasta convertirnos en idiotas. Estábamos tan débiles que parecíamos esqueletos. La oración del Padre Nuestro era demasiado larga para nosotros; no podíamos concentrarnos lo suficiente como para recitarla. La única oración que podía repetir una y otra vez era:”Jesús, te amo.”
     Y luego, un día glorioso, obtuve la respuesta de Jesús: “¿Me amas? Ahora yo te demostraré cuánto yo te amo a ti”. En ese instante sentí que una llamarada quemaba mi corazón, como las llamas que coronan al sol. Los discípulos que iban camino de Emaús dijeron que sentían arder sus corazones cuando Jesús les hablaba. Esa fue la sensación que sentí y experimenté. En ese momento conocí el amor de Aquél que ha dado su vida en la cruz por todos nosotros. Ese amor no puede excluir a los comunistas, por graves que sean sus pecados.
     Ellos han cometido y continúan cometiendo atrocidades, pero como dicen las Sagradas Escrituras: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Porque fuerte es como la muerte el amor; duros como el sepulcro los celos”. Tal como la sepultura insiste en quedarse con todos, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, hombres de todas las razas, naciones e ideologías; santos y criminales, así también el Amor lo abarca todo. Cristo, Amor Encarnado, jamás cesará en Sus esfuerzos por ganar también a los comunistas.
     Un pastor fue arrojado en mi celda. Estaba medio muerto, la sangre le corría por la cara y el cuerpo. Había sido brutalmente golpeado; otros reclusos comenzaron a insultar a los comunistas. Con voz lastimera y quebrada les dijo:
“¡Por favor, no los maldigan! ¡Guarden silencio, deseo orar por ellos!”



Texto procedente del libro:
La Iglesia Mártir de Hoy / TORTURADO POR CRISTO
Richard Wurmbrand