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Crisis en el matrimonio


En la actualidad es común escuchar, y a veces con jactancia, “nunca he tenido el amor y cuidado de padres”; “soy fruto de un hombre irresponsable”; “no conozco a mi padre”; “mi madre se ha sacrificado para crear hijos, uno de cada aventura amorosa”.
A la luz de esas declaraciones y experiencias extremas podemos afirmar que vivimos bajo el manto de una cultura de desintegración familiar.
Esa realidad no la podemos negar ni ocultar, pues los valores de la vida, espirituales, morales y sociales, han sido modificados o sustituidos al grado que el desconocimiento de Dios es notorio. La moral y la solidaridad son cada vez más vulnerables en la familia.
En nuestra sociedad consumista es indispensable que la pareja, el esposo y la esposa, tengan que trabajar para adquirir los recursos económicos y materiales, indispensables para la subsistencia del conjunto familiar. Este obliga a delegar sus hijos a parientes, amistades, servidumbre o guardería, los cuales, aunque los cuiden adecuadamente, jamás les darán el amor, la instrucción y compañerismo como los padres.
Generalmente los niños se vuelven más caprichosos, desobedientes, rebeldes y desamorados con sus padres, prefiriendo estar con la persona que los cuida. Agreguenos que el compañerismo familiar es limitado. Los padres apenas ven despertar y levantar a sus hijos, muy de mañana; tienen que ir a dejarlos y recogerlos ya entrada la noche. Ellos llegan cansadísimos y los niños ya duermen. No hay tiempo para comunicar al afecto familiar.
En una familia moderna, aunque estén juntos bajo un mismo techo, es común encontrar un ambiente de desamor, falsedad, inseguridad, inestabilidad, infidelidad, frustración, rencor y violencia.
Además, los valores materiales han ganado la primacía y hay más interés y sacrificio por adquirir una bonita vivienda, un vehículo de modelo reciente, suficiente dinero para gastarlo en diversiones placenteras momentáneas y todo aquello que aparente bienestar y superación. A la mente carnal, el amor, la paz, el gozo, el respeto, el entusiasmo, la unidad, la motivación y la estabilidad familiar es utopía, algo imposible de conseguir en la actualidad. No pasa de ser ideal.
Abundan razones que justifiquen el porqué las familias se encuentren en la bancarrota y que cada día van de mal en peor. No obstante, a la luz de lo expuesto y sobre todo de la palabra de Dios, podemos afirmar que la desintegración familiar tiene origen en el desamor, la falta de unidad y confianza de los cónyuges, quienes se deben amor recíproco.
El apóstol Pablo ilustra la identidad y relación de los esposos con la identidad y relación de Cristo Jesús y su iglesia (Efesios 5.25-31). Luego aconseja que tanto el esposo como la esposa cumplan con su compromiso de amor y unidad, y reconozcan que uno a otro se complementan, pues han fundido su cuerpo, alma y espíritu en un solo propósito delante de Dios y su Creador, y ya no son dos sino uno.
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2.24; Mateo 19.5).
“Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5.21)
- Rafael Antonio Flores

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Crisis en el matrimonio


En la actualidad es común escuchar, y a veces con jactancia, “nunca he tenido el amor y cuidado de padres”; “soy fruto de un hombre irresponsable”; “no conozco a mi padre”; “mi madre se ha sacrificado para crear hijos, uno de cada aventura amorosa”.
A la luz de esas declaraciones y experiencias extremas podemos afirmar que vivimos bajo el manto de una cultura de desintegración familiar.
Esa realidad no la podemos negar ni ocultar, pues los valores de la vida, espirituales, morales y sociales, han sido modificados o sustituidos al grado que el desconocimiento de Dios es notorio. La moral y la solidaridad son cada vez más vulnerables en la familia.
En nuestra sociedad consumista es indispensable que la pareja, el esposo y la esposa, tengan que trabajar para adquirir los recursos económicos y materiales, indispensables para la subsistencia del conjunto familiar. Este obliga a delegar sus hijos a parientes, amistades, servidumbre o guardería, los cuales, aunque los cuiden adecuadamente, jamás les darán el amor, la instrucción y compañerismo como los padres.
Generalmente los niños se vuelven más caprichosos, desobedientes, rebeldes y desamorados con sus padres, prefiriendo estar con la persona que los cuida. Agreguenos que el compañerismo familiar es limitado. Los padres apenas ven despertar y levantar a sus hijos, muy de mañana; tienen que ir a dejarlos y recogerlos ya entrada la noche. Ellos llegan cansadísimos y los niños ya duermen. No hay tiempo para comunicar al afecto familiar.
En una familia moderna, aunque estén juntos bajo un mismo techo, es común encontrar un ambiente de desamor, falsedad, inseguridad, inestabilidad, infidelidad, frustración, rencor y violencia.
Además, los valores materiales han ganado la primacía y hay más interés y sacrificio por adquirir una bonita vivienda, un vehículo de modelo reciente, suficiente dinero para gastarlo en diversiones placenteras momentáneas y todo aquello que aparente bienestar y superación. A la mente carnal, el amor, la paz, el gozo, el respeto, el entusiasmo, la unidad, la motivación y la estabilidad familiar es utopía, algo imposible de conseguir en la actualidad. No pasa de ser ideal.
Abundan razones que justifiquen el porqué las familias se encuentren en la bancarrota y que cada día van de mal en peor. No obstante, a la luz de lo expuesto y sobre todo de la palabra de Dios, podemos afirmar que la desintegración familiar tiene origen en el desamor, la falta de unidad y confianza de los cónyuges, quienes se deben amor recíproco.
El apóstol Pablo ilustra la identidad y relación de los esposos con la identidad y relación de Cristo Jesús y su iglesia (Efesios 5.25-31). Luego aconseja que tanto el esposo como la esposa cumplan con su compromiso de amor y unidad, y reconozcan que uno a otro se complementan, pues han fundido su cuerpo, alma y espíritu en un solo propósito delante de Dios y su Creador, y ya no son dos sino uno.
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2.24; Mateo 19.5).
“Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5.21)
- Rafael Antonio Flores