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Ya existe un estado palestino: Jordania


Cada presidente norteamericano, empezando por Richard Nixon en los días posteriores a la guerra árabe-israelí de junio de 1967, se ha visto tentado por la idea de una conferencia internacional sobre Oriente Medio para negociar el acuerdo integral final al longevo conflicto entre árabes y judíos. Entrando ya en el último año de sus dos mandatos, el presidente George W. Bush también se ha visto tentado de manera parecida.

La historia de tales conferencias es contraria a la premisa de poner fin a la disputa árabe-israelí. El presidente de Egipto Anwar Sadat, reconociendo la futilidad de tales reuniones, daba al traste con la idea del presidente Jimmy Carter de una conferencia internacional sobre Oriente Medio en Ginebra visitando Jerusalén en noviembre de 1977. Allí negoció directamente con el primer ministro de Israel Menachem Begin para alcanzar un acuerdo entre sus dos estados.
Es evidente que convocar una conferencia internacional sobre Oriente Medio con el fin de arbitrar un acuerdo final es una postura por defecto de las administraciones norteamericanas cuando todos los esfuerzos anteriores han fracasado. Las administraciones norteamericanas han sentido la obligación de ser árbitros justos entre árabes y judíos desde que William Rogers, el secretario de Estado de Nixon, dejase caer la idea de un plan integral de paz en el año 1969.
El presidente Bill Clinton invirtió infructuosamente una gran cantidad de su tiempo -incluso en las últimas semanas de su mandato- para alcanzar el acuerdo final entre Yaser Arafat, el líder palestino, y Ehud Barak, primer ministro israelí.
El presidente Bush se convirtió en el primer líder norteamericano en pedir abiertamente un Estado palestino cuando presentaba un calendario y explicaba con claridad un plan que los palestinos seguirían para alcanzar su objetivo.
Pero la verdad del asunto es que no hay nada que arbitrar cuando una de las partes, los palestinos, y sus financieros y partidarios árabes y musulmanes, continúan comprometidos con la destrucción de la otra parte, los israelíes.
En lugar de otra conferencia internacional más, los norteamericanos harían mejor en aceptar lo obvio: que ya existe un Estado palestino, y se llama Jordania, siendo palestina su población de manera aplastante.
Otro Estado árabe más, comprimido a cuenta de la insistencia norteamericana entre el Río Jordán y el Mediterráneo -con su población hostil a Occidente y apoyando con disposición cada ideología totalitaria que se presente en su objetivo declarado de perjudicar a los judíos y destruir Israel- en lugar de ser la receta de cualquier acuerdo final será la fuente de conflicto sin final en la región y el terrorismo más allá.
Por otra parte, los palestinos, matándose entre sí mientras siguen siendo partidarios del terrorismo -además del espantoso historial de los regímenes árabe-musulmanes ignorando los derechos humanos y el respeto a las minorías- no se hacen merecedores de la cantidad de atención que brindan las administraciones norteamericanas en comparación con el nivel estadounidense de apoyo prestado a las reclamaciones iguales, por no decir más merecedoras, de los pueblos que sufren en Darfur, en Bielorrusia, en el Tíbet o en Zimbabue. La diplomacia se intercambia educadamente por falsedades con bastante frecuencia.
Es hora de que los norteamericanos cuenten educadamente la verdad y pongan fin a la charada de exigir concesiones israelíes a cambio de discursos árabe-musulmanes con segundas intenciones en los que «paz», como explicaba Arafat a su pueblo, significa una tregua temporal en la guerra para «liberar» toda Palestina, incluyendo Israel.
Autor: Salim Mansur – Director del Centro para el Pluralismo Islámico – Fuente: La Razón, España

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Ya existe un estado palestino: Jordania


Cada presidente norteamericano, empezando por Richard Nixon en los días posteriores a la guerra árabe-israelí de junio de 1967, se ha visto tentado por la idea de una conferencia internacional sobre Oriente Medio para negociar el acuerdo integral final al longevo conflicto entre árabes y judíos. Entrando ya en el último año de sus dos mandatos, el presidente George W. Bush también se ha visto tentado de manera parecida.

La historia de tales conferencias es contraria a la premisa de poner fin a la disputa árabe-israelí. El presidente de Egipto Anwar Sadat, reconociendo la futilidad de tales reuniones, daba al traste con la idea del presidente Jimmy Carter de una conferencia internacional sobre Oriente Medio en Ginebra visitando Jerusalén en noviembre de 1977. Allí negoció directamente con el primer ministro de Israel Menachem Begin para alcanzar un acuerdo entre sus dos estados.
Es evidente que convocar una conferencia internacional sobre Oriente Medio con el fin de arbitrar un acuerdo final es una postura por defecto de las administraciones norteamericanas cuando todos los esfuerzos anteriores han fracasado. Las administraciones norteamericanas han sentido la obligación de ser árbitros justos entre árabes y judíos desde que William Rogers, el secretario de Estado de Nixon, dejase caer la idea de un plan integral de paz en el año 1969.
El presidente Bill Clinton invirtió infructuosamente una gran cantidad de su tiempo -incluso en las últimas semanas de su mandato- para alcanzar el acuerdo final entre Yaser Arafat, el líder palestino, y Ehud Barak, primer ministro israelí.
El presidente Bush se convirtió en el primer líder norteamericano en pedir abiertamente un Estado palestino cuando presentaba un calendario y explicaba con claridad un plan que los palestinos seguirían para alcanzar su objetivo.
Pero la verdad del asunto es que no hay nada que arbitrar cuando una de las partes, los palestinos, y sus financieros y partidarios árabes y musulmanes, continúan comprometidos con la destrucción de la otra parte, los israelíes.
En lugar de otra conferencia internacional más, los norteamericanos harían mejor en aceptar lo obvio: que ya existe un Estado palestino, y se llama Jordania, siendo palestina su población de manera aplastante.
Otro Estado árabe más, comprimido a cuenta de la insistencia norteamericana entre el Río Jordán y el Mediterráneo -con su población hostil a Occidente y apoyando con disposición cada ideología totalitaria que se presente en su objetivo declarado de perjudicar a los judíos y destruir Israel- en lugar de ser la receta de cualquier acuerdo final será la fuente de conflicto sin final en la región y el terrorismo más allá.
Por otra parte, los palestinos, matándose entre sí mientras siguen siendo partidarios del terrorismo -además del espantoso historial de los regímenes árabe-musulmanes ignorando los derechos humanos y el respeto a las minorías- no se hacen merecedores de la cantidad de atención que brindan las administraciones norteamericanas en comparación con el nivel estadounidense de apoyo prestado a las reclamaciones iguales, por no decir más merecedoras, de los pueblos que sufren en Darfur, en Bielorrusia, en el Tíbet o en Zimbabue. La diplomacia se intercambia educadamente por falsedades con bastante frecuencia.
Es hora de que los norteamericanos cuenten educadamente la verdad y pongan fin a la charada de exigir concesiones israelíes a cambio de discursos árabe-musulmanes con segundas intenciones en los que «paz», como explicaba Arafat a su pueblo, significa una tregua temporal en la guerra para «liberar» toda Palestina, incluyendo Israel.
Autor: Salim Mansur – Director del Centro para el Pluralismo Islámico – Fuente: La Razón, España